Javier Pérez Castells | 10 de diciembre de 2020
La humanidad parece haberse acostumbrado a vivir una realidad absurda en la que una parte del mundo tira comida a mansalva, a la vez que lucha contra la obesidad, mientras otros padecen desnutrición y hambre.
Los que vamos teniendo una edad recordamos la insistencia de nuestras madres y abuelas en no tirar comida ni dejar nada en el plato. Era una educación muy pertinente, que se basaba en una cuestión fundamentalmente moral. Resultaba inaceptable desperdiciar comida cuando tantos seres humanos pasaban un hambre atroz.
Con el paso de los años, la situación del hambre en el mundo ha ido mejorando. Pero con la disponibilidad de medios actuales, la mejoría en las comunicaciones y la eficaz transferencia de conocimiento, resulta mucho más escandaloso que, a pesar de esa mejora, siga habiendo unos 800 millones de seres humanos que están subalimentados, y que siga habiendo gente que muere de hambre.
La situación de hambruna es grave en bastantes países de África y en el sur de Asia y produce cada vez más estupor porque, paralelamente, en los países avanzados va creciendo la cantidad de comida desperdiciada. Países donde también hay gente que pasa necesidad y hace cola diariamente en los comedores sociales. Y es que, cada año, un tercio de la comida que se produce en el mundo se tira. Esto supone 1.600 millones de toneladas de alimentos, que tienen un coste de unos 730 millones de euros.
La humanidad parece haberse acostumbrado a vivir una realidad tan absurda como esta, en la que una parte del mundo tira comida a mansalva, a la vez que lucha contra la obesidad, mientras otros padecen desnutrición y hambre. Pero las nuevas preocupaciones ambientales y animalistas que sí ocupan la mente de los ciudadanos de países desarrollados pueden venir, en parte, al rescate. En lo que sin duda es un paradigma de nuestro tiempo, es mucho más fácil hacer campaña en contra del desperdicio de alimentos si nos centramos en las consecuencias medioambientales, de calentamiento climático y sobre el uso de animales para provecho humano. Así, el desperdicio alimentario es el responsable del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Y, gracias a la sensibilidad que despierta este problema, se están poniendo remedios para reducir el despilfarro. Desgraciadamente, la posibilidad de paliar con ello el problema de desnutrición, que muchas veces se produce lo suficientemente cerca como para poder utilizar los excedentes de comida, no moviliza tanto.
En España se desperdician 7,7 millones de toneladas de alimentos al año. Se estima que el 42% de este desperdicio se genera en los hogares, un 39% en las fases de fabricación, y el 5% durante la distribución. Por lo que se refiere a la producción, muchas empresas están contribuyendo a lograr un sistema alimentario más sostenible con programas que mejoren la planificación de la producción, evitando excedentes que acaben tirándose. Se trabaja en cosas tan simples como diseñar envases redondeados que permitan el máximo aprovechamiento del contenido del producto (siempre me he preguntado por qué cuesta tanto vaciar las últimas gotas de los briks de leche). También es importante desarrollar formas de compra a granel y envasados más pequeños que se adecúen a familias de pocos miembros y a personas que viven solas.
Cada año, un tercio de la comida que se produce en el mundo se tira. Supone 1.600 millones de toneladas de alimentos, con un coste de unos 730 millones de euros
Cuestión muy importante es tratar de alargar las fechas de caducidad, generalmente excesivamente cortas y que pueden prolongarse utilizando, por ejemplo, fermentos mejores en la fabricación de derivados lácticos. En ocasiones son fechas artificialmente acortadas, con el fin de evitar la competencia de mercados alimentarios lejanos. Así, la Unión Europea aduce razones sanitarias para mantener la caducidad de los huevos en 21 días, puesto que alargarla a 28 podría aumentar el riesgo de salmonelosis en un 40%. Sin embargo, se dice que esta decisión podría estar encaminada a evitar la competencia con América, cuyos huevos llegarían al mercado europeo si dispusieran de más tiempo para su consumo.
Con todo, el mayor desperdicio de comida se produce en el hogar, sobre todo al inicio o final de las vacaciones, cuando hay que vaciar la nevera y no se hace el esfuerzo de empaquetar y transportar los alimentos que han sobrado, o cedérselos a alguien que pueda consumirlos. Se están desarrollando aplicaciones de móvil para poner en contacto empresas, comercios y familias que tengan alimentos próximos a caducar o que no vayan a utilizarlos con consumidores finales dispuestos a comprarlos por precios reducidos. De momento, estas aplicaciones funcionan con grandes superficies y comercios como proveedores, si bien el desarrollo entre hogares es aún reducido. Estas aplicaciones pretenden facilitar también la donación de excedentes a entidades o instituciones benéficas.
Conviene destacar que el desperdicio de comida en la hostelería es, en general, muy pequeño. Hace mucho que los restaurantes y bares realizan importantes esfuerzos para enviar su comida sobrante a comedores sociales y bancos de alimentos.
Durante el confinamiento, se ha detectado un aumento de la concienciación de los consumidores con relación al desperdicio alimentario. Al comer mucho más en casa, hemos aprovechado mejor la comida y nos hemos dado cuenta de la cantidad que tiramos. Una encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios cifraba en un 32% la disminución en el desperdicio de alimentos en los hogares en este periodo. Una enseñanza positiva más que podemos sacar de estos tiempos de tribulación.
Todos debemos implicarnos en mejorar este problema. Las empresas del sector alimentario deben comprometerse, así como las que trabajan en la distribución y en la venta de alimentos. Pero debemos procurar una concienciación mayor de todos a la hora de gestionar nuestra nevera y nuestra despensa, haciendo un esfuerzo común por aprovechar bien todo comestible y donar lo que no podamos consumir a quien, incluso en nuestras opulentas y desarrolladas sociedades, pasa necesidad. Si logramos incorporar a la vida desarrollada a más y más ciudadanos del mundo y la población continúa creciendo, en unas pocas décadas será necesario aumentar la producción mundial de alimentos en más del 70% y es imprescindible que esto se haga con mucha mayor eficiencia y sin tanto desperdicio.
Si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí mismoFratelli tutti, papa Francisco
Pero en el fondo de todo sigue estando el problema moral que nos enseñaban nuestras abuelas. En su última encíclica, Fratelli tutti, el papa Francisco indicaba lo siguiente respecto al agua, pero que es perfectamente aplicable a la comida:
«Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo de conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano!».
Se dice que hay personas que se creen sus propias mentiras. Es una frase dura pero muy cierta. Muchos, quizá todos nosotros, fabricamos o somos inducidos a fabricar recuerdos.
Mantener un criterio independiente de la cambiante legislación, las corrientes ideológicas u otras variables ayudará tanto al avance de la ciencia como al enriquecimiento de leyes o ideologías.