La degradación es la gran amenaza para el espacio. Hasta 19.500 objetos flotan sobre nuestras cabezas y ninguna normativa internacional regula su lanzamiento incontrolado.
La degradación es la gran amenaza para el espacio. Hasta 19.500 objetos flotan sobre nuestras cabezas y ninguna normativa internacional regula su lanzamiento incontrolado.
La astronauta estadounidense Anne McClain es la presunta autora del primer delito espacial.
Los desechos galácticos ponen en peligro las comunicaciones y existe un alto riesgo de impacto.
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Estamos más vigilados que nunca. Los GPS, el wifi, los móviles, los ordenadores y, en general, cualquier dispositivo inteligente nos han convertido en seres ‘geolocalizados’, cuyos movimientos y acciones de cualquier tipo acaban siendo cazados sin remedio. Por eso, no es de extrañar que en esta era digital el ser humano busque cada vez más fórmulas para huir, esconderse y no ser ubicado, sobre todo, claro, cuando hay algo que ocultar.
Anne McClain se ha buscado el lugar más original para cometer «una fechoría»: el espacio. La astronauta estadounidense ha tenido la genial idea de intentar acceder a las cuentas bancarias de su expareja, la militar Summer Worden (con la que se encuentra inmersa en un proceso de separación y custodia por un hijo de 6 años) desde el ordenador de la agencia espacial estadounidense. Pero ni siquiera a 400 kilómetros de la Tierra ha conseguido escapar del radar de la geolocalización y ¡la han pillado!, convirtiéndose en la presunta autora de lo que podría considerarse el primer delito espacial en la historia de la NASA, puesto que su expareja la ha acusado de robo de identidad (por usar para ello la contraseña que ambas habían compartido durante años) y acceso indebido a registros financieros confidenciales.
La astronauta defiende su inocencia y alega que lo hizo por asegurarse de que las finanzas de la familia y, por lo tanto, del niño por cuya custodia se pelean, estaban en orden. Pero el caso está siendo investigado como el primer delito espacial desde que comenzara la carrera por colonizarlo, allá por los años 50.
Y ¿quién se hace cargo de este tipo de delitos? ¿Hay leyes para regular estos y otros actos delictivos en el espacio? Y, sobre todo, ¿qué se puede considerar un delito espacial?
El primer marco legal para regular las actividades «extraterrestres» se remonta al año 1967. El Tratado del Espacio Exterior, ratificado por 103 Estados, establece que este debe regirse por la ley internacional, que no hay ningún Estado soberano sobre el espacio ni sobre ningún objeto celeste, que estos no pueden ser usados para otra finalidad que no sea la pacífica, que los Gobiernos de cada Estado serán los responsables de las actividades de sus compañías y que no se podrá reclamar como propiedad ni vender ningún objeto celeste.
No hay ningún Estado soberano sobre el espacio ni sobre ningún objeto celeste
En el caso de McClain, si se demostrara el delito, al producirse en la estación norteamericana, la astronauta sería juzgada a la vuelta, bajo la jurisdicción de su país. ¿Pero qué ocurrirá cuando el espacio empiece a convertirse en un destino frecuente para turistas millonarios y lunáticos en busca de experiencias “extraterrícolas”? ¿Quién controlará la delincuencia en un hotel espacial? Y, sobre todo, ¿quién se hará responsable del deterioro, la degradación y la basura que eso genere, que es, hoy por hoy, la verdadera amenaza para el espacio?
Hasta 19.500 objetos flotando sobre nuestras cabezas contabilizó el pasado mes de junio la Oficina del Programa de la NASA de Restos Orbitales. Una cifra que supera en un millar los de 2018 y que puede aumentar considerablemente en los próximos años, puesto que grandes empresarios como Elon Musk, el fundador de la empresa de coches eléctricos Tesla, y Jeff Bezos, el dueño de Amazon, están empezando a instalar redes de pequeños satélites o megaconstelaciones para expandir la banda ancha en todo el mundo y aumentar, con ello, la potencia geolocalizadora sobre todos nosotros. Y, sin embargo, no hay ninguna normativa internacional que regule el lanzamiento incontrolado de objetos al espacio.
Más allá del riesgo de las interferencias en nuestras comunicaciones, está el de que ver caer basura espacial sobre nuestras cabezas
Esta misma semana, la directora de la Oficina de Naciones Unidas para el Espacio, Simonetta Di Pippo, alertaba de la gran preocupación que existe en la comunidad internacional por la amenaza para las comunicaciones en la Tierra que suponen estos desechos galácticos y el alto riesgo de impacto entre ellos.
Quizá más de un enemigo de la geolocalización se sienta aliviado con la idea de tener una tregua en esta dinámica actual de vivir permanentemente vigilados. Pero, más allá del riesgo de las interferencias en nuestras comunicaciones, está el de ver caer basura espacial sobre nuestras cabezas. Y mucho más allá y, sobre todo, la amenaza de transformar el espacio en lo que ya hemos convertido la Tierra: un vertedero.
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