Manuel Alfonseca | 12 de junio de 2019
Los medios de comunicación vuelven a exagerar sus resultados. Esta vez, con los viajes hacia el pasado.
En sus Confesiones (Libro XI, capítulo 14), san Agustín escribió estas palabras, que hoy mantienen toda su vigencia:
¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo séSan Agustín
En la situación actual de nuestros conocimientos científicos y filosóficos, seguimos sin saber lo que es el tiempo.
Para la filosofía clásica y para la ciencia de Newton, el tiempo es una propiedad del universo. Existiría, por lo tanto, un «tiempo absoluto».
Para Kant, el tiempo es «una forma a priori de la sensibilidad humana» (o sea, una especie de recipiente mental al que se adaptan nuestras experiencias sensoriales).
Para Einstein, el tiempo es relativo al estado de reposo o movimiento de cada objeto físico. No existe, por tanto, un tiempo absoluto.
Para la teoría cosmológica estándar, para cada objeto físico sí es posible definir un tiempo cósmico absoluto, que mide la distancia temporal desde el Big Bang hasta la actualidad.
Para la teoría A del tiempo (utilizando la nomenclatura de J.McTaggart), el flujo del tiempo es parte de la realidad. El pasado ya no existe. El futuro aún no existe. Solo existe el presente. Si la teoría A es correcta, los viajes hacia el pasado son imposibles, porque no se puede viajar a lo que no existe.
Para la teoría B del tiempo, el fluir del tiempo es una ilusión. Pasado, presente y futuro existen simultáneamente, solo que para cada uno de nosotros el pasado ya no es accesible directamente, y el futuro todavía no lo es. Einstein adoptó la filosofía B del tiempo. En una carta de pésame escribió esto, para consolar a su interlocutor por la pérdida de un ser querido:
La distinción entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión, aunque persistenteAlbert Einstein
Por otra parte, existe el concepto de «flecha del tiempo», propuesto en 1927 por Arthur Eddington, del que existen diversas variantes:
– La flecha termodinámica, la del segundo principio, que afirma que en un sistema aislado termodinámicamente la entropía (que mide la desorganización de la energía) siempre aumenta.
– La flecha cosmológica, pues el universo tiene su origen en el Big Bang y, a partir de ahí, evoluciona continuamente.
– La flecha psicológica, que nos permite distinguir el pasado del futuro.
Hace unas semanas, algún medio de comunicación ha lanzado las campanas al vuelo afirmando que un equipo de rusos había conseguido invertir el flujo del tiempo en el laboratorio, enviando un electrón al pasado. Pocos días después, la noticia se había desinflado. Como de costumbre, los medios de comunicación han pinchado respecto a una noticia científica, aunque la culpa no es siempre exclusivamente suya, porque a veces los científicos utilizan la facilidad de comunicación actual para exagerar sus resultados y aumentar el impacto mediático de sus investigaciones.
Lo primero que hay que señalar es que el artículo en cuestión, que describe el experimento, estaba publicado en arXiv desde hace más de un año, por lo que no se entiende por qué, súbitamente, se ha convertido en alimento para las exageraciones periodísticas.
En segundo lugar, lo que describe este artículo no es un experimento realizado en un laboratorio, como ha dicho algún medio, sino una simulación en un ordenador. No ha habido, por lo tanto, un viaje al pasado, sino una simulación de algo que ni siquiera es un viaje al pasado, como veremos a continuación.
En tercer lugar, lo que describe el artículo es el paso de un electrón de un estado más probable a otro menos probable. O sea, una supuesta transgresión del segundo principio de la termodinámica. Ya sé que hay quien identifica (incorrectamente, a mi juicio) la flecha del tiempo termodinámica con el flujo del tiempo. Esta identificación dista mucho de estar demostrada.
En cuarto lugar, el artículo y su divulgación en los medios ponen mucho empeño en señalar que la simulación se llevó a cabo en un ordenador cuántico de IBM. Este detalle es irrelevante, pues un ordenador cuántico, como demostró Alan Turing hace más de 80 años, solo puede resolver los mismos problemas que un ordenador ordinario. Lo que sí puede hacer (aunque esto aún no se ha comprobado) es resolver algunos problemas mucho más deprisa, pero no tiene capacidad para resolver problemas nuevos.
Sirva este ejemplo de lección para que los medios procuren no lanzar las campanas al vuelo en el campo científico en cuanto ven la posibilidad de ponerle a la noticia un titular de impacto, pues generalmente dicho titular no corresponde a la realidad.