Agustín Domingo Moratalla | 12 de agosto de 2019
El transhumanismo se utiliza para describir una época nueva de la historia que habrá superado y desbordado un tiempo antiguo: el de los “humanismos”.
Lo más importante está en la previsible despersonalización del mundo de la que se nutre.
La Asociación Transhumanista Mundial quiere dotar de credibilidad este nuevo materialismo.
El transhumanismo se ha convertido en un término familiar en la cultura contemporánea y cada vez tiene más ocupados a los divulgadores de los conocimientos científicos. Para quienes no estén familiarizados con el término, se utiliza para describir una época nueva de la historia que habrá superado y desbordado un tiempo antiguo (el de los “humanismos”), gracias a los avances que habrán producido las tecnologías aplicadas a todos los ámbitos de lo que hasta ahora llamamos “vida humana”.
La cultura del siglo XXI tiene que medirse ante los desafíos del transhumanismo y reconstruirse desde lo que podríamos llamar ‘la cuestión antropológica’
Al focalizar las dinámicas del conocimiento y su aplicación en esta dirección, se genera un nuevo horizonte utópico con el que promover trayectorias para un “verdadero” progreso de la humanidad. Como si hasta ahora los avances científicos y sus aplicaciones hubieran sido simples progresiones o avances instrumentales.
Con el desciframiento del genoma, las nanotecnologías, las técnicas de neuroimagen y las posibilidades de la inteligencia artificial, el transhumanismo puede llegar a ser mucho más que la nueva “bio-ideología” del siglo XXI. Se puede convertir en la nueva utopía que deje atrás todo lo azaroso, lo imperfecto, lo doloroso, lo sacrificial y lo vulgar de “lo humano” ante el advenimiento de “lo poshumano”.
La Asociación Transhumanista Mundial
Aunque puede conocerse en la aplicación de los conocimientos científicos a campos tan diferentes como la biología, la genética, la neurología o la robótica, sus promotores han creado un movimiento con el que integrar todas especialidades que se llama Asociación Transhumanista Mundial. No solo quieren agrupar y promover todas las iniciativas encaminadas a la mejora de la especie humana, sino de legitimar, hacer plausible y dotar de credibilidad socio-política este nuevo materialismo prometedor.
Para ello también están dispuestos a reinterpretar el pasado, porque se sienten continuadores de la mejor tradición humanista que buscaba la tolerancia, la libertad, la racionalidad y, por supuesto, el progreso científico, técnico y político. Desde Julian Huxley a R. Kurzweil, pasando por Nick Bostrom o Julian Savulescu, estos investigadores promueven un supuesto horizonte de mejora del ser humano porque, además de eliminar el envejecimiento y aplicar el diseño inteligente a la genética humana, comparten un programa de mejora de las capacidades físicas, psíquicas e intelectuales de la humanidad.
A diferencia de otras utopías que se nutrían de lo que se llamó la “cuestión social”, esta se nutre de lo que llamamos “cuestión antropológica”. De la misma forma que la cultura del siglo XIX tuvo que enfrentarse a la “cuestión social” reclamada por el movimiento obrero, la cultura del siglo XXI tiene que medirse ante los desafíos del transhumanismo y reconstruirse así desde lo que podríamos llamar “la cuestión antropológica”.
Pero lo más importante de este desafío antropológico no está en el carácter primermundista (a); tampoco en el carácter culturalmente estructural de la propuesta (b). Ni siquiera está, tampoco, en su utilización para todos los nuevos proyectos de ingeniería social (c). Lo más importante está en la previsible despersonalización del mundo de la que se nutre (d).
Aunque haya variantes democráticas e igualitaristas, las aplicaciones, desarrollos y oportunidades de los programas de mejora no llegan por igual a todas las partes de la humanidad. Están localizados en determinadas zonas del primer mundo y zonas con determinado poder adquisitivo. Deberíamos preguntarnos si la incentivación del programa transhumanista hace perfectos y “singulares” solo a unos pocos y no a toda la humanidad.
La propuesta tiene un carácter estructural, porque responde a las tras preguntas con las que Kant respondía a la pregunta por el hombre: “¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me está permitido esperar?” El transhumanismo focaliza la investigación y aplicación científica, porque abre nuevas posibilidades para la mente humana, dinamiza las capacidades y estimula la voluntad de poder como capacidad.
Además, las posibilidades de mejora instrumental, curación o perfeccionamiento de la naturaleza humana no se presentan como “opción” sino como “obligación” de la comunidad de investigación. En lugar de aplicar el principio de responsabilidad de Hans Jonas en términos de precaución, prudencia y espera, se aplica en términos de ilusión, fantasía y esperanza.
Además del conocimiento y la acción, los optimistas programas de mejora se presentan como religiones de sustitución. De esta forma, las políticas públicas se ven forzadas a invertir en programas que plantean expectativas de mejora genética o biológica permanente.
Con ello, el conjunto de la opinión pública termina legitimando de manera indolora programas de eugenesia liberal. En lugar de fortalecer programas que incentiven la humildad, la responsabilidad y la solidaridad entre los seres humanos, las políticas públicas promueven el deseo, el capricho y la atomización social.
El transhumanismo se nutre de la despersonalización del mundo que estamos fomentando cuando nos pensamos como “individuos” y no como “personas”. Como sostienen autores tan distintos y distantes como E. Mounier, J. Maritain, G. Marcel, X. Zubiri o A. MacIntyre, no solo somos “agentes”, también somos “actores” y “autores”.
Aquí la ética del personalismo comunitario tiene todo un programa de actuación pendiente cuando planteamos la “realidad personal” como “interioridad apasionada”. Con ello no solo estamos dignificando el cuerpo y la intimidad, sino promoviendo una antropología del cuidado capacitante basada en una “síntesis humanista” que evite la desnaturalización de la voluntad, la descorporalización de la inteligencia y la desdiferenciación de la sexualidad. Esta es otra historia que tendrá que ser contada en otra ocasión.