Javier Arjona | 15 de mayo de 2019
El planeta necesita un cambio radical como consecuencia directa de la acción humana.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) acordó en Junio de 2010 la creación de un organismo reconocible por la comunidad científica y las entidades políticas, que velara por la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica. Dicho organismo se marcó como objetivo fundamental la recopilación, síntesis y análisis de información sobre biodiversidad para facilitar a los gobiernos legislar sobre la protección de la biodiversidad del planeta e impulsar, en caso necesario, la puesta en marcha de planes y medidas correctoras. Pocos meses después nacía la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), que en Abril de 2012, en sesión plenaria de la Asamblea General de Naciones Unidas, era oficialmente respaldada por casi un centenar de gobiernos de todo el mundo.
Han transcurrido siete años desde entonces, y el trabajo del IPBES ha ido sacando a la luz la dramática situación en que se encuentran ecosistemas y especies, animales y vegetales, como consecuencia directa de la acción humana. Hace apenas unos días se ha presentado en París un resumen del informe que este organismo auspiciado por la ONU acaba de elaborar, en el que habla de una forma directa de un impacto sin precedentes en la historia de la humanidad, que, además de afectar gravemente al medio ambiente, acabará repercutiendo en la economía global del planeta. El resumen del informe de 1.800 páginas, que ha tardado tres años en ser elaborado, no deja lugar a interpretaciones: de los ocho millones de especies existentes en la Tierra, un millón están ya en peligro de extinción.
El problema radica en el rápido crecimiento de una población mundial que desde 1970 se ha multiplicado por dos mientras la economía lo ha hecho por cuatro y el comercio internacional por diez. La demanda creada para atender estos ratios de crecimiento ha provocado, por citar algunos indicadores, la desaparición de 100 millones de hectáreas de bosque tropical, la pérdida del 87% de los humedales existentes a comienzos del siglo XVIII o la reducción de la productividad de la superficie terrestre en un 23% por degradación de los suelos. A su vez, la contaminación plástica se ha multiplicado por 10 desde 1980, mientras se descargan en ríos y océanos entre 300 y 400 millones de toneladas de desechos cada año.
En el documento resumen se explica cómo el 66% de los ecosistemas marinos han sufrido un proceso constante de deterioro. El 33% de las especies de mamíferos marinos, e idéntico porcentaje de formaciones coralinas de arrecife, están en peligro de extinción. En 2015 un tercio de los recursos pesqueros marinos se estaban explotando de forma insostenible, y no es un secreto que en el océano Pacífico una gran isla de plásticos, de tamaño creciente, ocupaba ya en 2018 una superficie equivalente a Alemania, Francia y España, con 1.8 billones de piezas de plástico y un peso estimado de 80.000 toneladas.
La basura marina perjudica a unas 600 especies. El 15% de las que ingieren o se enredan con esos desechos están en peligro de extinción.
El 8 de junio es el #DíaMundialDeLosOcéanos.@ONUMedioAmb: https://t.co/UPP7aj38pu#MaresLimpios pic.twitter.com/v2HMi4jHH0— Naciones Unidas (@ONU_es) June 7, 2018
El duro informe publicado por el IPBES no es un documento más. Ha sido elaborado por cerca de 140 expertos de 50 países, y en el estudio han colaborado más de 300 especialistas de medio mundo para sacar a la luz datos recogidos de forma sistemática desde 2005. Si a esta grave amenaza se suma el calentamiento global por efecto de los gases de efecto invernadero, que lleva varios años siendo documentado en los informes de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), nos estamos situando en medio de la tormenta perfecta.
La buena noticia es que el informe del IPBES señala un rayo de esperanza al exponer que la situación se podría revertir si se comienza a actuar de manera inmediata a nivel local y global. No cabe duda de que es imprescindible cambiar el modelo económico actual por otro realmente sostenible, libre de emisiones de CO2, que no consuma los recursos del planeta y que no genere el tremendo nivel de residuos actual. Y aquí radica el principal problema. Los intereses de empresas y gobiernos muchas veces son contrapuestos con este nuevo paradigma, por lo que las acciones que se ponen en marcha carecen de entidad.
De los ocho millones de especies existentes en la Tierra, un millón están ya en peligro de extinción.
Es importante alarmar a la sociedad y a los políticos con este problema. El objetivo para la humanidad ya no está en que a nivel doméstico se recicle a partir de la buena voluntad de algunos ciudadanos y que poco a poco estas medidas, de abajo arriba, vayan creando una cierta conciencia global. No solo es hipócrita que los gobiernos traten de poner la responsabilidad en los ciudadanos, sino que además ya no hay tiempo para ello. La solución ahora pasa por comenzar, sin mayor dilación, un cambio drástico y radical, de arriba abajo, en el que los gobiernos comiencen a legislar marcando el camino del desarrollo sostenible a empresas y ciudadanos.