Javier Pérez Castells | 16 de abril de 2020
Los expertos se afanan en descubrir la razón por la que dos personas de la misma edad y estado pueden seguir cursos tan diferentes en la enfermedad.
Nadie ha conseguido todavía saber la razón que lleva a una persona infectada por coronavirus a padecer una enfermedad leve o grave. No nos referimos a la mayor o menor probabilidad debido a la edad o condición de salud. Tampoco nos referimos a los indicadores de pronóstico que se están utilizando a partir de análisis de sangre. Una elevada creatinina, ferritina o dímeros D, por ejemplo, no auguran nada bueno sobre el paciente. Lo que querríamos desentrañar es la razón por la que dos personas de la misma edad y estado pueden seguir cursos tan diferentes en la enfermedad. Tan solo sabemos algunas cosas indiciarias, vamos a resumirlas:
Los pacientes leves suelen tener grandes cantidades de virus en la garganta que no descienden por las vías respiratorias. Estos son los que pierden los sentidos del olfato y del gusto, por estar situados muy cerca del foco infeccioso. Suelen tener poca fiebre durante dos o tres días y, en ocasiones, comienzan con un fuerte dolor de garganta que dura tan solo unas horas. El principal problema es que la concentración viral en la garganta es tal que se convierten en grandes contagiadores. Su respiración, su tos y estornudos portan muchas partículas virales. El uso de mascarilla es en estos casos muy importante.
Cuando el virus desciende a las vías respiratorias, empiezan los problemas respiratorios, la sensación de ahogo, la inflamación y la fiebre, que puede subir más. En personas mayores es frecuente que no haya fiebre y la enfermedad siga silente. Su vida tranquila les impide notar la dificultad respiratoria. La saturación de oxígeno en sangre baja y puede no ser advertido. Esto puede ocurrir incluso si el virus sigue bajando y provocando neumonía.
No hay norma para saber por qué mi amigo Jaime lo pasó siguiendo el primer modelo y, sin embargo, Javier ha estado tres semanas en cama con fiebre y ha terminado con una neumonía bilateral. Ambos son de mi quinta, sanos y de vida muy saludable. Nadie lo sabe, pero se aventuran algunas opciones:
En primer lugar, podría ser la cantidad de virus que captamos al infectarnos. A mayor carga viral inicial, podría producirse un peor pronóstico. Otra cosa de la que se ha hablado es de la genética más o menos favorable en función de la expresión de la enzima ACE, que es a la que se agarra la proteína de los piquitos del virus. Hay un estudio que dice que algunos tipos de sangre pueden favorecer más la interacción de la proteína del virus con ese receptor ACE de la angiotensina. La sangre de tipo A sería peor que la de tipo cero.
La situación del sistema inmune del paciente es indudablemente importante. En principio, las mujeres tienen un sistema inmune mejor y quizás detrás de eso está la razón por la que el empeoramiento es mucho más frecuente en hombres que en mujeres (la tasa de mortalidad es un 40% mayor en hombres). Por cierto que, además de eso, los hombres se infectan algo más frecuentemente, pero eso se ha achacado a diferencias en estilo de vida, como el menor aseo de las manos (somos menos limpios, vaya).
Para retornar a la vida normal será necesario detectar gente inmunizada o nunca infectada. Y masivamente…
Otro dato interesante es el que se refiere a inmunizaciones previas. En algunos países, hay programas universales de vacunación contra alguno de los bacilos más antiguos de la tuberculosis. Con esas vacunas parece que se podrían proteger de infecciones las vías respiratorias bajas y son países que están desarrollando menos casos y menos fallecimientos. Esta vacunación no se realiza en casi ningún país europeo. Esta causa parece poco fiable, pues también se trata de países más cálidos, lo que puede ser la causa de la lentitud de transmisión del virus.
Tras la neumonía, que sería la segunda fase de la enfermedad, algunos pacientes pasan a la tercera fase, que comienza con la tormenta de citoquinas, estas pequeñas proteínas que son una señal para el sistema inmune adaptativo. El disparo en la aparición de macrófagos transcurre como una respuesta desordenada y excesiva. Aquí sí, la edad y las patologías previas marcan mucho la probabilidad de entrar en esta fase. De ahí los intentos denodados por intentar evitar la tormenta que frenaría el paso a la tercera y más grave situación de la enfermedad. Porque en ella comienza la destrucción del tejido pulmonar y es la que conduce al fallecimiento. Sin tormenta de citoquinas, la necesidad de UCI se aliviaría, el tiempo de curación se acortaría y no quedarían pacientes curados con secuelas por daño pulmonar.
Los fármacos que podrían ayudar son los utilizados para evitar esta tormenta, que es común a otras infecciones y en determinados tratamientos antitumorales. Así, en los enfermos tratados con las nuevas terapias inmunológicas (CAR-T) es frecuente este inconveniente y hay fármacos en desarrollo para evitarlo. Se están empezando a estudiar para los enfermos de COVID-2.
Un par de pequeños apuntes para terminar. Respecto a los análisis serológicos que se están empezando a hacer para determinar el estado de la infección de una persona y su eventual inmunización, les dejo el siguiente cuadro. Se indican los resultados esperables según se hagan test de PCR, rápidos o serológicos de sangre. Para retornar a la vida normal será necesario detectar gente inmunizada o nunca infectada (sería necesario hacer ambos tipos, de carga viral y de sangre). Y masivamente…
Otra cosa, los hospitales están menos saturados. No hay que apurar en casa si uno se encuentra muy mal por la infección. Muchos pacientes jóvenes tardan más en recuperarse por acudir al hospital demasiado tarde. Allí, les ventilan, les dan antibióticos (para prevenir infecciones bacterianas oportunistas) y corticoides para disminuir la inflamación. Además, quizá algún retroviral. Eso mejora la situación, es importante ir cuando se debe ir, ante dificultades respiratorias.
Las próximas semanas serán terribles en España, pero la pandemia de coronavirus podría ser algo más corta de lo que dicen los científicos más pesimistas.
Los estudios para encontrar una vacuna, la mejora de los tratamientos, la llegada del calor… hay motivos para la esperanza frente al coronavirus.