Marcelo López Cambronero | 17 de marzo de 2021
Ilya Prigogine merece ser considerado como el científico más importante de la segunda mitad del siglo XX por sus reflexiones sobre el sentido del tiempo y su influencia sobre nuestras concepciones de la ciencia, de la realidad y de la evolución de las sociedades.
El 15 de marzo de 1955 fallecía el mejor amigo de Albert Einstein, el ingeniero suizo Michele Besso. Con motivo del óbito, Einstein escribió estas extrañas líneas de consolación a la hermana de Besso: «Michele se me ha adelantado en dejar este extraño mundo. Es algo sin importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión, por persistente que esta sea». Las palabras, cuidadosamente escogidas, dejan ver una de las creencias más firmes del padre de la Teoría de la Relatividad: la irrealidad del tiempo, concretamente, de lo que se viene a denominar «la flecha del tiempo».
Según la física clásica, el tiempo no existe más que en apariencia. Así, las leyes que gobiernan la naturaleza son necesarias, no están sometidas a las mutaciones del devenir y, por lo tanto, en la verdadera realidad que descubre la ciencia no cabe hablar ni del pasado, ni del presente, ni del futuro. De la misma manera que creemos que el tiempo avanza en una cierta dirección, en un universo paralelo en el que fuese la contraria, las leyes se cumplirían exactamente igual, sin verse afectadas en absoluto: indómitas, incansables, insobornables… El tiempo, pues, no existe.
Pero Einstein estaba groseramente equivocado.
En 1977, la Real Academia de las Ciencias de Suecia concedía el Premio Nobel de Química a Ilya Prigogine por su descubrimiento, diez años antes, de las «estructuras disipativas». Más allá de este logro, que en buena medida está en la base del resto de sus hallazgos, Prigogine merece ser considerado como el científico más importante de la segunda mitad del siglo XX por sus reflexiones sobre el sentido del tiempo y su influencia sobre nuestras concepciones de la ciencia, de la realidad y de la evolución de las sociedades.
Si desde Newton se había creído que la naturaleza mantenía fundamentalmente estados de equilibrio que se podían describir y predecir con las citadas leyes inmutables y estrictas, y que los desequilibrios eran excepcionales, Prigogine demostró con una extraordinaria batería de pruebas y argumentos que la realidad era muy distinta: un mundo cambiante dominado por la probabilidad y en el que el equilibrio era más bien una rara situación siempre en peligro de desestabilizarse.
Los estados de la naturaleza, afirma el gran químico ruso yendo más allá de Jacques Monod en su conocido Azar y Necesidad, evolucionan de una manera supuestamente predecible hasta que se produce lo que él denomina «bifurcaciones», momentos en los que se da un cambio. Este cambio puede suceder de distintas maneras, y que se produzca de una o de otra es una cuestión estocástica que no cabe determinada de antemano: hay un antes y un después, existe la flecha del tiempo y, como solemos pensar en nuestra vida cotidiana, el futuro no está escrito.
Estamos redescubriendo el tiempo, pero es un tiempo que, en lugar de enfrentar al hombre con la naturaleza, puede explicar el lugar que el hombre ocupa en un universo inventivo y creativoIlya Prigogine, ¿Qué es lo que no sabemos?
Las consecuencias de esta nueva manera de comprender la ciencia son descomunales, especialmente para la descripción de las estructuras biológicas. La materia se autoorganiza y, al hacerlo, nos sorprende, nos trae novedades que pueden llegar a construir un nuevo mundo. El trabajo del hombre, su comprensión de todo lo que nos rodea, no acabará nunca.
La perspectiva que nos muestra Prigogine concuerda sobremanera con nuestra experiencia de la evolución de los sistemas sociales y es hora de que los políticos, los economistas, los filósofos e incluso los teólogos la tengan presente en sus investigaciones.
Observamos cómo en las sociedades existen estados de equilibrio más o menos persistentes que están siempre en relación con modulaciones que surgen en sus periferias y que pueden, en un momento dado, afectar a todos los procesos, modificándolos. Un hecho en apariencia aislado, como el suicidio a lo bonzo del joven Mohamed Bouazizi en la ciudad de Sidi Bouzid, una localidad tunecina olvidada para Occidente, es capaz de dar lugar a un movimiento internacional como la Primavera Árabe, que pone en jaque a instituciones que se consideraban consolidadas, derriba gobiernos en apariencia sólidos y remueve todo el panorama internacional, generando nuevas situaciones sociales y políticas que todavía no conseguimos comprender.
El mundo es un enjambre en movimiento que gira fuera de nuestro control y la política ya no consiste únicamente en la atención a los indicadores económicos para mantener una estabilidad con mejoras paulatinas, como se pensó a finales del siglo XX. Ahora hay que observar las nuevas corrientes, los mutaciones en el sentir y pensar de las gentes, las ligeras transformaciones de la cultura que toman fuerza hasta imponerse, y el gobierno requiere de personas capaces de recoger los flujos sociales para orientarlos hacia nuevos equilibrios que no fracturen la convivencia.
Cuanto más exploramos el universo, más nos topamos con el elemento narrativo, presente a todos los nivelesIlya Prigogine, ¿Qué es lo que no sabemos?
Por otra parte, la innovación tecnológica hace que las ondas del cambio ya no sigan una estructura basada en la lógica de la geografía, sino que la novedad que nace en un lugar se puede trasladar de forma instantánea a miles de kilómetros de distancia, de tal manera que las acciones, los gestos y las ideologías se hacen presentes aquí y allá sin que haya manera de saber con antelación cuál será su importancia ni, por lo tanto, conocer el futuro.
Los filósofos insistimos, una y otra vez, en que estamos ante una época de cambio, y tendemos a pensar que el terremoto cultural que ha causado la posmodernidad acabará por encauzarse hasta desembocar en un nuevo equilibrio. No me cabe duda de que este será posible, es más, de que predomina una situación de estabilidad, solo que de una estabilidad elástica. Los años venideros no alumbrarán un mundo más fácil de analizar y esquematizar, no vendrán sociedades con fundamentos duraderos. Hemos de acostumbrarnos a las tensiones, a las fluctuaciones, a los desequilibrios, a una constante innovación y, por lo tanto, a convivir con la incertidumbre y la tensión.
Durante siglos hemos intentado congelar la realidad reduciéndola a leyes e instituciones permanentes: habrá que asumir ahora que la vida inevitablemente siempre se abre camino y, con ella, el renacer y el peligro.
La conciencia da significado a lo que somos, lo que queremos, nuestro lugar en el mundo, toda nuestra experiencia.
Un científico que dio al traste con las teorías de la física clásica, abrió el campo de la mecánica relativista y ofreció una visión más universal al funcionamiento del mundo que nos rodea.