Javier Pérez Castells | 18 de junio de 2020
La devastación social y económica que ha dejado esta crisis nos debería hacer aprender. ¿Cómo prepararnos para evitar o, en su caso, luchar contra las pandemias que puedan venir?
El trabajo investigador durante la pandemia del coronavirus ha sido brillante. Se tardó poco más de un mes en tener la secuencia completa del virus. Se establecieron todos sus genes y proteínas, así como su estructura tridimensional. Los esfuerzos en pos de la vacuna llevan un ritmo absolutamente desconocido hasta la fecha y el desarrollo de fármacos antivirales también ha sido acelerado. Sin embargo, habremos de reconocer que lo que realmente nos va a hacer salir de esta pandemia es fundamentalmente el ciclo natural del virus. Y la limitación de sus consecuencias se va a deber a las medidas de confinamiento, que no son precisamente novedosas.
En este sentido, se han estimado en 3 millones las vidas salvadas en Europa gracias a estas medidas (aunque sería bueno perfilarlas mejor para evitar hacer pasar a la población por un castigo excesivo si la situación se repite). Por otro lado, el rápido aprendizaje clínico permitió desarrollar protocolos de tratamiento que redujeron los fallecimientos y la gravedad de la enfermedad. En especial, por dos hallazgos: el uso de corticoides y otros antiinflamatorios, y los tratamientos anticoagulantes.
Pensemos en el futuro. ¿Cómo prepararnos para evitar o, en su caso, luchar contra las pandemias que puedan venir?
La pandemia, como su nombre indica, es global. Por tanto, si verdaderamente en China se corrieron riesgos innecesarios o sucedieron cosas que debieran ser investigadas, no puede haber barreras políticas y administrativas que lo impidan. Los protocolos de seguridad, las investigaciones que deban ser o no autorizadas no pueden ser decisiones locales, puesto que se ha evidenciado que sus consecuencias nos afectan a todos.
Vamos a hacer un recorrido rápido desde aspectos más científicos hasta cuestiones más políticas que se deberían cuidar para el futuro. Respecto a la investigación en sí, la virología se ha transformado en una prioridad. Aunque sepamos cómo es el virus hasta en sus más mínimos detalles, desconocemos muchos aspectos de su funcionamiento en nuestro organismo. Sabemos cómo infecta, pero no sabemos qué mecanismos moleculares y clínicos conducen al empeoramiento de la enfermedad, el disparo de la tormenta de citoquinas, la alteración de los procesos de coagulación, los efectos dermatológicos y gástricos, la posible penetración por la barrera hematoencefálica que ha producido leves pérdidas de memoria en pacientes más graves… En definitiva, es necesario desvelar el funcionamiento y uso de todos y cada uno de los genes del virus. Pero estos trabajos no solo se hacen imprescindibles con el coronavirus actual. El próximo patógeno podría ser un virus de gripe, ébola u otro desconocido. Se trata de aumentar el conocimiento de estos organismos en general para acelerar la respuesta.
Uno de los aspectos que menos ha funcionado es el hallazgo de fármacos antivirales. Quizá esta pandemia pueda servir para reflexionar sobre el larguísimo y costosísimo proceso para la aparición de nuevos fármacos. Los retrovirales son fármacos que por su naturaleza quedan obsoletos rápidamente, al tratarse de moléculas que interaccionan con organismos que evolucionan de forma muy rápida. Con la pandemia actual, hemos visto que es impensable descubrir fármacos nuevos a la velocidad requerida y tan solo podemos probar compuestos ya conocidos, sin que haya habido un éxito rotundo hasta ahora. El desarrollo de terapias para el tratamiento de la enfermedad COVID-19 ha ido bien, pero todo debe reposarse, hacer protocolos y estudiar si son generalizables a tratamientos de otras enfermedades víricas. Muchos de estos virus son respiratorios. Investigar en tratamientos de síndromes respiratorios siempre será útil.
A pesar del impresionante desarrollo de test para la detección de la carga viral (PCR), de los anticuerpos (serología) o de proteínas del virus (test rápidos), no disponemos a día de hoy de un procedimiento perfecto para detectar los contagios. Incrementar la investigación es esencial, para tener capacidad de desarrollo de test fiables, baratos y rápidos. Ha sido una de las grandes carencias en esta pandemia, en especial en España.
Otra cuestión a desarrollar es el uso de inteligencia artificial y el análisis masivo de datos orientados al control clínico-epidemiológico de enfermedades de este tipo. Nos hemos puesto muy garantistas con nuestra intimidad, y yo el primero. ¿Qué hubiera sucedido si la mortalidad del virus hubiera sido 10 veces superior? ¿Y si hubiera afectado, como hace la gripe, a los niños y adolescentes de forma especialmente grave? Quizá entonces el rastreo por móvil de los contactos no nos hubiera parecido tan mal. En Corea lo han utilizado y ha funcionado muy bien. Otra cosa es que tengamos preparados los aspectos legales necesarios. Que un gobernante pueda decretar el estado de alarma y tomar medidas limitadoras de las libertades sin intervención del Poder Judicial resulta extraño, por decirlo con suavidad.
Respecto a los materiales de protección y el equipamiento de los mismos por parte de los sistemas sanitarios y residencias de ancianos, es indudable que urge una política nacional de aseguramiento del suministro desde producción local. No se puede depender en esto de fabricantes lejanos y no se pueden repetir cifras de sanitarios infectados tan escandalosas. Deberíamos contar con un almacenamiento preventivo de equipos y con capacidad de fabricación de los mismos. Esto incluye también los productos químicos sanitarios (hubo días en que ni siquiera se podía encontrar alcohol en las farmacias).
El desmantelamiento del Ministerio de Sanidad ha evidenciado la incapacidad de asumir el control y la competencia de una situación grave y excepcional. No acabo de ver las ventajas de tener 17 sistemas sanitarios diferentes, que hasta utilizan distintos calendarios de vacunación, pero al menos se deberían tener protocolos para poder tomar decisiones nacionales. Un centro de emergencias bien armado y con un panel de expertos adecuado quizá hubiera tenido la fuerza de proponer medidas a tiempo. No se hubieran perdido los diez días claves de marzo en los que la pandemia explosionó calladamente, mientras nuestros dirigentes estaban a otras cosas. Hubiéramos transcurrido por esta crisis como Portugal o Grecia, en lugar de haber encabezado las cifras relativas de infectados y fallecidos. Y, con un ministerio mejor organizado, estas cifras de infectados, fallecidos, hospitalizados, altas, UCI, etc., quizá tuvieran un mínimo de coherencia. España también tiene el dudoso honor de ser el país con más diferencia (absoluta) entre el exceso de mortalidad respecto al año pasado y la cifra oficial de fallecidos por COVID, 17.200 personas, un 76%.
La devastación social y económica que ha dejado esta crisis nos debería hacer aprender. Quizá la siguiente pandemia sea más grave, pero nos coja preparados gracias a lo aprendido ahora. A todo se le encuentra significado con el tiempo.
Aunque el virus deje de ser una grave amenaza, el desarrollo de una vacuna es esencial para aplicarla a los vulnerables, prepararnos para nuevos rebrotes y aprender de cara a futuras pandemias.
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