José Luis Velayos | 22 de agosto de 2020
Reirse es un buen escape psicológico ante las preocupaciones y agobios de la vida.
La sonrisa, y sobre todo la risa, característica del ser humano, provoca eliminación de endorfinas; constituyen un buen escape psicológico ante las preocupaciones y agobios de la vida.
El buen humor, como decía Hipócrates, tiene efectos curativos. En efecto, muchos síntomas mejoran con el buen humor. La enfermedad tiene mejor pronóstico en el optimista que en el pesimista.
El humor cambia con la edad. Los niños, por ejemplo, se ríen de las caídas, de los tropiezos. En cambio, el adulto se ríe con las ironías. No tomarse a sí mismo en serio, reírse de uno mismo significa salud mental. Muchas veces (¿siempre?), la tristeza está provocada por el pensar en sí mismo.
Curiosamente, la repetición de un relato, de una anécdota, de unas palabras, puede provocar enfado, pero también risa. Parece como si el sistema límbico del encéfalo tuviese que ver con este fenómeno; y se podría pensar, como siempre, que la corteza prefrontal ha de estar implicada en el asunto.
El humor hispánico, un tanto explosivo, a veces inmisericorde, pretende provocar la risa, más que la sonrisa. El humor negro es bastante hispánico, quizá, entroncado con un sentido trágico de la vida. Y es un humor, casi siempre en grupo, en una cafetería, en una reunión familiar, de amigos. Las monjas de clausura están siempre alegres, seguramente porque se sienten acompañadas, en la presencia de Dios. «Un santo triste es un triste santo». Con toda seguridad, Jesucristo es alegre.
El sentido del humor británico es un tanto reservado, tímido, que ridiculiza lo que no es reglado, ordenado, procurando no molestar personalmente. Busca más la sonrisa que la risa.
Un ejemplo de buen humor es el de santo Tomás Moro, que mantuvo el sentido del humor hasta el final. En el cadalso, le advirtió al verdugo que tuviese cuidado de apartarle bien el pelo, para no cortarlo al dar el tajo.
De él son los siguientes versos:
«Señor, dame una buena digestión /
y, naturalmente, algo que digerir. /
Dame la salud del cuerpo /
y el buen humor necesario para mantenerla. /
Dame un alma sana, Señor, /
que tenga siempre ante los ojos /
lo que es bueno y puro /
de modo que, /
ante el pecado, no me escandalice, /
sino que sepa encontrar /
el modo de remediarlo. /
Dame un alma /
que no conozca el aburrimiento, /
los ronroneos, los suspiros, ni los lamentos. /
Y no permitas que tome en serio /
esa cosa entrometida /
que se llama «el yo». /
Dame, Señor, el sentido del humor. /
Dame el saber reírme de un chiste /
para que sepa sacar /
un poco de alegría a la vida /
y pueda compartirla con los demás»
En la sonrisa, y sobre todo en la risa, se contraen numerosos músculos (entre ellos el diafragama), y especialmente la musculatura facial o mímica, muy desarrollada en el hombre. Son músculos situados bajo la piel de la cara y cuello, que en su mayoría no se insertan en estructuras óseas.
En la expresión de alegría es característica la forma cóncava de la boca hacia arriba, acompañada de abertura y brillantez de los ojos. Intervienen varios músculos de la cara (tales como el risorio, el elevar del labio superior, etc.). Realmente el músculo de la alegría es el músculo cigomático mayor, que tira de la comisura labial, junto con un ligero ascenso del párpado inferior, produciendo un plegamiento del ángulo lateral de los párpados.
Si se trata de una risa franca, hay fruncimiento de los párpados y aparición de pliegues radiados en las comisuras (por contracción de músculos tales como el cigomático mayor, orbicular de los ojos y buccinador).
En la tristeza y enfado se contraen los músculo depresor del ángulo de la boca, que lleva la boca hacia abajo, y el músculo superciliar, que ocasiona la formación de pliegues verticales en el entrecejo, por eso se le ha denominado músculo de la tristeza.
Los músculos depresor del labio inferior y el mental o borla del mentón, tiran del labio inferior hacia abajo, proporcionando a la cara un aspecto desdeñoso.
Los músculos situados alrededor de las ventanas nasales dan a la cara una fisionomía de ansiedad. En el estado de agotamiento físico es marcada la contracción del músculo que lleva las comisuras labiales hacia fuera y algo hacia abajo.
En la atención, concentración y sorpresa, se contraen los músculos orbiculares de los ojos y de la boca, así como los músculos occipitofrontal y superciliar; el músculo frontal arruga transversalmente la piel de la frente.
La contracción del músculo orbicular de la boca suele indicar esfuerzo intelectual, decisión, energía.
Los estados anímicos son innumerables: es prácticamente imposible describir detalladamente qué músculo se contrae en cada caso; generalmente se contraen varios músculos a la vez. Además, distintos individuos pueden poner en marcha distintos músculos para producir resultados análogos
El coronavirus ataca con dureza a las personas más débiles, sean ancianas o no. En estos tiempos la solidaridad nos humaniza todavía más.