Javier Pérez Castells | 23 de enero de 2021
Dos libros que abordan cuestiones de plena actualidad científica y ética a partir de un repaso histórico que trata de acabar con tópicos y distorsiones.
Modificar seres humanos para crear grupos dominantes, a la vez que deshacerse de los individuos imperfectos y depravados, no es ni mucho menos nuevo. En su libro La eugenesia ayer y hoy (Editorial Dykinson), Antonio Martín Puerta nos explica la evolución histórica de los intentos de manipulación de la raza humana. Hasta llegar a la situación actual, en la que nos encontramos con las nuevas herramientas de edición génica que podrían permitir crear lo que se ha venido a llamar el trans-humano. Los aspectos más sorprendentes de la eugenesia histórica son sus orígenes, basados en la mala interpretación de la ciencia, y el inmenso apoyo que recibió entre mandatarios de toda tendencia.
La eugenesia ayer y hoy
Antonio Martín Puerta
Editorial Dykinson
216 págs.
14,25€
En el siglo XIX, se creó un caldo de cultivo favorable para la eugenesia por la pérdida de influencia cultural del cristianismo, en especial en los países anglosajones y centroeuropeos; por la aparición del racismo como consecuencia de los movimientos de población que hacían llegar a Europa gentes de diversas razas en un número muy superior al de antaño y, finalmente, por la aparición del denominado darwinismo social. Este último, a cargo del primo de Charles Darwin, el reputado científico Francis Galton, que opinaba que la sociedad estaba en estado de degeneración y depravación racial. Ello debía evitarse mediante una selección dirigida por el Estado, oponiéndose a la diseminación de poblaciones imperfectas y degeneradas causada por el pensamiento religioso, la mezcla social y la protección del débil.
Los movimientos eugenésicos no surgieron en los países germánicos ni en el sur de Europa, donde el cristianismo seguía fuerte, sino en Gran Bretaña, en los países nórdicos y en Estados Unidos. Ya en el siglo XX, no solo los partidarios de regímenes autoritarios, como los comunistas y los nazis, recibieron con agrado las ideas eugenésicas, sino que también eminentes socialistas, socialdemócratas y conservadores muy conocidos, incluyendo destacadas feministas, procedentes de países democráticos. La lista es larga e incluye a Winston Churchill, Bernard Shaw, HG Wells, Chamberlain…. que fueron miembros de las sociedades eugenésicas europeas, las cuales publicaban sus revistas y propugnaban la esterilización de personas imperfectas, entre otras medidas. En algunos países, estas esterilizaciones han continuado hasta tiempos relativamente cercanos, como los años 70 del siglo XX.
Lo que detuvo esta situación de aceptación generalizada de la eugenesia fue la aplicación entusiasta de las ideas eugenésicas por parte de los nazis. El nazismo no fue el que más desarrolló el pensamiento eugenésico, pero lo practicó como nadie. Fueron los mejores alumnos, los más convencidos discípulos. Tras la guerra, la aversión a todo lo que recordara al nazismo y sus atrocidades hizo que la eugenesia cayera en un descrédito importante.
Todo esto, y muchas más cosas realmente sorprendentes, nos lo cuenta Antonio Martín Puerta con un estilo ágil, entretenido y plagado de fina ironía, muy característica de este autor. El libro es muy pertinente, porque estamos ante la posibilidad de que la humanidad tenga herramientas para realizar el diseño de seres humanos a unos niveles como nunca se han conocido. Además, encuentra un delicado equilibrio en el nivel al que se explica el fenómeno. No es un texto abstruso lleno de citas solo apto para especialistas, ni una obra superficial que tan solo nos deje un barniz pasajero. El autor ha encontrado una fórmula de dimensión acertada, ligera pero elocuente y que informa con suficiente profundidad, sin abrumar.
Un libro muy recomendable para entender el contexto histórico de cuestiones que acechan en el presente. Estamos en el inicio del desarrollo de biotecnológicas, apoyadas por la bioinformática, que tienen un lado luminoso, con la posible capacidad curativa de enfermedades genéticas devastadoras, pero que pueden ser utilizadas bajo un paraguas aparentemente amable, para nuevas formas de eugenesia. Quizá ahora, en lugar de estar impulsadas por ideologías nacionalistas y supremacistas, lo estén por el puro negocio. La sociedad debe opinar y la opinión, y en su caso el voto, es responsable si está informado. Dicha formación puede alcanzarse en este caso leyendo libros como el que nos ocupa.
La fuerte marea de pensamiento científista, según la cual no hay otro acceso posible a la verdad que a través de la ciencia, establece que la religión ha sido, en general, un obstáculo para el desarrollo de esta. La ciencia ha crecido a pesar de la fe, dicen. Una forma de luchar contra tamaño dislate es poner en valor la tarea científica, no ya de los científicos cristianos, pues hasta mediados del siglo XIX los son casi todos, sino más concretamente referirse a los sacerdotes y clérigos que compatibilizaron su ministerio con el trabajo de la ciencia.
Sacerdotes y científicos
Ignacio del Villar Fernández
Digital Reasons
238 págs.
6€
Esto es lo que se hace en el libro Sacerdotes y científicos, que recorre la vida y la obra de cinco científicos extraordinarios que además eran sacerdotes. El libro de Ignacio del Villar (Editorial Digital Reasons) hace una selección interesante de cinco personalidades, que incluyen los casos obvios de Copérnico, Lemaître y Mendel, pero también se ocupa de dos casos menos conocidos por el gran público, como Nicolás Steno y Lazzaro Spallanzani.
Se trata de un libro de fácil lectura para el no científico, pero que no deja de explicar bien el contenido de las aportaciones de cada uno de los cinco personajes. Tengo que decir que me ha dolido la no inclusión de Teilhard de Chardin, que es mencionado en el prólogo pero finalmente excluido junto con el resto de jesuitas que tanto contribuyeron, por ejemplo, a dar nombre a los accidentes geográficos lunares.
Si interesante es descubrir la vida de Copérnico y la capacidad polifacética de trabajo como científico, probable sacerdote, administrador, economista, cartógrafo, etc., muy ilustrativo ha sido para mí conocer a Nicolas Steno. Converso al catolicismo desde el luteranismo, proceso que demuestra que no se tomó a la ligera su fe, fue a la vez infatigable experimentalista en anatomía y química, además de su aportación más importante a la estatigrafía. Interesante es la vida de Spallanzani, que no llegó a obispo como el anterior pero tuvo relevancia más internacional debido a sus viajes. Hombre familiar y sociable, que aportó mucho en zoología, entre otras disciplinas.
De Mendel sabíamos que era cura de monasterio, modoso y sencillo, padre de la genética, solo reconocido mucho después de su muerte. Pero nos enteramos de muchas anécdotas interesantes de la vida en la abadía de Santo Tomas de Brno, de su pelea por su obra y su vida, que ganó definitivamente mucho después de muerto. Fascinante por encima de todo el capítulo dedicado a George Lemaître. Este sacerdote belga, que está en el origen de la cosmología actualmente más aceptada y que destacó por su tremenda sencillez y falta de ambición personal, está detrás de las leyes cosmológicas más importantes, como la de Hubble y la de Friedman. Ninguna llevó su nombre, por el olvido al que era siempre sometido por la comunidad científica, debido posiblemente a su sencillez como persona. En 2018 se hizo justicia parcial al cambiar el nombre de la ley de Hubble a ley de Hubble-Lemaître. El relato de cómo Einstein pasó de despreciar su teoría del universo en expansión a admirarlo profundamente es muy interesante.
Personalmente, Lemaître me interesa mucho como valedor de la compatibilidad entre ciencia y fe, en su capacidad de discriminar perfectamente entre los ámbitos de la ciencia y de la religión. También por haber sufrido demoras en la aceptación de sus teorías por proceder de un sacerdote y parecer que apuntaban a la demostración de un momento creativo en el universo. Como dice el autor, estamos ante un caso Galileo a la inversa, que obviamente nunca tendrá la resonancia de aquel. Muchos astrónomos, con Fred Hoyle a la cabeza, el que despectivamente acuñó el término de Big Bang para referirse a las ideas de Lemaître, denostaban su teoría como portadora de un sesgo ideológico. Por parte de la Iglesia también hubo intentos de trompetear que la teoría cosmológica era una demostración de la explicación teísta del mundo. Sin embargo, el sacerdote belga sabía muy bien que lo suyo era una teoría científica que no tenía que ver con la religión.
En definitiva, recomendable la lectura del libro a científicos y no científicos para saber responder cuando se nos espetan a los creyentes acusaciones hacia la Iglesia tan poco justificadas sobre su relación con la ciencia. Hubo un caso Galileo, sí, pero ¿alguien podría decirme un segundo caso?
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