Gema Pérez Rojo | 23 de abril de 2020
Asociar el coronavirus a una enfermedad de “personas mayores” tiene consecuencias negativas. Algunas ya las estamos viviendo, otras se pueden agravar con el tiempo, como la soledad.
A lo largo de los años, multitud de investigaciones han apuntado a la edad como un factor de riesgo frente a la aparición de enfermedades. Esto puede ser debido a diferentes razones, por ejemplo: el sistema inmunológico es menos capaz de combatir las infecciones o el deterioro del sistema respiratorio puede hacernos más vulnerables a enfermedades respiratorias. Además, a medida que se incrementa la edad, también aumenta el riesgo a presentar condiciones que nos hagan más propensos a otras enfermedades o que obstaculicen nuestra recuperación (o la hagan más lenta) cuando tenemos una enfermedad. Esta conclusión se ha repetido en infinidad de ocasiones ante la situación que estamos viviendo de emergencia sanitaria. De manera que tanto los expertos como las estadísticas enfatizan que la edad aumenta la probabilidad, no solo de la aparición del coronavirus, sino también de consecuencias negativas más graves (incluida la mortalidad).
Pero ¿eso significa que el coronavirus es una enfermedad de personas mayores? Lo cierto es que el hecho en sí de tener 65 años o más no implica de manera causal que tengamos, sí o sí, un mayor riesgo. La edad y la enfermedad no son sinónimos y eso también lo han demostrado diferentes investigaciones. A medida que envejecemos, la variabilidad interpersonal aumenta, por lo que las diferencias entre unos y otros en el proceso de enfermar también. El estado de salud juega un papel más relevante que la propia edad. Y, además, cada vez envejecemos en mejores condiciones y con mejor estado de salud a nivel físico y psicológico.
Por otra parte, parece que se obvia que personas más jóvenes no solo pueden padecerlo, sino que lo padecen, aunque sus síntomas puedan ser más leves e incluso algunos sean asintomáticos. Y, aunque parece que esto se percibe como algo positivo, no percibir los síntomas puede aumentar la probabilidad del riesgo de contagio. También se olvida que otras variables, como tener alguna otra enfermedad, hacen que aumente el riesgo de padecer el virus (así como sus consecuencias). Y hay personas jóvenes con el sistema inmune suprimido o que padecen enfermedades crónicas.
Asociar, por tanto, el coronavirus a una enfermedad de “personas mayores” tiene consecuencias negativas. Algunas consecuencias ya las estamos viviendo a corto plazo, pero puede haber también consecuencias a medio y largo plazo. Los medios de comunicación (e incluso algunos expertos) remarcan continuamente el mayor porcentaje de muertes en personas mayores. Esta conclusión podría hacer pensar que, si yo no soy mayor, no tengo riesgo (o muy pequeño) o que, aunque me contagie de coronavirus, podré recuperarme sin problema. Este tipo de creencias hacen que sea más probable que las personas tengan conductas de riesgo, al considerar que son poco susceptibles a la enfermedad, además de considerarla menos grave en su situación.
Otra de las consecuencias está relacionada con el confinamiento al que se han visto sometidas, en especial, las personas mayores en residencias (que puede tener consecuencias más graves en sí mismo que la propia enfermedad). Muchos estudios señalan a la soledad como un factor de riesgo muy relevante sobre la salud, pudiendo incluso aumentar el riesgo de mortalidad. Es decir, puede que fuera recomendable reflexionar sobre el papel de la soledad en las muertes que se están produciendo en personas mayores. Es decir, ¿es el virus el que la provoca? ¿Es la soledad? ¿Son ambos?
Somos conscientes de que, independientemente de la situación que vivimos, los recursos son limitados y siempre se han establecido criterios para el acceso a los mismos. La edad, en muchas ocasiones, ha sido uno de los criterios utilizados en base al cual se decide si se administra el recurso. Es cierto que hay que establecer criterios, pero puede que debamos reflexionar sobre si este es el correcto o si se deben incluir otros para poder delimitar el acceso a los recursos. Si nos basamos en el modelo biopsicosocial, o en el de atención centrada en la persona, que ponen el énfasis en la individualidad, en la personalización o la integralidad, no parece que encaje utilizar un criterio homogéneo y único para todos.
La edad es algo que no podemos modificar y, por tanto, no debería ser el factor que establezca lo que nos merecemos o lo que valemos. Titulares que aparecen en medios de comunicación como el siguiente: “El dilema de Alemania: salvar al estado del bienestar o a su tercera edad” o las palabras del vicegobernador de Texas señalando que “las personas mayores deberían estar dispuestas a sacrificarse por el futuro de Estados Unidos”, pueden hacer que la sociedad perciba a las personas mayores como las responsables de esa pérdida de bienestar o de que los recursos se estén desperdiciando. E incluso, que justifiquen esta práctica.
No obstante, es evidente que es extremadamente difícil tomar este tipo de decisiones ante una situación de estas características, en la que las decisiones deben ser rápidas si se quiere salvar el mayor número de vidas, y elegir un criterio objetivo como la edad es rápido en comparación con tener que evaluar diferentes variables (físicas, psicológicas y sociales) para tomar la decisión. Por ello, el objetivo de este artículo en ningún caso es culpabilizar a nadie, y mucho menos a los profesionales que están dando el máximo para conseguir que salgamos de esta situación. Tan solo se pretende reflexionar sobre la situación y sobre las consecuencias de la misma. Todo está en continuo cambio y eso también puede afectar a los criterios que establecen la distribución de los recursos.
Los virus pueden contagiar a todo el mundo, nadie se merece enfermar, al contrario, se merece respeto y cuidado. Esta situación, y la forma en la que se afronte, pueden marcar un cambio no solo a nivel individual sino también a nivel social, permitiendo crecer, ser mejores. Y la forma de combatirla es manteniéndonos unidos, siendo solidarios con el otro, independientemente de nuestra condición.
Las próximas semanas serán terribles en España, pero la pandemia de coronavirus podría ser algo más corta de lo que dicen los científicos más pesimistas.
Millones de familias, sin distinción de clase o pertenencia política, han sentido la necesidad de proteger a los mayores, de tomar medidas excepcionales y paliar su debilidad.