Javier Pérez Castells | 29 de abril de 2021
Las decisiones de las autoridades europeas sobre las vacunas de Astrazéneca y Johnson&Johnson no se corresponden con los datos. La expresión «extremadamente raro» se queda corta para hablar de los problemas que se producen en menos de un caso por cada 300.000 vacunados.
Lo ocurrido en las últimas semanas con la paralización de la administración de las vacunas basadas en adenovirus de mono, nos sigue teniendo perplejos a no pocos. Astrazeneca y Johnson&Johnson habían fabricado una vacuna muy similar, con un resultado de inmunización alto, pero no tanto como las vacunas de ARNm (Pfizer y Moderna). Un comportamiento ligeramente mejor de la de Johnson&Johnson permitía dar por inmunizado al receptor con una sola dosis. Este último elemento la convertía en una esperanza muy importante para acelerar el proceso de vacunación y lograr la inmunidad suficiente para recuperar la normalidad. Eran vacunas idóneas para los grandísimos grupos de edad que no son tan vulnerables al virus pero que necesitan ser vacunados para frenar la propagación.
Hace unas semanas se empezaron a describir algunos casos de trombosis en vacunados con Astrazéneca, al parecer relacionados con una respuesta auto-inmune debida a la bajada de plaquetas que ocurre después de la inoculación de la vacuna. En unos pocos casos esto derivaba en la formación de trombos y en particular en una trombosis aguda cerebral bastante infrecuente. Esta última es la que encendió las luces de alarma respecto a la posible vinculación de la vacuna con el evento. Sin embargo, el número de casos era ridículamente pequeño: 220 descritos sobre un total de más de 20 millones de dosis administradas.
El riesgo de sufrir una trombosis para alguien vacunado era, por tanto, menor que el de sufrir un accidente de tráfico al coger un coche y salir a la carretera, o de sufrir un efecto secundario grave al tomar cualquier fármaco que imaginarse pueda de los que están disponibles en la farmacia. La frecuencia de aparición de estas trombosis está muy por debajo de la prevalencia de trombos de procedencia natural que ocurren a largo de la vida a razón de más de 1,3 al año por cada 100.000 hombres jóvenes, 2,4 por cada 100.000 mujeres jóvenes y va subiendo con la edad hasta llegar a 1 por cada 1000 personas de edad avanzada al año.
De los casos descritos en personas vacunadas, un 20% acabaron fatalmente. Es un número que, ahora que se está sobre aviso, seguro que bajará. Ante los primeros síntomas, si la persona acude a urgencias con rapidez y se le somete a un tratamiento con inmunoglobulinas, normalmente la trombosis evoluciona bien. No existe en el lenguaje medico un término para definir un efecto secundario tan infrecuente. La expresión «extremadamente raro» se queda corta para hablar de algo que se produce en menos de un caso por cada 300.000 vacunados.
A pesar de todos estos datos, hemos visto como se nos bombardeaba con la información particular de cada uno de los casos de trombosis ocurridos en nuestro país que podrían relacionarse con la vacuna. Imagínense que nos relataran con la misma precisión todos los eventos de coagulación cardiovascular que tienen lugar en enfermos de Covid (hay estudios que hablan de trombosis en 3 de cada 10 pacientes hospitalizados, multiplíquese por los miles de hospitalizados por Covid).
Pues bien, en medio de este relato pandémico caracterizado, según se describe en otro artículo de este mismo periódico, por las siglas MEM (mediatización a cargo de los medios de comunicación de masas; emotividad a la hora de tomar decisiones personales y colectivas; mimetización, fuerte tendencia a seguir las opciones de la masa), nuestras autoridades van y deciden paralizar la administración con Astrazeneca y se plantean no utilizarla para la segunda dosis. Alucinante, no se me ocurre otro término, será que no tenemos prisa. Pero esta actitud ha contagiado a mucha gente, incluidos algunos médicos que han recomendado la toma de aspirina durante 15 días a los vacunados. ¡Válgame Dios, si la aspirina produce problemas gastrointestinales en al menos el 1% de los pacientes, incluidos úlcera, sangrados, etc!
Por primera vez en el año y pico que llevamos de pandemia empecé a tener pensamientos conspiranóicos: será que hay información que no conocemos, algún tipo de venganza contra la compañía que tan mal se ha portado con Europa, cálculos de tipo político, temor a que las personas con trombosis denuncien a la administración….). Pero la cosa no terminó ahí, porque, al aparecer en Estados Unidos, con 6 casos de trombosis en vacunados con Johnson&Johnson (9 millones de vacunas administradas), la FDA decidió suspender la vacunación. Y, mientras, supimos que no se había descrito ningún caso de trombosis relacionable con la vacunación al aplicar la segunda dosis de Astrazeneca en los millones de personas a las que se les ha suministrado en el Reino Unido.
Ciertamente a ese país lo del Brexit le está sentando muy bien, porque son los únicos que parecen decidir con cierta sensatez. Se han limitado a dejar de vacunar a menores de 30 años con Astrazeneca, dado que hay otras vacunas disponibles. Una aplicación del principio de prudencia bastante razonable, porque en el caso de la Unión Europea le podríamos en vez de llamar de prudencia, principio de histeria. La situación actual del Reino Unido es como sigue: 40% de vacunados, menos de 2000 casos al día y la gente tomando cervezas en los pubs.
A pesar de disponer de la amplia experiencia británica con la vacuna de Astrazeneca, para pasmo, asombro y estupor de cualquier persona razonable, los Gobiernos europeos se plantearon no administrar como segunda dosis esta vacuna sino cambiar a una vacuna distinta, mezclando los dos protocolos. El Gobierno francés comunicó tener ya definitivamente tomada esta decisión. Y en un sublime ejercicio de iluminación anumérica, se ha montado un estudio en España con 600 personas vacunadas con una dosis de Astrazéneca, a las que se les va a administrar como segunda dosis una vacuna de ARNm. ¡600 personas! O sea que queremos probar si un nuevo protocolo es más seguro que el que tenía un efecto que se da en una de cada 300.000 personas, con un estudio hecho con 600…
Ya es suficientemente asombroso que desde la autoridad política se decidan cosas como retrasar la administración de la segunda dosis y no seguir las instrucciones de los fabricantes de la vacuna, que sabrán muy bien por qué han establecido esas pautas temporales. Es obvio que siempre se va a tratar de tiempos aproximados, pero cualquier modificación en la pauta de administración, debería estar acordada, aconsejada y soportada por estudios serios que no pongan en riesgo la inmunidad de los que han recibido la primera dosis. Pero ya, lo de que un Gobierno como el francés apruebe la administración de una vacuna diferente como segunda dosis, basándose en nada en concreto, es el colmo. Vaya por delante que, a priori, no parece que esta mezcla de vacunas pueda suponer algún problema. Eso es lo que me cuentan los microbiólogos y virólogos a los que he consultado, pero, en cualquier caso, es territorio desconocido ¿Tomamos las decisiones en base a los consejos de sesudos expertos científicos, o en base a las ocurrencias de cualquier ministro de sanidad en estado de ansiedad?
Hace pocos días la agencia europea del medicamento (EMA) decidió que lo más sensato era continuar con la vacunación de Astrazeneca, administrar la segunda dosis con la misma vacuna y también empezar la vacunación con Johnson&Johnson. Les costó diez días establecer que los beneficios eran mayores que los inconvenientes. Diez valiosos días perdidos, pero bienvenida sea la decisión, que esperemos sea seguida por los gobiernos.
Da la sensación de que hemos hecho una excursión por la insensatez y parece que ya estamos de vuelta. Mientras, siguen pasando las semanas con un ritmo de vacunación excesivamente lento, que mantiene el nivel de contagio alto. Si algo nos demuestran las cifras de las residencias de ancianos y de los países que han avanzado en la vacunación, es que las vacunas funcionan. Y muy graves tienen que ser los efectos secundarios para que merezcan la pena el centenar de fallecidos diarios que seguimos teniendo en España, los más de 2.300 enfermos de UCI, los más de 10.000 hospitalizados, las bajas laborales, las depresiones, la desatención a otras patologías, las angustias, las quiebras económicas, la falta de libertad, la bajada de calidad en la enseñanza… En fin, que les voy a contar. A veces parece que, verdaderamente, el mundo está loco, loco, loco.
Aunque el virus deje de ser una grave amenaza, el desarrollo de una vacuna es esencial para aplicarla a los vulnerables, prepararnos para nuevos rebrotes y aprender de cara a futuras pandemias.
Parece razonable que se vacune solo a la población de más de 65 años y a la que tenga patologías de riesgo. Si la inmunización es efectiva, no habría ninguna razón para no recuperar totalmente la normalidad en un máximo de dos meses.