Javier Pérez Castells | 30 de enero de 2020
Se trata de un virus aviar que produce síntomas respiratorios parecidos al catarro, que pueden desembocar en neumonía, y que ya ha alcanzado una tasa de mortalidad cercana al 2%.
En 1918 el virus de la gripe común mutó como todos los años para dar lugar a una cepa extremadamente virulenta. En una Europa devastada por la guerra, el virus hizo presa a la población y fue más dañino que la propia contienda. Mató a unos 50 millones de personas. Se ha descubierto recientemente que el virus humano incorporó ese año material genético procedente de virus aviares, contra los que la población de entre 20 y 40 años no estaba protegida, por no haber circulado dichos virus cuando eran niños. Y la gripe se cebó con estos adultos en la flor de la vida. Es lo contrario a lo habitual en estos casos, que es la mayor mortalidad en personas ancianas y lactantes.
España, un país no beligerante en la Primera Guerra Mundial, no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias, de ahí que se le diera el nombre de gripe española. No fuimos el país más afectado ni mucho menos (unas 300.000 muertes), pero nos quedamos, desafortunadamente, con el nombre. La mortalidad de la gripe del 18 fue de entre el 10 y el 20% de las personas infectadas.
Los virus son organismos en la frontera de lo vivo y lo no vivo. Son incapaces de vivir sin huésped. Tan solo cuentan con una pequeña cantidad de información genética carente de la codificación para proteínas esenciales para la vida. Pero suficiente para iniciar una maquinaria de reproducción dentro de otra célula. El huésped es, a la vez, víctima y sujeto necesario para la supervivencia y transmisión. En su sencillez, el virus posee su gran ventaja, porque cambiar y ajustar ese material genético es mucho más sencillo. El virus muta para adaptarse a las circunstancias y sigue un principio claro. Si la transmisión se ha vuelto eficaz y rápida, la virulencia puede aumentar. Si no, correría el riesgo de acabar con la vida de su huésped antes de lograr transmitirse. El gran riesgo de los virus no es cómo son de peligrosos hoy, sino cómo lo pueden llegar a ser en un futuro cercano.
La preocupación de las autoridades ante el coronavirus chino está justificada, no solo por la mortalidad del virus a día de hoy, que anda en un 2%, sino porque ha conseguido una capacidad de transmisión elevada entre humanos y ya solo le queda aumentar su virulencia. Se trata de un virus aviar. El coronavirus produce síntomas respiratorios parecidos al catarro, que pueden desembocar en neumonía. Se transmitió al humano porque en el mercado de China toman sopa de murciélago y de serpiente, platos con aspecto bastante repugnante para nuestra mentalidad, al menos a mí me lo parece. Pero sobre cocina todo es cuestión de gustos. Lo sorprendente es que. una vez transmitido del ave al humano. el virus haya sido capaz de transmitirse entre humanos.
La evolución de los casos y de los decesos es casi exponencial. Ya ha superado la crisis de 2003 del SARS, habiendo fallecido más de 100 personas. Por el momento, en su mayoría, son mayores de 60 años con otras patologías previas. La severa disciplina que un Gobierno como el chino puede ejercer sobre su población puede ser esencial de cara a contener el contagio.
No olvidemos que el arsenal terapéutico es escaso de cara a la lucha contra el virus. Pocas son las dianas, al tener el virus muy pocas proteínas, y su rápida mutación deja en desuso los fármacos con rapidez. La proteasa del virus suele ser el objetivo de los antivirales como lopinavir y ritonavir, que se están probando en el coronavirus por parte del Gobierno chino. Con una población crecientemente urbana y movimientos de personas sin precedentes, somos más vulnerables que nunca a las amenazas de pandemias virales como esta, que los Gobiernos deben tomarse muy en serio.
La gente se acuerda de otras alarmas recientes que se quedaron en poca cosa. Virus que finalmente no se hicieron tan contagiosos o tan mortales y pudieron controlarse. Muchos pensaron que se habían exagerado las medidas e incluso se especuló con posibles intereses espurios encaminados a la venta de fármacos. Pero es que no se puede saber cuándo uno de estos episodios puede transformarse en una pandemia de consecuencias imprevisibles.
La correlación entre el consumo de carne y las enfermedades cardiovasculares o el cáncer es débil o muy débil.
El fármaco de moda circula como remedio general, a pesar de tener efectos secundarios como somnolencia, sedación, deterioro de la memoria o mareos.