Javier Pérez Castells | 30 de agosto de 2021
Autorizar no es lo mismo que recomendar y el hecho de que se autorice la tercera dosis es simplemente indicativo de que se considera que sus beneficios son mayores que sus inconvenientes.
Ante la aparición de las nuevas variantes del coronavirus, una posible solución que ofrecen los laboratorios fabricantes de las vacunas, es que se inocule una tercera dosis. Se está generando no poca polémica, porque queda más de la mitad de la población mundial sin recibir ni siquiera la primera dosis. Además, la discusión ha servido para destapar los viejos y más rancios eslóganes contra el sistema capitalista, la industria privada, etc. Escuchando a algunos presuntos expertos en salud pública, parece que estuvieran desempolvando viejas pancartas soviéticas.
Autorizar no es lo mismo que recomendar y el hecho de que se autorice la tercera dosis es simplemente indicativo de que se considera que sus beneficios son mayores que sus inconvenientes. Puesto que, inconvenientes, estas vacunas tienen poquísimos, no parece absurdo que se autorice esta posibilidad. Después, la tercera vacunación se llevará a efecto o no, según las circunstancias lo aconsejen y las decisiones que tomen los gobiernos. Israel ha empezado ya a inocular esta tercera dosis y es probable que Estados Unidos lo haga en breve.
Personalmente creo que es incorrecto moralmente y equivocado epidemiológicamente gastar las vacunas disponibles en terceras dosis cuando en muchos países la vacunación prácticamente no ha empezado. Vacunar a todos los seres humanos de la Tierra es un imperativo moral. Además es necesario aunque solo sea por propio interés, dado que mientras el virus circule mutará y aparecerán variantes nuevas que pueden ser más contagiosas, como nos ha demostrado la Delta, y podrían dejar sin efecto las vacunas y alargar la crisis. Se ha escuchado que el reloj de la pandemia se podría poner a cero si aparece una variante muy contagiosa, ya estamos con las exageraciones. Esto no es correcto, porque cierta inmunidad siempre vamos a tener y los momentos más duros del inicio de la pandemia no los volveremos a vivir.
Por otro lado, hay personas que tienen problemas inmunológicos serios, y para ellas, una nueva dosis podría ser recomendable. En un futuro, que yo creo que todavía no hay que fijar, podría ser interesante hacer pruebas serológicas masivas y detectar qué personas han perdido los anticuerpos para en ese caso inocularles otra dosis. Pero a estas alturas la distribución de la tercera dosis de forma masiva, creo que es un error.
Ahora bien, aunque no estemos de acuerdo en lo que algunos Gobiernos de países ricos vayan a hacer, construir teorías sobre el interés económico de las empresas farmacéuticas para seguir vendiendo más y más dosis solo a los países que pueden pagarlas a alrededor de 20 dólares la dosis, incluso permitiendo a propósito que el virus circule por el mundo para que mute y así sea necesaria esta vacunación de forma periódica e indefinida, es caer en un simplismo radical con aroma a twittero extremista, o a conspiranoico paranoide. Me parece inaceptable.
La pandemia nos ha enseñado que solo la gran empresa privada es capaz de sacarnos de este atolladero
La pandemia nos ha enseñado que solo la gran empresa privada es capaz de sacarnos de este atolladero. Solo la apuesta por la investigación con la inversión de enormes cantidades de dinero, junto con una competencia y una carrera por llegar a la meta el primero, ha podido hacer que dispongamos de una vacuna en menos de un año, cuando anteriormente, las vacunas eran aprobadas después de unos siete años de desarrollo. Las empresas que ganaron la carrera, tienen todo el derecho a recuperar su dinero y ganar una cantidad proporcionada. Es normal, deseable y justo. También tienen derecho a la protección de su trabajo para darles seguridad jurídica y que en el futuro ante situaciones similares no tengan motivos para no ponerse a la tarea de nuevo.
No olvidemos que hay varias decenas de vacunas en distintas fases de investigación. Muchas de ellas acabarán teniendo cuotas de mercado escasísimas o nulas, o simplemente no serán aprobadas. Perderán toda la inversión realizada y a ninguno de los vociferantes anti multinacional les darán pena. En cualquier caso, en poco tiempo habrá más vacunas disponibles en el mercado. Decir que los países van a tener que estar pagando cantidades astronómicas al sector farmacéutico, que poco menos nos va a chantajear con nuestra salud, es una tontería, porque la propia competencia entre ellas hará que los precios bajen como sucede con cualquier otro producto.
Y la decisión de vacunar o no, y de ceder las vacunas a países en vías de desarrollo, no la tienen que tomar las farmacéuticas. Son los organismos internacionales y los Gobiernos de los países más ricos, los que deben trazar el plan. Las farmacéuticas no son ONG ni son instituciones públicas. Son empresas que funcionan como empresas. Además, como ya comentamos en otro artículo, existen mecanismos legales para conminarlas o incluso obligarlas a llegar a acuerdos para aumentar su fabricación y distribuir sus productos en los países necesitados. Si las vacunas disponibles se utilizan en terceras dosis de países ricos y no para vacunar a las personas que lo necesitan más, no va a ser culpa de las farmacéuticas sino de las personas que deciden. Y si los precios son elevados es porque se negocia mal. Recordemos lo que ocurrió con el contrato de AstraZeneca para la Unión Europea. La negociación fue catastrófica y en ningún momento hacía que la compañía se comprometiera a servir a Europa en un plazo determinado y a no priorizar a otros países como el Reino Unido.
Ahora que las grandes multinacionales farmacéuticas nos han sacado del atolladero de la pandemia en un tiempo inimaginablemente corto al inicio de la misma, parece que muchos están deseando acabar con el período de gracia para volver otra vez a demonizarlas y acusarles de todo tipo de operaciones oscuras. Esa sospecha permanente por todo lo que supone ganar dinero, por la gran empresa, es un sesgo mental que del que no nos acabamos de librar, especialmente en nuestro país. Más nos valdría pedirle cuentas a algunos organismos que se empeñaron en tenernos desinfectando objetos en lugar de recordarnos que lo único que importaba era conseguir mascarillas.
Más nos valdría pedir explicaciones a los Gobiernos que no han hecho leyes para las pandemias, que nos encerraron en casa cuando se ha demostrado que eso era contraproducente, que no tenían material para protegernos. Aunque por tratarse de una situación tan insólita podamos ser algo benevolentes con ellos, no parece que desde luego sea justo que ahora pongamos el punto de mira en el sector farmacéutico que es quien sí que ha hecho lo que tenía que hacer, y lo que se podía esperar de ellos.
El derecho a la salud no puede cancelar el derecho a la intimidad. Al margen de las exigencias de la especial protección de la cesión y el tratamiento de los datos de salud; la imposición del «salvocoviducto» establecería un registro general de españoles vacunados y no vacunados.
Las decisiones de las autoridades europeas sobre las vacunas de Astrazéneca y Johnson&Johnson no se corresponden con los datos. La expresión «extremadamente raro» se queda corta para hablar de los problemas que se producen en menos de un caso por cada 300.000 vacunados.