Juan Orellana | 18 de septiembre de 2020
No tengo ningún interés en proponer a Allen como modelo de nada. Es un triste nihilista, un hombre que no pasará a la historia por su humanitarismo, sino por haber hecho un puñado de películas entretenidas. Pero hay que defenderlo de los movimientos totalitarios, como a cualquier víctima de los mismos.
Con gran interés, leí este verano las memorias de Woody Allen, A propósito de nada. El título hace referencia a la gran controversia generada en Estados Unidos en torno a sus supuestos escándalos pederastas y que, según él, se trata de un proceso mediático generado sin base en la realidad, es decir, «a propósito de nada». Se trataría de fake news de consecuencias catastróficas para su vida personal. Las últimas películas del director neoyorkino no se han estrenado en Estados Unidos, se le ha retirado el saludo en todos los ámbitos profesionales y sociales de Hollywood, y muchos de sus amigos le han dado la espalda por miedo a las represalias del movimiento #MeToo. Las acusaciones de abuso sexual de una menor fueron desestimadas por los magistrados, de forma que ni siquiera llegó a producirse un juicio. Pero el proceso siguió su curso en los tribunales de la opinión pública, con un fallo condenatorio sin atenuantes.
Por ello tenía un interés tan grande en leer sus memorias. Nunca me han gustado las cazas de brujas: ni las de Salem, ni la Shoah, ni el macartismo, ni las purgas estalinistas. Por ello quería saber más sobre este linchamiento mediático.
La relativa credibilidad que concedo al contenido de sus memorias no se basa en un juicio a priori debido a la simpatía que tengo por el cine de Woody Allen, algo que no voy a negar. Me baso en otras consideraciones más objetivas.
En primer lugar, porque, dado el nivel de exposición pública de Woody Allen, el hecho de estar en el punto de mira del movimiento #MeToo y de la cohorte de abogados de Mia Farrow hace impensable que el cineasta publique en sus memorias falsedades manifiestas u ocultación de sucesos relevantes. Sus poderosos detractores -más bien detractoras- se habrían echado encima de él con toda la artillería en cuanto el primer ejemplar hubiera asomado por el escaparate de una librería de Nueva York o Los Ángeles.
En segundo lugar, porque si se leen con atención sus argumentos a favor de su inocencia, se ve que todos se apoyan en los informes públicos realizados por las comisiones de investigación independientes que en su momento se crearon para la ocasión. Ningún argumento decisivo de Allen se basa en apreciaciones subjetivas, sino en hechos probados y declaraciones juradas de terceros.
En tercer lugar, la coherencia global del relato es muy sólida y consistente y es difícil -que no imposible- imaginar que algunas de sus piezas no se correspondan suficientemente con la realidad.
Luego está el otro temita: el de su boda con Soon-Yi. El lugar común más extendido es: «Se lio con la hija adoptiva de su mujer», lo cual sería realmente bastante reprobable. Pero veamos. Mia Farrow nunca fue su mujer, ni siquiera vivieron juntos. Fue, durante unos años, como dicen los castizos, su «follamiga». Eso convierte la relación con Soon-Yi en rara, si quieren fea e inapropiada, pero no necesariamente inmoral y mucho menos ilegal. Cuando Soon-Yi y Allen comienzan a salir, ya no queda nada de la amistad de este con Mia Farrow, que se ha convertido en su tácita enemiga. Tampoco estamos hablando de un hombre maduro que se aprovecha de una inexperta jovencita. El hecho es que actualmente son un matrimonio con hijos, que pronto harán sus bodas de plata, y que parecen gozar de felicidad y estabilidad.
Y hoy, en los tiempos del poliamor y de la fantasía erótica al poder, no creo que nadie se escandalice de su diferencia de edad. Y es que todo rezuma hipocresía. En una sociedad que se enorgullece de su libertad sexual, en la que cualquier combinación genital se considera válida, en la que la promiscuidad goza de carta de ciudadanía, resulta que la conducta de Woody Allen, un hombre de 55 años que empieza a salir con una universitaria, ¿es motivo de escándalo?
No tengo ningún interés en proponer a Allen como modelo de nada. Es un triste nihilista, un burgués desencantado de la vida, un hombre que no pasará a la historia por su humanitarismo, sus testimonios solidarios, o por su profundo pensamiento. Pasará por haber hecho un puñado de películas entretenidas. Pero hay que defenderlo de los movimientos totalitarios, como a cualquier víctima de los mismos. Que Dios nos libre de los puros, de los nuevos inquisidores envueltos en la prostituida bandera de la democracia y el progresismo.
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