Fernando Bonete | 03 de abril de 2021
El escritor francoisraelí Yoan Smadja retrata con grandes dosis de realidad, a la par que sensibilidad, el genocidio de Ruanda en su primera novela, Creí que borraban todo rastro de ti.
El Atlas Histórico Mundial, esa maravillosa herramienta práctica del conocimiento inmediato de Kinder y Hilgemann a la que acudo, unas veces por curiosidad y las más por ignorancia, recoge la entrada del último genocidio de Ruanda con esta escueta frase: «Misiones de paz de la ONU. 1993-1996: La intervención de UNAMIR en Ruanda no evita el genocidio de los tutsi».
Creí que borraban todo rastro de ti
Yoan Smadja
Armaenia
280 págs.
21€
Lo que hay detrás de este fracaso son entre medio millón y un millón de muertos. Pero como dijo Kapuściński de este fratricidio, las cifras, en último término, no son relevantes, porque «nadie obtendrá jamás cifras exactas», y porque «lo que más aterra de todo esto es el hecho de que unos hombres inocentes han dado muerte a otros hombres inocentes, haciéndolo, además, sin motivo alguno, sin ninguna necesidad. Aun así, incluso si no se tratase de un millón si no, por ejemplo, de un solo hombre inocente, ¿acaso no sería ello prueba suficiente de que el diablo mora entre nosotros, solo que en la primavera de 1994 se encontraba precisamente en Ruanda?» («Conferencia sobre Ruanda», Ébano).
El 6 de abril de 1994, la facción hutu chovinista derriba el avión del dictador Juvénal Habyarimana, obligado por los países africanos a pactar un gobierno de coalición con los tutsis. A partir de ese momento y durante los tres meses de vacío de poder se impone la «solución total», y la relativa libertad que todavía eran capaces de arañar los tutsis bajo el régimen se desvanece a machetazos de los extremistas hutus.
No hay atlas histórico o manual que pueda superar datos y cifras para reproducir el infierno que desataron los asesinatos, las torturas y las violaciones en masa, pero donde no llega el ensayo llega la narrativa, como demuestra el escritor francoisraelí Yoan Smadja, que ha retratado con grandes dosis de realidad, a la par que sensibilidad, su experiencia en misión humanitaria en Creí que borraban todo rastro de ti.
Smadja aprovecha con inteligencia las herramientas del género para dividir la obra en dos protagonistas, tiempos y estilos. De una parte, seguimos los pasos de una periodista francesa, Sacha Alona, enviada a Sudáfrica para cubrir las primeras elecciones democráticas. Aquí tenemos la vertiente realista de la historia: en el desconocimiento de Ruanda por parte de los periodistas y países extranjeros, país diminuto sin materias primas valiosas, cercado por montañas en pleno centro de un país que es un continente de planicies; en la confusión total generada en Kigali y el resto del país tras el asesinato de Habyarimana; y en el juego de conveniencias de Francia y Bélgica, países promotores de un precario equilibrio étnico, a la vez que proveedores de armas e instructores para las fuerzas militares y paramilitares del régimen.
De otra parte, la historia de Rose, ruandesa muda de nacimiento, personal laboral de la embajada francesa y esposa de Daniel, en la ficción, médico personal de Paul Kagamé, por entonces líder del Frente Patriótico Ruandés que pondría fin al genocidio –hoy presidente de Ruanda–. Aquí tenemos toda la crudeza del trauma vivido, tanto más turbador si pensamos en la mudez de la coprotagonista –el silencio frente al más absoluto horror–, expresada en un dolido ejercicio epistolar.
Ambas historias se cruzan en el espacio y el tiempo allí donde es posible coincidir sin importar raza, sexo, religión o patria, el comentario de las grandes desventuras y desgracias de lo humano. También la redención y la esperanza.
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