Hilda García | 03 de mayo de 2019
Aitana Sánchez-Gijón rompe con su pasado para buscar la libertad en «La vuelta de Nora».
La vuelta de Nora
Director: Lucas Hnath | Reparto: Aitana Sánchez-Gijón, Roberto Enríquez, Maria Isabel Díaz Lago y Elena Rivera
Teatro Bellas Artes. Calle del Marqués de Casa Riera, 2. Madrid
Miércoles a viernes, 20:30 h. | Sábados, 19:00 h. y 21:30 h. | Domingos y festivos, 19:00 h.
Entradas a partir de 21€
Que no nos confunda el feminismo líquido. Abandonar a tu marido y a tus hijos para “realizarte” y crecer como mujer no es un sacrificio, sino un acto de egoísmo e irresponsabilidad. Ni más ni menos reprobable que si lo hace un hombre.
Con este polémico planteamiento ha llegado al Teatro Bellas Artes La vuelta de Nora, una desgarradora obra basada en un texto del dramaturgo Lucas Hnath. El estadounidense, no sin cierta osadía, en 2017 acometió la difícil tarea de escribir la segunda parte de Casa de muñecas, el clásico del noruego Henrik Ibsen.
Bajo la dirección de Andrés Lima, el telón se abre con la llegada de Nora a la casa familiar, de la que huyó sin explicación ninguna 15 años atrás. Cuando todos la daban por muerta, decide regresar y lo hace convertida en una reconocida escritora que durante ese tiempo ha tenido una azarosa vida sentimental. Tras su inesperada aparición, la protagonista mantiene sucesivos careos con los demás personajes.
Nora huye de toda atadura y piensa que el matrimonio destruye a la mujer. Si este es el prototipo de feminista, flaco favor hace a la causa
La historia, situada a principios del siglo XX, reflexiona sobre el papel de la mujer y sobre la necesidad de romper las cadenas en una sociedad patriarcal. Hasta ahí estamos -o deberíamos- estar todos de acuerdo. El problema es que Nora antepone sus deseos personales a sus compromisos familiares.
Si la obra se quedara aquí, podría pensarse que es solo un panfleto feminista. Sin embargo, pronto encuentra la redención por la perspectiva que aportan los otros tres actores.
Lo más destacado de La vuelta de Nora son las interpretaciones. Aitana Sánchez-Gijón, cuya solvente actuación crece a medida que la acción avanza, da vida a la protagonista. Nora es una mujer fría, que deja atrás su pasado para buscar una pretendida libertad. A su regreso, no se advierte ningún atisbo de arrepentimiento, como tampoco parece mostrar la más mínima intención de pedir perdón. Muy al contrario, regresa con reproches, exigencias y con la pretensión de utilizar a su familia para su propio interés.
Nora huye de toda atadura y piensa que el matrimonio destruye a la mujer. Si este es el prototipo de feminista, flaco favor hace a la causa. Resulta imposible empatizar con ella.
Roberto Enríquez –un actor por el que no puedo ocultar mi debilidad-, a quien también podemos ver en la serie El embarcadero, está magnífico en el papel de Torvald, el marido abandonado de Nora. Lejos de ser un hombre troglodita y machista, como en la obra de Ibsen, resulta ser una persona sensible cuya existencia se vio trastocada por completo tras la huida de su mujer. Si en el pasado quizá fue víctima de los atavismos de la época, ahora se muestra como un hombre bueno, dispuesto a poner su vida patas arriba de nuevo para ayudar a su esposa.
Ya solo por disfrutar del duelo interpretativo entre Aitana Sánchez-Gijón y Roberto Enríquez la obra merece la pena
Elena Rivera borda su papel de Emmy, la menor de los tres hijos del matrimonio. Es una joven sensata y con sentimientos limpios, que no guarda rencor a su madre. A diferencia de ella, cree en el compromiso, en la familia y en la unión para toda la vida. Y al igual que su padre, se muestra dispuesta a socorrer a Nora.
Por último, la actriz cubana María Isabel Díaz Lago está soberbia en el rol de Anne Marie, la fiel ama de llaves que renuncia a su vida para criar a Nora y a los hijos de esta. Es una mujer abnegada y juiciosa que, como el resto de los personajes, no comprende ni comparte los motivos que llevaron a la protagonista a desatender a los suyos.
El texto une el pasado y el presente para dar a entender lo poco que ha avanzado la sociedad en lo concerniente al reconocimiento de la mujer. Una fusión que se aprecia en la correcta puesta en escena que, a excepción de algunos golpes de efecto, es de corte clásico. El decorado, con una falsa perspectiva que le confiere gran profundidad, se reduce a un salón frío –como el nórdico Ibsen- e impersonal en el que se ha eliminado todo rastro de los recuerdos de Nora.
El vestuario de la protagonista, un traje de noche de raso, y el del ama de llaves contrastan con el anacrónico atuendo de la hija. A lo largo de la obra, Emmy se despoja de su vestido de época para lucir un moderno top y un pantalón ajustado. De nuevo se entremezclan el ayer y el hoy.
En un momento de sequía en la escena madrileña, La vuelta de Nora es una propuesta muy recomendable. Ya solo por disfrutar del duelo interpretativo sobre las tablas entre Aitana Sánchez-Gijón y Roberto Enríquez merece la pena.
“Hay gente que no comprende a Nora en absoluto y hay gente que la comprende absolutamente”, ha dicho la actriz hispano-italiana. Sin duda, me posiciono en el primer grupo. La protagonista se va dando un portazo. Después de tres lustros, llama a la puerta con oscuras intenciones y su familia abre. No es difícil comprender quién hace lo correcto.
Luces: los excelentes duelos interpretativos.
Sombras: existe el riesgo de que el mensaje de la obra se malinterprete.
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