G.K. Chesterton | 04 de marzo de 2021
Quiero ahora preguntar seriamente a los editores de los periódicos cuál es el bien que se deriva de este tipo de «inteligencia extranjera». ¿Hay algo inteligente en este tipo de inteligencia?
Ojalá que nuestros periodistas, o bien dejaran en paz al continente, o bien intentaran dar una explicación sensata del mismo. En la época de nuestros abuelos, lo dejaban bastante en paz, y se conformaban con ciertas etiquetas que eran tan grandes y burdas mentiras que no hacían ningún daño. Los franceses comían ranas, en los intervalos necesarios entre sus encogimientos de hombros. Porque no puedes encogerte de hombros si no los desencoges ocasionalmente. Todos los italianos tocaban el organillo por las calles; todos los organilleros eran condes mendigos extranjeros. Me encantaría que volviéramos a tener estos melodramas, en vez de los zumbidos de las mentiras de las que están plagados los periódicos, que son como los zumbidos de las avispas en nuestros comedores. Aquellos sanos mentirosos de antaño no sabían nada de Rusia. Fantaseaban acerca de Rusia, al igual que yo puedo fantasear acerca de Marte o de la Luna. Pero el nuevo «corresponsal en el extranjero» ha dado un gran paso adelante. Envía continuamente a sus editores informes especiales fragmentarios, del tipo que conoce todo aquel que haya buscado cualquier evidencia de cualquier asunto. La definición más corta que podemos decir de estos corresponsales en el extranjero es que provocan confusión aun cuando estén en lo cierto.
Para probar lo que digo, me gustaría analizar un breve pasaje, que trata de la religión en Rusia, y que he leído en uno de los periódicos más respetables. La comunicación es suficientemente lúcida para mostrar que es muy parcial; pero demasiado malo es que el fanatismo no sea lógico. Transcribiré todas las palabras impresas desde el principio, tal y como las encuentro, como una muestra del moderno periodismo inglés. La columna se titula, en enormes letras: Exorcizando espíritus. Le sigue un segundo encabezado, en letras algo más pequeñas: Asombrosas escenas en el día de la Santa de Rusia. Y después tenemos un tercer titular: Horas de tortura. La letra impresa comienza ahora con este párrafo:
«Las habituales escenas de fanatismo tuvieron lugar en los barrios de San Petersburgo en el día de santa Parascheva, y las autoridades eclesiásticas no protestaron, ni intervino la policía. Funcionaron trenes especiales para permitir que miles de vecinos de las clases bajas fueran testigos de un espectáculo cuya tolerancia sola la podrán apreciar los que estén familiarizados con los escritos de M. Pobiedonostzeff, el difunto procurador del Santo Sínodo».
No soy de los familiarizados con los escritos de M. Pobiedonostzeff, el difunto procurador del Santo Sínodo. Pero, para desgracia de los que tratan de convencerme o persuadirme con textos así, soy de los familiarizados con las operaciones más elementales de la razón humana. Y lo primero que noto en esta noticia es que las escenas de las que se dice «asombrosas escenas» cuando se las imprime en el titular en letras grandes, se convierten en «las habituales escenas» cuando se las imprime en la letra pequeña del cuerpo de la noticia. Es decir, el periódico atrae la vista del lector diciendo que se ha hecho algo tan perverso que ni siquiera un ruso lo ha hecho antes. Y cuando ya ha atraído al lector y su ojo, le dice que esta es la típica cosa que los rusos están haciendo siempre. Cuando leo estos titulares y estos párrafos juntos empiezo a comprender por qué mi profesión no llega a ser respetada todo lo que me gustaría que se la respetase.
Pero vamos a pasar a examinar el párrafo. Nos dice que sucedió en la fiesta de santa Parascheva, y que las autoridades eclesiásticas no protestaron. No cabe ninguna duda de que los lectores del periódico están tan familiarizados con la vida, virtudes y milagros de santa Parascheva que se estremecen al contacto de la verdad de esta crítica. Todo el que compra este periódico están tan familiarizado con las doctrinas y la apologética de la Iglesia ortodoxa rusa que ve a primera vista que las autoridades eclesiásticas deberían haber protestado. Pero yo, por mi parte, he vivido una vida sencilla y retirada, en la que santa Parascheva parece haber jugado un papel menor, y he sido negligente en informarme de las sutilezas de los eclesiásticos rusos. Pero como digo, aún retengo algo del uso de mis facultades, incluso sobre un incidente tan lejano. No sé qué daño puede haber en que funcionen trenes especiales para miles de vecinos de las clases bajas. Me gustan las clases bajas, incluso en Inglaterra, donde no se les permite tener religión. Puede que sean diferentes en Rusia, en donde claramente se les permite tener religión; pero incluso allí no sé por qué no se les pueden permitir también los trenes.
El autor parece ser un marciano con un gran odio hacia la gente pobre, cuando resultan ser rusos y religiosos, y con un odio del que tampoco permite que pueda ser utilizado para una controversia
El reportero se detiene para mencionar, con justa indignación, que santa Paracheva (quien quiera que fuera) ha logrado crear un día festivo, «con loterías, puestos de refrescos, y barras de bebidas» y «juegos y diversión de toda clase». Ciertamente, todo esto es deprimente, especialmente para la gente de la moderna Inglaterra, que parecen ser capaces de crear todas estas instituciones, menos a la santa. Sigo leyendo, pero cuanto más leo este desconcertante relato, menos me entero de lo que sucedió. Parece que una mujer fue alzada por un «joven campesino» para besar la imagen de la santa; otro «joven campesino» la agarraba por el pelo y «le arrastraba la cabeza de lado a lado, arriba y abajo, gritándole: «Dale un beso, dale un beso a santa Parascheva». La ropa de la mujer pronto acaba hecha jirones». Todo esto me deja perplejo. Ciertamente, si yo pretendiera que una joven le diera un beso a alguien, no se me ocurriría tirar de su cabeza para los lados, arriba y abajo, mientras ella estuviera (quizá) intentando hacerlo. Pero incluso aunque siguiera un curso de acción tan carente de todo tacto social, no sé por qué habría de concluir con la ropa de la joven hecha jirones. Continúo con la lectura (en mi ingenuidad) y miro a ver qué sentido puede tener el resto. Me entero de que «agua de color del barro» (se suponía que era agua bendita) fue vertida sobre la boca de la víctima, seguida de un «aceite descolorido». A menudo he bebido agua de color barro, se supone que no era agua bendita, y aunque no me hago a la idea de beber «aceite descolorido». Pero cuando seguí leyendo sobre la pobre joven, llegué hasta esta frase, que es como un punto y final: «Le sujetaban los labios cerrados, por lo que fue obligada a tragarlo».
Quiero ahora preguntar seriamente a los editores de los periódicos cuál es el bien que se deriva de este tipo de «inteligencia extranjera». ¿Hay algo inteligente en este tipo de inteligencia? El autor parece ser un marciano con un gran odio hacia la gente pobre, cuando resultan ser rusos y religiosos, y con un odio del que tampoco permite que pueda ser utilizado para una controversia, pues existe otra parte de la que no nos quiere hablar. Si la nación rusa se alinea con prácticamente toda la literatura, profana y religiosa, y con prácticamente todas las civilizaciones, paganas y cristianas, al creer en la existencia de los malos espíritus, creo que es un asunto propio de dicha nación. Si los campesinos tratan de salvar a una mujer de tales influencias a través de estos métodos drásticos tan sombríamente descritos, no veo que sea peor que la alimentación forzosa de alguna de nuestras mujeres, y esto no parece que sea arrojar demonios fuera de ellas, sino más bien meterlos dentro. No, estudiaré a Rusia o me ocuparé de mis propios asuntos, pero cuando un hombre del que no he oído hablar suelta un fragmento como este en un asunto del que no tengo posibilidad de examinar, bien, en ese caso, mis labios estarán cerrados, y de ese modo, renunciaré a tragar.
Nuestra época, que ha presumido de realismo, fracasará, principalmente, por la falta de realismo.
Es prácticamente imposible encontrar la verdad en ningún periódico. Están casi callados acerca de las luchas reales del mundo moderno, hasta que estas luchas han concluido.