Jaime García-Máiquez | 04 de octubre de 2019
Un postrero soneto de Lope de Vega que nos recuerda el valor inmaterial de las pequeñas cosas en medio del ruido y la vorágine de nuestros días.
Hay un soneto de Tomé de Burguillos, el desvergonzado heterónimo de Lope de Vega (1562-1635), donde evidencia su penosa figura y pide perdón por ello; al hacerlo, reflexiona que está en ese estado reducido por culpa de ese lector anónimo al que paradójicamente pide perdón, y eso le hace volver la vista con melancolía y algo de acritud estoica a un tesoro propio, íntimo: dos libros, tres pinturas, cuatro flores.
No es el soneto, quizá, de esa docena del Siglo de Oro que deberíamos aprendernos casi de memoria, pero es sin duda magnífico. E importante, como ha recordado varias veces el profesor Juan Manuel Rozas: «Basta leerlo para comprender que es el último escrito», sentencia. Prácticamente el último poema del último libro publicado en vida por Lope, nada menos:
Sacras luces del cielo, yo he cantado
en otra lira lo que habéis oído;
saltó la prima y el bordón lo ha sido
al nuevo estilo, si le habéis culpado.
De mí mismo se burla mi cuidado,
viéndome a tal estado reducido;
pero, pues no me habéis favorecido,
¿por qué disculpo lo que habéis causado?
Entre tantos estudios os admire,
y entre tantas lisonjas de señores,
que de necesidad tal vez suspire;
mas tengo un bien en tantos disfavores
que no es posible que la envidia mire:
dos libros, tres pinturas, cuatro flores.
Lo extraigo como lema de mi primer artículo, aunque le he añadido unos pocos libros más y el doble de pinturas. No se quejaría el poeta. Da lástima pensar que Lope llegara a eso desencantado, después de haberlo tenido casi todo en la vida, pero, en fin, agradezcámosle su testamento, esforzándonos por saber apreciar ese patrimonio, de índole moral evidentemente, que nos interpela no por el lado del desistimiento sino por el de la posesión. ¿Tenemos nosotros esos pocos libros, esa mínima colección de pinturas, esas flores predilectas, ese tesoro muy nuestro?
Hay tanto ruido en el ambiente que el tiempo de calidad necesario para cuidar algo tan delicado se ha convertido en una conquista épica, que debemos realizar por amor a las cosas verdaderamente importantes, porque ellas lo merecen y nosotros las necesitamos: Dios, familia, cultura… Dedicarles una parte esencial de nuestra intimidad nos engrandece. Son aquellas circunstancias de “y mis circunstancias” de Ortega y Gasset, que más que sumar multiplican el yo que es uno.
Por eso los instrumentos de la sociedad que tienen capacidad de acción, cuyos brazos más evidentes podrían ser la Política o la Prensa, tendrían la obligación de ejercer un influjo positivo en este sentido. Un ejemplo que aglutina de alguna manera estas dos fuerzas sería el Telediario de las televisiones públicas. Hace años que no puedo verlas sin sentir cierto hastío e incluso indignación, comprobando cómo su tiempo se divide entre peleas políticas mayormente superficiales, leves referencias al ámbito internacional, sucesos… y fútbol. Los segundos del final dedicados a la Cultura (estrenos de cine, conciertos de música, fiestas que no llegan ni a la categoría de folclóricas) suelen abatir definitivamente cualquier aliento de optimismo vital.
Pero aunque parezca increíble nos acabamos enterando, casi a duras penas, de algunas buenas noticias, sí, aquí o allá de pronto suena la flauta, “sueña la flauta” pensamos: en la letra pequeña de un periódico local, en las horas más bajas de una emisora de radio, por un vídeo enviado al WhatsApp… Y uno, que es en el buen sentido de la palabra bueno… o un poco más bueno aun, piensa: y esto, ¿por qué no se cuenta? Habría que ser tonto, o loco, o malo, para saberlo y no prodigarlo borracho de alegría a los cuatro vientos. Pero como los tipos de la Política y la Prensa han sido siempre tan listos y ya no hay locos desde los tiempos de León Felipe… casi no hay más remedio que pensar en un poder, llamémoslo “oscuro”, interesado a fuerza de ignorancia y pesimismo en someter al Hombre a un estado animal, reducirlo a la superficialidad y violencia en el que querría verlo el mismo Diablo.
Sería tonto, y loco y malo, para nosotros dejarse arrastrar por ese río de lodo. No creo que merezca la pena ni siquiera nadar a contracorriente en aguas tan sucias, en una corriente tan embravecida y que no se secará nunca. Acercarse a la orilla, ganarla, y llevarse allí a todos los que podamos sería un ideal, el ideal de este rincón al menos, para caminar hacia lo alto con un humilde mapa hecho de diez libros, seis pinturas y cuatro flores.
Ante la revolución del orden tradicional basado en la familia, cabe preguntarse si la memoria legendaria de Troya mantiene todavía encendida la piadosa resistencia de Telémaco o de Eneas (sostenidos por la nueva Rut).
Después de ocho años en la dirección de la CNTC, Helena Pimenta se despide con una producción de «La vida es sueño» que confiere un carácter innovador y palpitante a la obra de Calderón.