Miguel Serrano | 05 de junio de 2019
La miniserie de HBO denuncia los métodos de la Unión Soviética para ocultar el desastre nuclear y sirve de homenaje a quienes evitaron una tragedia mayor.
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“¿Cuál es el precio de la mentira?” Esta reflexión es la que abre y cierra Chernobyl, la serie con la que HBO ha estremecido al mundo en este último mes. Una serie descarnada, cruda y terrible que relata los acontecimientos que sucedieron a la explosión del reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil, en territorio ucraniano, dentro de la antigua Unión Soviética, el 26 de abril de 1986, y que bebe en gran medida de la gran obra de Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil, que pretende, precisamente, dar voz a tanto silencio como hay con este acontecimiento. No es ningún aniversario cerrado, no hay una ocasión especial, pero es una serie necesaria. Porque, como recuerda Valeri Legásov, encargado del comité de investigación del desastre, “cada mentira que contamos es una deuda con la verdad”.
Y la historia de Chernóbil es una historia de mentiras. La URSS ocultó en todo momento la realidad y la verdadera magnitud de la tragedia. La política soviética consistió en evitar que nadie supiera lo que allí había ocurrido, esconder la verdad y sus gravísimas consecuencias. Pero la verdad es eterna, y tarde o temprano la basura debajo de la alfombra sale a la luz. Porque muchos hombres valientes se sacrifican por ella. Fue el caso de Legásov, que, aunque había sido un hombre del Partido, no fue capaz de callar ante los horrores que presenció: hombres, mujeres y niños sacrificados por el bien del Estado, de la Madre Patria.
Si el mundo hubiera sabido la verdad de lo que sucedió en Chernóbil, la reputación de la URSS habría caído en picado, y eso era algo que desde el Kremlin no se podía permitir. A pesar de que en aquellos años Gorbachov ya había empezado una cierta liberalización del régimen, el peso de tantas mentiras era demasiado grande. Una nación obsesionada con no ser humillada no podía tolerar la vergüenza ante la ineptitud de sus dirigentes. Por eso silenciaron a los científicos, a los verdaderos expertos. Los jefes de la central nuclear estaban más preocupados por sus ascensos y por congraciarse con el Partido que por su trabajo y la responsabilidad que conllevaba.
Chernobyl es una denuncia implacable de esa ineptitud y esa corrupción. Es terrible ver cómo las autoridades, totalmente conscientes de lo que había ocurrido, decidieron callar y ocultar. Es decir, mentir. Millones de vidas estaban en peligro y, a pesar de ello, siguieron mintiendo. Porque la supremacía nuclear de la URSS no debía ser puesta en cuestión. Pero hubo muchos hombres y mujeres que se lanzaron, de forma valiente y desinteresada, dieron sus vidas por la humanidad y la verdad.
Como Vasili Ignatenko, uno de los bomberos que acudieron inmediatamente a Chernóbil a apagar el fuego de la explosión, y que murieron en un plazo de dos semanas a consecuencia de la radiación. Como el propio Legásov, que se suicidó dos años después del accidente y que declaró la verdad en el juicio “oficial”, un juicio falso preparado para tranquilizar las conciencias de los ciudadanos. Como Ulana Khomyuk, un personaje creado para la serie que representa a las decenas de científicos que acudieron a investigar y controlar la situación. O como los 400 mineros que trabajaron durante semanas para evitar la fusión completa del núcleo, que habría supuesto unas consecuencias inimaginables.
Chernóbil es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXISvetlana Alexievich, Voces de Chernóbil
Técnicamente, la serie es un prodigio. La recreación de los lugares, de los personajes y de la vida misma es de un nivel nunca antes alcanzado. La dureza de la situación se presenta sin ningún adorno, simplemente porque la historia no lo requiere. Es tan terrible que parece una serie distópica, de ciencia ficción y de terror a la vez. Es sucia, como la radiación invisible que condena a todos los que están allí. Es triste, como las muertes de todas las víctimas. Y es indignante por las mentiras de la Unión Soviética. Porque cuando ponemos las vidas de todos al servicio de una ideología, y más cuando es tan dañina como la soviética, perdemos todos, como todos perdimos en Chernóbil.
En definitiva, Chernobyl es una serie magnífica, al nivel de las mejores producciones de HBO; una de las mejores series de la historia, que atrapa y conmueve, aterroriza y oprime. Una historia de mentiras y villanos, sí, pero también una historia de héroes y de justicia. Porque tantas víctimas silenciadas, escondidas, merecían ser conocidas. Y Chernobyl, así como fue Voces de Chernóbil, el maravilloso libro de Svetlana Alexievich, es un homenaje a la altura de su sacrificio.
El análisis, sin «spoilers», de la última temporada de una saga que se ha convertido en historia de la ficción audiovisual.