Pablo Sánchez Garrido | 05 de junio de 2019
El siglo XX superó con creces a cualquier otra época de la historia en el número asesinatos de víctimas civiles por odio a la fe.
El profesor de Historia Contemporánea Andrea Riccardi bautizó con el significativo título de Il secolo del martirio uno de sus libros, recientemente traducido al español por Ediciones Encuentro como El siglo de los mártires. No se piense que el autor lo escribe en un sentido figurad o recurriendo al hipérbaton literario. El siglo XX superó literalmente y con creces el asesinato de víctimas civiles -en este caso por odio a la fe- de cualquier otra época de la historia, e incluso el de toda la historia de la humanidad en su conjunto. Pero no se trata tan solo de una cuestión cuantitativa, es decir, no es únicamente que la suma de personas asesinadas por la fe aquí y allá al cabo del siglo arroje un sumatorio agregado mayor respecto al de otros siglos.
El siglo de los mártires
Andrea Riccardi
Ediciones Encuentro
592 págs.
27,88€
Hay, además, una cuestión cualitativa aterradora y es que en el siglo XX se produjeron «martirios en masa» o a gran escala, como nunca había conocido la historia de la humanidad. Es decir, la cantidad de los martirizados en espacios –por lo general, naciones– y tiempos concretos alcanza cifras inauditas: como los más de 200.000 sacerdotes en la Rusia comunista o los que acabaron en campos de concentración nazi como Warthegau o Dachau, campos “especializados” en el clero. Sin olvidar el caso español, al que dedica un análisis relativamente amplio.
Pero tampoco queda ahí la cuestión; este nuevo género de asesinato colectivo, que podríamos denominar genocidio martirial –el autor emplea la expresión “martirio en masa”–, no se produjo únicamente en el seno de una nación, como el atroz genocidio de La Vendée, durante la Revolución Francesa; ni en el contagio desde una nación totalitaria a las que estaban bajo su influencia. Se produjo en muy diversos, y a veces distantes, países de los cinco continentes: Albania, Alemania, Polonia, Italia, Francia, España, China, Turquía, México, la URSS, Japón, Uganda, Nueva Guinea, Burundi… Nótese que muchos de estos países eran países avanzados cultural, científica y tecnológicamente, destacando sobremanera Alemania. Uno de los epicentros genocidas se produjo en este, que, quizá, fuera el país más civilizado de la Tierra por aquel entonces, pero a la vez protagonista de una de las mayores barbaries genocidas.
También fue diversa la coartada ideológica de los “martiricidas”, ya que estos martirios masivos por lo general fueron “justificados” en nombre de la ideología. Pero no fue una única ideología la que acompañó a todos estos genocidios, sino que emanaron de regímenes tan distintos como el nazismo, el anarquismo, el comunismo, el liberalismo, determinados nacionalismos… Un elemento transversal a estas ideologías diversas, e incluso a veces contrapuestas entre sí, sería el de su estatolatría, el culto a un Estado deificado que pugna por sustituir a Dios y a su Iglesia, así como la subsiguiente ideología estatolátrica como sucedáneo espurio de la religión tradicional.
No es por ello casual la especial saña con la que el comunismo o el nazismo persiguieron a la religión judía y cristiana. El Estado se erigió en Iglesia, cuando no directamente en deidad, y la ideología respectiva se convirtió en su credo religioso, ya fuese este nazi o comunista. El caso nazi fue especialmente significativo, pues asumió formalmente la necesidad de eliminar y sustituir la fe cristiana, no digamos ya la judía, por “la fe nazi”, de acuerdo con las consignas de una nueva religión neopagana basada en la raza y la nación, elaboradas por su ideólogo Alfred Rosenberg. El mismo Joseph Goebbels afirma en su diario: “El Führer está inexorablemente decidido a aniquilar a las iglesias cristianas después de la victoria”.
El Führer está inexorablemente decidido a aniquilar a las iglesias cristianas después de la victoriaJoseph Goebbels
La propia ideología totalitaria asumía una función omniabarcante, al no permitir nada que le hiciera sombra en la esfera pública, pero también reclamaba su «poder total» sobre el fuero de la conciencia de sus ciudadanos. La lógica expansiva del leviatán hobbesiano devino, así, en el sangriento behemoth totalitario.
El mismo siglo XX que Riccardi denomina el “siglo del martirio” también ha sido denominado como “el siglo de la ideologías” (J. P. Faye) o “el siglo sin Dios” (A. Muller-Armack), trinomio fatídico en el que late una tremenda conexión causal. Al volver el hombre la espalda a Dios, no es que deje de creer, es que pasa a idolatrar cualquier otra cosa en su lugar, como advirtiera Chesterton al comienzo del siglo XX. El lugar de la religión fue ocupado por ideologías totalitarias que funcionaron como religiones sustitutorias y que sacralizaron el Estado, el Partido o la Raza, a la vez que demonizaron a quienes amenazaran con su fe los dogmas de una política elevada a religión. Por esto, atribuir a estas muertes una causa meramente política, por muy ampliamente que se conciba lo político, implica incurrir en una superficialidad que distorsiona la comprensión última del fenómeno. La tesis de Donoso –profeta de los totalitarismos– de que detrás de cada cuestión política hay una cuestión religiosa se nos revela aquí plenamente.
Volviendo a Riccardi, tampoco olvida otras tipologías de martirio: los mártires de la caridad, como los que pagaron con su vida la ayuda al pueblo hermano judío, o san Maximiliano Kolbe, sacerdote que ofreció su vida en Auschwitz por la de un padre de familia en la misma cola de ejecución; o los mártires de la justicia, que llevan su compromiso con Cristo sufriente en su pueblo hasta sus últimas consecuencias, como san Óscar Romero. Sin olvidar a los mártires misioneros, que permanecen hasta el final al servicio de sus hermanos cuando hasta los más valientes cooperantes abandonan; así como los mártires del terrorismo, o las mujeres martyres puritaris, que han muerto por resistirse a su violación.
Riccardi realizó un ensayo de gran valor no solo por la cantidad de datos específicos de martirios en los diversos países, sino especialmente por la gran aportación que supone poner en conexión todo el «fresco de los mártires» del s. XX. Sin embargo, esta visión de conjunto del descomunal mosaico martirial tampoco le ha llevado a perder de vista que cada tesela está constituida por un hombre o mujer con nombre y apellidos, con familia, con una situación de dolor y sufrimiento cruel e injusto, pero que nos revela su pleno valor al transfigurarse bajo la cruz de Cristo.
En este sentido, el ensayo también nos narra casos particulares de especial significación o que ayudan a hacerse una vaga idea de las atrocidades por parte de los asesinos y de la grandeza por parte del que, en el trance de ser asesinado con la mayor injusticia, es capaz de perdonar a sus verdugos, e incluso rezar por su asesino. La reivindicación del papel iluminador del mártir en la historia de la Iglesia y en la propia historia de la humanidad debe mucho a san Juan Pablo II y a sus sucesores en el pontificado, que han continuado esta labor.
Esta visión de conjunto del descomunal mosaico martirial tampoco pierde de vista que cada tesela está constituida por un hombre o mujer con nombre y apellidos
Riccardi pudo hacer esta importante obra gracias a una valiosa documentación a la que tuvo acceso como miembro de la Comisión de Nuevos Mártires, creada por san Juan Pablo II para documentar el martirio del s. XX en el contexto del Jubileo del año 2000. El Papa polaco había sido testigo directo del horror del holocausto del s. XX. Como afirmó: “Yo mismo fui testigo, en los años de mi juventud, de tanto dolor y de tantas pruebas”. Eso lo impulsó a promover la necesidad de salvar el recuerdo de estos testigos de la fe de todo el mundo: “Su recuerdo no debe perderse, más bien debe recuperarse de modo documentado”. Asimismo, abrió la condición martirial a hermanos de otras confesiones, dentro de lo que denominó el “ecumenismo del martirio”.
Un acierto de Ediciones Encuentro, concretamente de la colección “Mártires del siglo XX”, dirigida por Mons. Juan Antonio Martínez Camino, comenzar la colección por esta obra. También merece destacarse la colaboración en esta edición del Instituto CEU de Estudios Históricos, un centro académico que está realizando una notable labor de investigación y de divulgación históricas, sacando a la luz dimensiones de la historia del siglo XX que desde otros ámbitos quedan silenciadas, cuando no desfiguradas.
Para concluir, unas palabras del santo Papa polaco, testigo de ese martirio que rozó en su propia carne: “Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca! Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la plena comunión de todos los discípulos de Cristo”.