Miguel Serrano | 05 de agosto de 2019
La novena película de Tarantino lleva al máximo exponente todos los elementos que lo han convertido en un director de culto.
Una nueva película de Quentin Tarantino genera siempre una enorme sacudida en el público y la crítica. Una legión de innumerables fanáticos espera con impaciencia que el director norteamericano los deleite con su nuevo trabajo, y otra de detractores la recibe con el cuchillo entre los dientes para triturarla.
En cualquier caso, cada vez que estrena obra es una oportunidad más para acercarnos a su peculiar universo. Y en Érase una vez en Hollywood nos encontramos al cineasta desatado en su lenguaje, con todas las características que lo han llevado a lo más alto, llevadas a su máxima expresión.
Érase una vez en Hollywood es una doble declaración de amor. En primer lugar, al cine. Desde su primera película, Reservoir Dogs, Tarantino ha demostrado ser todo un erudito. No en vano, su formación la obtuvo en un videoclub, rodeado de las películas de serie B, de westerns baratos, terror cutre y kung-fu. Y todo eso lo ha volcado en su obra. Ahí tenemos Pulp Fiction, Jackie Brown, las dos Kill Bill, Malditos Bastardos, Django Desencadenado y Los odiosos ocho, ocho joyas cinematográficas que hacen de la trayectoria de Tarantino una de las mejores de la historia del cine.
Desde esta perspectiva, Érase una vez en Hollywood es, sin duda, su gran obra (hasta el momento) desde su misma premisa. La película sigue la historia de un actor de westerns en horas bajas (el siempre soberbio Leonardo DiCaprio) que se ve obligado a interpretar a villanos en series de televisión y de su doble de acción (Brad Pitt en el que es, sin duda, el mejor papel de su carrera y de la película), una historia de amistad, lealtad y sacrificio perfecta.
Y se ambienta en una época crucial para el cine: el viejo Hollywood cedía terreno ante el nuevo Hollywood, con un concepto muy diferente del cine. Y, también como representante del nuevo Hollywood, encontramos el tercer pilar de la película: Sharon Tate (Margot Robbie), de quien hablaremos luego inevitablemente, esposa del director Roman Polanski, uno de los estandartes del cine del momento.
Además, la película de Tarantino está plagada, desde su mismo comienzo, de homenajes brillantes al cine y la televisión de serie B de los años sesenta: tráilers, entrevistas de rodaje, clips de películas, y escenas mismas de los rodajes que constituyen en sí mismas pequeños cortometrajes. Y cada una de esas películas y series merecería la pena si fuera dirigida por Tarantino (de hecho, hay ya en marcha una serie de las que aparecen en Érase una vez en Hollywood).
Por otro lado, Tarantino, en su novena obra, declara su amor incondicional a la ciudad de Los Ángeles, que en los años sesenta parecía estar viviendo una edad de oro. Fiestas perpetuas, coches de lujo, sonrisas constantes, cierta inocencia en el ambiente… Esa inocencia se refleja en el personaje más luminoso de la película, Sharon Tate, que, si bien no tiene apenas líneas de diálogo y su trama no es la principal, permite a Margot Robbie demostrar que es una de las mejores actrices del momento, con las escenas más tiernas de toda la filmografía de Tarantino.
Y precisamente con Sharon Tate entra la parte más oscura de Érase una vez en Hollywood: la Familia Manson. Tate fue una de las víctimas de los asesinatos producidos en la noche del 8 al 9 de agosto de 1969 por los miembros de esa extraña secta dirigida por Charles Manson, hace ya medio siglo.
Manson, que no llega a tener presencia directa importante en ningún momento de la película, es más bien un fantasma que planea durante el metraje de la película, como la oscura amenaza que se cierne sobre Los Ángeles. Los asesinatos de Manson supusieron el final de esa inocencia, un despertar sangriento de ese sueño hippie que se muestra en la película (y que no sale muy bien parado).
Las escenas de la Familia son escalofriantes, y es admirable cómo Tarantino consigue generar esa tensión y ese miedo a plena luz del día. Para un mejor disfrute de la película, es mejor no entrar mucho más en detalles, pues la trama está tan bien llevada que es mejor dejar que sorprenda.
Érase una vez en Hollywood es una de las mejores películas de Tarantino, un cuento de hadas, un sueño que contiene en sí mismo a todas sus otras obras, y que sabe conjugar a la perfección, gracias a un reparto maravilloso y un uso de los tiempos y la música magistral, comedia, drama, thriller, acción, violencia e incluso terror, cambiando de registro en segundos, y vuelve a pegarle una patada a lo políticamente correcto.
Quentin Tarantino es el director más importante de su generación, y lo sabe. Asume su condición consciente de la responsabilidad que ella conlleva. Porque sabe que su legado estará en sus películas. Desde hace tiempo amenaza con dejarlo, pero, por el bien del cine, esperemos que sea solo un farol.
Las mejores películas para el mes de agosto. Vuelve Tarantino con una historia de Hollywood en la que se cuela Charles Manson.