Aurora Pimentel | 06 de enero de 2020
«Modern Love», una serie sencilla, con sentido del humor y buenos diálogos, que evitan caer en la predicación de un mensaje único.
Vaya por delante que las historias de amor me gustan, así, en general. A ver, que ya sé que no es modo de empezar con semejante afirmación categórica que bascula entre ponerse la venda antes de la herida –por si hay cínicos que leen, y como hoy son legión hay que protegerse- y hacer una declaración tan poco específica como “la comida me gusta” (que también podría hacerla así de universal, vaya esto por delante).
Pero es que si Modern Love tuviera que entrar en categorías sería en la de historias de amor en el sentido amplio y también en el vago. Son ocho capítulos, ocho historias de amor, más que moderno, contemporáneo. De hecho, se le ha acusado de no ser suficientemente moderna, léase en el sentido de dura, descarnada, etc., de tener una mirada aún y todavía amable. Hay mucho cínico, como les decía en el primer párrafo. Y hay mucho gorrino y fontanerías varias, eso también lo hay a raudales.
Para alguien como yo a quien le mola la Edad Media, el amor cortés, el cortejo y esos muchos otros amores que no se “resuelven”, por así decirlo, satisfactoriamente –o del todo- en esta tierra (soy realista y por eso me encanta John Wayne cuando se queda ahí solo en el desierto mirando), que Modern Love le guste es, creo, mucho mérito de la serie. También pueden ser los años o el hecho de compararla.
Así que empiezo por comparar. Creo que lo mejor de Modern Love estaba ya en Once, la película del irlandés John Carney, que es quien escribe, coproduce y dirige esta primera entrega de la serie, y cuya impronta en toda ella es palpable. Once no acababa como los modernos cánones exigen a menudo, ni los crueles, ni los cárnicos ni los ñoños –que los hay también, por otro lado-, por eso era (es) una sencilla historia de amor quizás menos contemporáneo y, por eso, más eterno, una delicadeza de historia que hoy, por contraste, nos resulta absolutamente chocante: no estamos acostumbrados.
Ahora Carney ¿vive? en Nueva York y con Modern Love se hace un poquito menos irlandés: malo, hay que ser irlandés, al mundo le hace mucha falta Irlanda, gamberra y poética, un poquito destartalada. Y se hace más estadounidense en el sentido confortable del término. Sin embargo, se puede ser pelín confortable y ser agradable en todo caso. El mismo Carney, por si os suena, hizo la divertidísima y un poquito, ahí sí, gamberra (me encanta) Sing Street, y otra romántica, Begin Again, ambas recomendables como Once lo es.
Modern love es así amor en un mundo con poca épica, historias de corazones inquietos. Esto de la inquietud de los corazones es para mí una clave aún parcial, pero importante de la serie. De ahí ese regusto agradable y a la vez melancólico que deja cuando la acabas. Es muy duro pensar que todo se acaba (aquí).
Está basada –con bastante adaptación, es mejor no saber qué pasó realmente- en varias historias de la columna «Modern Love» del periódico New York Times. O sea, es una visión –como toda ficción, si no sería la realidad, por definición inabarcable- de cierto microcosmos upper middle class del Nueva York liberal y demócrata mayormente, por resumirlo de alguna manera. Y, vaya por Dios, naturalmente es otra (más) de las cosas que se le han reprochado: que no haya ese amor de los que no llegamos a fin de mes y nos tiramos los trastos a la cabeza porque, cómo se te ha ocurrido gastarte 200 euros sin consultarme, que nadie sea obrero o habitante de Ávila o viva, pongo por caso, en un suburbio asiático, etcétera, etcétera, etcétera. Que sea una serie cuqui, he llegado a leer que le achacan. Pero ya digo que es que hay mucho triste y mucho pelma por el mundo y pretenden fastidiarnos. O sea, aleccionarnos.
A ver, tranquilos, progres (y otros), tranquilos todos esos, que para que alguien te cuente algo y que aquello resuene en ti –que te guste, que te diga algo- no hace ninguna falta:
1. a) Que sea un tratado con pretensiones totalizadoras y absolutas sobre –tachán, tachán- “el tema” de que se trate (ver punto 1 a continuación); y b) que sea tu propia vida o la que conoces más de cerca (menudo espanto).
Nos hemos olvidado de lo que trasciende, de la elipsis y de mil básicos de la ficción –y la vida, tanto monta, monta tanto- y así nos luce el pelo. Insisto: Modern Love es buena y voy a intentar resumirlo en diez puntos sin destripar (demasiado) la serie, a ver si me sale:
No te predica ni lleva “recado” (mensaje) o moraleja. Esto es muy de agradecer en estos tiempos y entiendo, precisamente, que sea lo que no les gusta a tantos de diversos pelajes. Personalmente estoy harta de que me lleven “recadito” las cosas o una moraleja rala. O eres un absoluto genio y “ofreces” moral de verdad, a lo bestia –hace falta ser Dostoievski o así-, o no me des un recadito a la oreja como si me hiciera falta o fuera boba y no me enterase. No seas pretencioso, por favor, abstente. Y John Carney –salvo alguna cosita, ciertos peajes son hoy impepinables- ay, madre, se abstiene. Gracias le sean dadas.
Los hombres no son siempre borricos ni imbéciles. Es más, a veces son hasta francamente majos. Si uno atiende al “relato” mayoritario de tantas series y películas de acuerdo al imaginario moderno, los hombres heterosexuales son mayoritariamente (especialmente si superan los 40 años) entre idiotas y brutos –a veces ambas cosas- y tienen la culpa de todo desde tiempos inmemoriales. O bien son homosexuales y entonces sí son maravillosos y aman de muerte, otra versión hoy frecuente, otra cara.
Resulta que en Modern Love hay hombres, en su gran mayoría confusos, que meten la pata –naturalmente-, pero en general francamente decentes y algunos hasta inolvidables. Desde el sólido Guzmin -ese de confuso nada- del primer capítulo, “Cuando el portero es tu mejor amigo” (Guzmin es un guiño a Good man?), hasta ese hombre que huele a padre del capítulo 6, “Parecía un padre, así que solo era una cena, ¿no?” (aviso, me bato en duelo con quien no considere a este tipo un hombre decente finalmente) o el protagonista del capítulo 5, “En el hospital, un interludio de claridad”, uno de los capítulos que a mí más me han gustado.
Y sí, también los maridos –otra categoría de hombre hoy denostado, parece que no hay marido bueno- pueden ser decentes, imperfectos y manifiestamente mejorables, pero decentes. Ya sé que eso hoy es como misión imposible, pero vamos, que los hay en Modern Love. O sea, Carney es un auténtico hacha. Gracias de nuevo, majo.
Cambia de registro y no te cuenta la misma historia todo el rato. Espera que te sorprenda el capítulo 3, “Acéptame tal como soy, sea quien sea”, y no solo por Anne Hathaway, que está estupenda. Mary Tyler Moore, la chica de la tele, se alegraría del homenaje (esto es solo apto para los nacidos en los 60). Tampoco es nada de lo que esperas el 4, ni el 5, ni varios: al final la vida te sale por peteneras y da un giro de 180% grados.
Son 29-35 minutos (sí, lo bueno si breve dos veces bueno) y son independientes, salvo el último capítulo que de alguna manera hila o concluye –ay, no- todos ellos. Esto es una gran cosa que agradezco, porque puedes ver un capítulo y seguir haciendo la comida del día siguiente o irte a la cama sonriendo (o llorando). No hace falta hacer un maratón ni que te pegues un empacho. Un aspecto menor para mucha gente, pero no para otros que no tenemos tiempo o vemos algunas cosas a saltos.
También es bueno si tienes que explicarle qué pasa en la serie a quien no ha visto desde el capítulo 1 y aparece en el minuto 22 del capítulo 4 y te pregunta: “Y ese… ¿quién es?». Modern Love favorece las relaciones familiares, no hay que hacer un esquema de personajes y tramas ni enfadarse con el recién llegado (esto pasa en otros casos). Esta serie es para quien se la trabaja y para quien no se la trabaja y solo ve un capítulo puntual, para ambos.
Es amable (no cínica), ya lo siento por los que están de vuelta y hacen alarde -o cine o literatura- de ello. No estoy nada de acuerdo con aquellos que la han comparado con Woody Allen, uno de los mayores cínicos que existen y que lleva años viviendo de ello (el cinismo hoy cotiza alto). Sale Nueva York en ella filmada de un modo amable y estético –esos cafés y restaurantes, esas casas tan espaciosas, esas calles con sus árboles, etc., el Nueva York rico y agradable, vamos-, pero ahí se acaba toda la comparación. No hay nada de Allen salvo el retrato de ciertos libs y sus contradicciones (capítulo 7, “Las adopciones abiertas requieren una mente abierta”). Hay más esperanza que en Allen o al menos yo así lo veo (salvo el capítulo 8, siento ser tan pesada).
Actores y actrices que actúan estupendamente. Actúan, esto es: te lo crees. Vocalizan para empezar (sí, en la versión original se les entiende, no como a otros en mi propia lengua, no doy más señas). No sobreactúan (tampoco doy más señas). Podría hacer un catálogo de miradas para recordar que empezaría por la de Andy García, al otro extremo de la calle, y la de su mujer, en la cocina dándole un plato.
Ya, hay muchos británicos en el elenco, quizás eso cuente, caras conocidas y desconocidas, todos estupendos. Actores como Catherine Keener en el capítulo 2, la maravillosa Sophia Boutella del 5, la pareja de Tina Fey y John Slattery del capítulo 4 y sus hijos, que demuestran que un niño y un adolescente pueden actuar y no ser directamente abofeteables. En fin, yo es que no encuentro a un solo actor o actriz que no esté muy bien en la serie.
Intimidad, qué cara te vendes + las relaciones –que son eso, relaciones, no bobadas- tienen sus (muchos) vericuetos y esfuerzos. Lo de los corazones inquietos visto desde otra manera a lo largo de la serie. A veces solo queremos que nos escuchen, ni siquiera que nos entiendan. Otras necesitamos verdadera intimidad, es lo que se busca y se confunde con una cama. La insatisfacción y el yo esperaba otra cosa de esto es el pan nuestro de cada día si eres un adulto medio, normal, vamos. El demonio del medio día no es lo que habitualmente se cree, sino lo que era originariamente: la pereza de luchar por alguien y algo, de volver a intentarlo cuando lo biológico –lo que viene detrás y requirió un esfuerzo titánico- no tira de ti ya casi (por cierto, curiosa la insistencia en los animalitos de Carney, gorilas, guepardos, pingüinos, etc.)
Sentido del humor (y no tomarse demasiado en serio). Ah, qué bonito reírse de lo idiotas que podemos ser todos, hombres y mujeres, a los veinte y a los sesenta años, por muy listos que seamos o que nos sepamos la teoría. Me chifla ese mostrarnos en nuestras absolutas incoherencias y debilidades.
Diálogos con fundamento (o sea, personas inteligentes y normales). O cuando se habla y se dicen cosas serias sin serlo y viceversa (como en la vida). Fascinante que hasta para un ligue de una noche él y ella hablen con cabeza. Increíble también que lo más importante se diga como quien no quiere la cosa, ese “vuestros hijos me caen bien” y algo cambia por una simple frase. Esa es la vida: no alguien que te da un discurso y vuelves con tu marido avergonzada, sino una sola palabra, una mirada, que hace clic por dentro y de repente caes en algo.
Como en el punto 1, para decir cosas reales, que interesen, que te las creas, no hace falta hacer decir a los personajes obviedades o frases espantosas tipo Paolo Coelho o Mr Wonderful, que dan auténtica vergüenza ajena. Envidia de Modern Love donde no hay proclamas, ay, por Dios, qué envidia tengo de John Carney y sus guionistas escribiendo diálogos.
La sencillez de lo que está muy trabajado (y no ves las costuras, por eso es bueno). No hay más que decir en esto. Acabo.
Así que esto es en resumen Modern Love: una buena serie sin pretensiones de nada.
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