Jorge Aznal | 07 de mayo de 2019
La calidad de las series o los valores que transmiten deben tenerse en cuenta de cara a su continuidad.
Que haya muchos jóvenes -y no tan jóvenes- que consuman series de televisión en servicios de vídeo bajo demanda (Netflix, Movistar, HBO, Amazon Prime Video…) no implica que no haya también muchas personas que continúen viendo la televisión de la forma tradicional. Esto es, quienes se sientan delante del televisor y eligen entre los programas, series y películas que se emiten en ese momento.
Las dos opciones, por supuesto, son igualmente respetables, pero los segundos, aquellos que por diferentes razones (edad, situación económica, costumbre…) solo ven las cadenas generalistas, parece que importan menos. No hace falta decir que se trata de una injusticia pero, por si acaso, que conste en acta: es injusto.
No se trata de confrontar una forma de ver la televisión con otra. Al revés. Las dos vías -los servicios de vídeo bajo demanda y el consumo tradicional de contenidos en la televisión- son perfectamente compatibles y complementarias. El problema está en cómo afecta la fragmentación de las audiencias -no solo como consecuencia de las plataformas de contenidos bajo demanda, sino también de la tecnología y de los cambios sociales- a la producción y emisión de las series.
Para bien, tenemos el éxito mundial de La casa de papel en Netflix después de su emisión en Antena 3 y cómo esa popularidad ha llevado al desarrollo de una nueva temporada. Pero, para mal, tenemos muchas otras series españolas cuya esperanza de vida se sabe, antes incluso de que vean la luz, que no pasará de la primera temporada.
Sabemos que, nos guste o no, mandan las audiencias, pero en el caso de RTVE debería haber otros baremos para decidir la continuidad o no de una serie, como la calidad, los valores que transmite, su interés social, la fidelidad del público que la ve o el recorrido que pueda tener la serie. El ejemplo más claro lo representa El ministerio del tiempo. En su primera temporada, superó los 2,5 millones de espectadores de media y el 12% de cuota de pantalla; en la segunda, no alcanzó los 2.300.000 espectadores ni el 12% de cuota; y, en la tercera, bajó a 1.450.000 y un 9,3%. El penúltimo capítulo se quedó en un 5,9% de share y menos de un millón de espectadores.
Eso fue en 2017. Y aunque se hará esperar -los nuevos episodios llegarán en 2020-, habrá una cuarta temporada de El ministerio del tiempo. Y, sobre todo, si cuenta con el reparto original, está bien que la haya por eso mismo. Por los valores que encierra, por su calidad, por su interés histórico y por la fidelidad y aceptación que tiene entre el público, como se encargan de demostrar sus seguidores en las redes sociales.
Los auténticos héroes no son los que están en en los libros sino los anónimos que luchan día tras día, noche tras noche. Gracias Mayka por haber viajado por el tiempo con nosotros. Gracias agente 2034 – 'Sit tibi terra levis' pic.twitter.com/KnFhiX5cuj
— Mº del Tiempo (@MdT_TVE) December 28, 2018
Con Estoy vivo, la serie protagonizada por Javier Gutiérrez, Anna Castillo y Alejo Sauras, ocurre algo parecido. Su futuro era incierto después de su pérdida de audiencia en la segunda temporada, pero RTVE ha decidido renovar la serie por otra temporada. También lo merecía. Sin embargo, otras producciones que ha emitido TVE -al margen de Cuéntame– no han tenido la misma suerte. No la tuvieron Los misterios de Laura ni El caso, por poner dos ejemplos de series que merecían haber tenido más temporadas. No la tuvo El continental, que no la merecía. Y no la ha tenido el último ejemplo hasta la fecha: Hospital Valle Norte.
Además del excelente trabajo de José Luis García Pérez y Alexandra Jiménez, que en ambos casos está por encima de la propia serie, de Hospital Valle Norte me quedo con los personajes de Teresa Ruiz de Ory, Sergio Mur y Juan Gea y con la defensa de una profesión tan necesaria como la de médico. En cambio, me chirría la frialdad con la que a veces tratan la muerte de un paciente los propios médicos en la serie.
No es una serie imprescindible ni mucho menos, pero Hospital Valle Norte no merecía un final tan atropellado como el que tuvo en La 1. Menos aún lo merecían el esfuerzo y el talento de Alexandra Jiménez y José Luis García Pérez ni los cerca de 1.300.000 espectadores -un 8% de cuota de pantalla- que la veían cada lunes. Los números son bajos, pero se han mantenido constantes casi desde el principio, señal de que el público ha sido fiel. Otra cosa es que eso le importe a quienes deciden si una serie debe renovar o no.
Moralmente no fue el mejor ejemplo a seguir, pero arrasó.