Juan Orellana | 07 de mayo de 2021
Es cada vez más frecuente producir películas que ponen el foco en el declive del personaje, sus vicios, sus traumas, sus inconfesables pecados. Nos preguntamos si es producto de la casualidad o síntoma de una tendencia a la desmitificación, fruto de una inversión de valores.
El cine clásico siempre ha tenido entre sus argumentos el elogio hagiográfico de ciertas figuras relevantes del arte y la cultura. Retratos hechos de luces y sombras, pero resultando siempre en un balance claramente positivo del personaje. Beethoven, Miguel Ángel, Glenn Miller, Tolstoi, Shakespeare… y tantísimos otros han sido los protagonistas de guiones llenos de épica y grandeza. Pero se ha ido haciendo cada vez más frecuente producir películas que ponen el foco en el declive del personaje, en su lado oscuro, subrayando sus vicios, sus traumas, sus inconfesables pecados. Se trata de un proceso de desmitificación, de supresión del glamour, en beneficio de un supuesto realismo que generalmente entristece al espectador.
Se acaba de estrenar en España 3 días en Quiberón (Emily Atef, 2018), que recrea la última entrevista que concedió la famosa actriz Romy Schneider, en mayo de 1982, pocos días antes de su muerte. La cinta, vestida de un maravilloso blanco y negro, retrata a una mujer alcohólica, consumidora de somníferos, desgarrada por la conciencia de ser una mala madre. Una actriz confusa, insegura, frágil, arruinada, que se pasa en la cama la mayor parte del tiempo. Ciertamente, la actriz Marie Bäumer, que interpreta magistralmente a Romy Schneider, logra despertar ternura y compasión en el espectador, pero no le libra de la sensación de una tristeza y melancolía infinitas.
No hace mucho llegó a nuestras pantallas Judy (Rupert Goold, 2019), un retrato desolador de la actriz y cantante Judy Garland situado en 1968, unos meses antes de su muerte, provocada por una sobredosis de barbitúricos. A la deliciosa muchacha Dorita de El mago de Oz la vemos convertida en un patético personaje, descontrolado y arruinado, sin rastros de encanto ni de glamour. Lo mismo podemos decir de Los Estados Unidos contra Billie Holiday (Lee Daniels, 2021), una aproximación feísta a esta famosa cantante de jazz, centrada en su adicción a las drogas, los abusos de que era objeto y la persecución que sufría por parte del Departamento de Narcóticos del FBI.
Fuera del ámbito artístico, esta tendencia ha llegado también a otros géneros, y tenemos un sorprendente ejemplo en Capone (Josh Trank, 2020), uno de los personajes más cinematográficos, el gran gánster de Chicago de los años treinta. Un hombre nada virtuoso, pero que inspiraba películas de cine negro en las que se definían muy bien los contornos del bien y del mal. La película recrea el último año de su vida, estando ya completamente demenciado, invadido de delirios, con dificultades para hablar y cubierto de pústulas originadas por la sífilis. Una película sorprendente por lo innecesaria, y cuyo patetismo raya el humor negro, e incluso el mal gusto.
Basten estos ejemplos, entre otros muchos, para que nos preguntemos si son fruto de la casualidad o si son síntomas de una tendencia a la desmitificación, fruto de una inversión de valores. Si antes este tipo de biopics buscaba ofrecer a la sociedad unos modelos humanos referenciales, que encarnaban unos valores culturales y morales mayoritariamente compartidos, ahora parece que se trata de borrar del horizonte ideales concretos, sospechosos de encarnar unas tradiciones que ya se dan por amortizadas. Por otra parte, cuando se diseña un personaje que encarna nítidamente esos ideales periclitados, como es el caso del Capitán Kidd de Noticias del gran mundo (Paul Greengrass, 2020), se margina la película de forma sorprendente. Habrá que seguir con atención la cuestión, porque parece que el llamado cine clásico está a punto de convertirse en el testimonio visual de una civilización desaparecida en aras de una mutación antropológica sin precedentes.
En su humildad, sea entre líneas sea en los márgenes, la glosa contiene así el universo entero, no sólo en potencia sino incluso en el acto que inaugura su espera.
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