Juan Orellana | 08 de marzo de 2021
La Gala de los Premios Goya, presentada por el actor malagueño, fue la mejor en mucho tiempo. La elegancia, la despolitización y la cinefilia fueron el leitmotiv del acto, tres características que ya se habían dado por perdidas.
Por fin, este año la Gala de los Premios Goya ha sido una buena gala. La mejor en muchísimo tiempo. Curiosamente, en un año en el que la pandemia no ha permitido contar con público y los nominados han participado telemáticamente. Quién sabe, a lo mejor esa circunstancia ha impedido las abundantes improvisaciones tontas, vulgares y adolescentes de otros años. Aunque gran parte de los desaciertos solían venir del guion y de los presentadores y en esta ocasión el protagonismo de Antonio Banderas ha sido, sin duda, la clave fundamental del éxito.
Banderas, como maestro de ceremonias de la gala, ha conseguido recuperar tres cosas que ya habíamos olvidado o dado por perdidas: elegancia, despolitización y cinefilia. La elegancia no residió únicamente en la ausencia de zafiedades en el guion, lo cual ya sería toda una conquista, sino en el contenido de sus discursos, sinceros, oportunos, nada frívolos, sentidos, sin aspavientos ni radicalizaciones.
Gracias a todos los que han hecho posible la gala de los @PremiosGoya.
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— Antonio Banderas (@antoniobanderas) March 7, 2021
En el marco de ese tono elegante, destacó la intervención de Ángela Molina, que hizo poesía al hablar, que no colocó una palabra fuera de sitio, y que incluso dio gracias a Dios. Mariano Barroso, el presidente de la Academia, a pesar de su forma de pensar, dejó fuera la política y la ideología y se centró en cuestiones cinematográficas. El broche de elegancia lo puso la entrega del premio final a la Mejor Película, y lo protagonizó una enfermera, en homenaje al mundo sanitario, una enfermera que se desenvolvió en el escenario como una profesional de las tablas.
La despolitización fue el gran acierto de la gala, en un año que se prestaba como nunca a que los voceros del poder arremetieran contra la monarquía y el rey Juan Carlos, sacaran a la palestra a Luis Bárcenas y a José Manuel Villarejo, atacaran a Vox, se burlaran de Donald Trump o reivindicaran a los presos del procés. Nada de nada. Desconozco el proceso entre bastidores, pero es para quitarse el sombrero ante Banderas. Ha tenido que venir el hermano americano a liberarnos del paletismo provinciano que se había instalado desde hace mucho en estos premios.
La despolitización fue el gran acierto de la gala, en un año que se prestaba como nunca a que los voceros del poder arremetieran contra la monarquía y el rey Juan Carlos, sacarán a la palestra a Bárcenas y a Villarejo, atacaran a Vox, se burlaran de Trump o reivindicaran a los presos del procés
Por último, el cine estuvo en el centro, pero sin triunfalismos ni exageraciones, valorando su función terapéutica en tiempos de pandemia y con un homenaje a Berlanga lleno de buen gusto y que, de paso, superaba el antiamericanismo de aquel spot de la Academia en el que Resines despreciaba el cine de Hollywood para reivindicar el nuestro. Pero lo más novedoso, y que es mérito personal de Banderas, es la intervención telemática de estrellas de Hollywood como Robert de Niro, Al Pacino, Emma Thompson, Nicole Kidman, Dustin Hoffman o Barbra Streissand, así como de artistas latinoamericanos como Iñárritu, Salma Hayek, García Bernal o Guillermo del Toro. Una original iniciativa que reforzaba dicha superación del provincianismo.
Los espectáculos musicales, pocos y buenos, y con mucho flamenco, como corresponde a una gala celebrada en Málaga. Lo que nunca depende de la Academia es lo que van a hacer y decir los premiados. Este año se les dio muy poco tiempo, afortunadamente, y hubo de todo, desde gente que se pasaba las normas sanitarias por el arco del triunfo, hasta premiados que exhibían sus afectos personales. Pero, en general, no se rompió el tono de la gala, y sorprende la fluidez técnica con la que transcurrió una gala tan difícil de gestionar desde el punto de vista de la realización.
Harina de otro costal son los premios. Un exceso de premios para Akelarre, una sobrevaloración de Las niñas, y al contrario, pocos premios para Adú. Pero ya digo, esto es harina de otro costal.
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