José Ignacio Wert Moreno | 08 de abril de 2019
Denuncias que merecían ser planteadas con la cabeza fría y sin ánimo de revancha.
Es difícil no entender a David Jiménez. Su paso por la dirección de El Mundo fue tan efímero –un año, 366 portadas– que es casi como si nunca hubiera estado en ese cargo. No pudo poner en marcha nada parecido a un proyecto ni dejar el menor asomo de sello propio. Su experiencia es algo así como la traducción al periodismo del año 2018 de Julen Lopetegui. Su frustración es la que sentiríamos cualquiera de nosotros en su piel. Esta ha quedado plasmada en un libro, El Director. “No se habla de otra cosa en círculos periodísticos”, habría dicho el Luis María Anson del huecograbado de ABC.
El Director
David Jiménez
Libros del KO
295
18.90€
Las prepublicaciones han ido por el camino de la denuncia al establishment político y económico español. Algo de eso hay. Pero por encima de cualquier otra consideración, El Director es el relato del año de Jiménez al frente de El Mundo de puertas para adentro. El ajuste de cuentas es con la redacción del diario y con la cúpula directiva de Unidad Editorial. Muy pocos de los protagonistas aparecen con su nombre y apellidos. En su lugar, el autor opta por asignarles una retahíla de motes que tiñen al conjunto de un tono muy pueril. Es fácil identificar a Antonio Fernández-Galiano, Lucía Méndez, Francisco Rosell, Agustín Pery o Iñaki Gil detrás de El Cardenal, La Digna, El Señorito, El Dos o Richard Gere, respectivamente. Pero hay muchos más. El uso de Google y de ejemplares atrasados vía Orbyt se hace indispensable para abarcar, mal que bien, el dramatis personae.
El David Jiménez que trasluce de la lectura de El Director es la clase de persona que respondería con “demasiado perfeccionista” al apartado de “un defecto” que suelen incluir los cuestionarios tipo test que algunos medios siguen haciendo a sus entrevistados. Nos queda claro que él es un reportero que no pinta nada en el mundo de los despachos. Nadie en su sano juicio le puede discutir ni calidad periodística ni valentía, demostrada en algunas de las coberturas más arriesgadas de las dos últimas décadas.
Por eso, no es necesario que nos lo recuerde en cada párrafo. Le he escuchado en alguna entrevista que el libro es duro con los demás, pero también consigo mismo. Aquí tengo mis dudas. Sí, Jiménez se fustiga de vez en cuando. Pero siempre es para demostrar su inquebrantable integridad, frente a la humana mezquindad de sus compañeros y los perversos planes de directivos, políticos y empresarios.
El diario El Mundo ha encadenado dos situaciones anómalas. Tan extraño es tener un solo director durante 25 años como encadenar cinco en menos de un lustro. La crisis económica ha causado estragos en su seno. Destacados miembros de su plantilla han expresado su disgusto con el contenido de El Director. También es fácil entenderlos. Da mucho pudor leer bastantes de las interioridades que quedan reveladas. Las páginas del libro exudan despecho. No es que perro no coma perro. Es que queda la sensación de que ha primado plasmar una venganza, negro sobre blanco, a trasladar un relato que tenga, más allá del cotilleo, verdadero interés para el lector.
Que nadie se confunda: las principales denuncias que realiza Jiménez en su libro son verdad. Las presiones políticas, las del poder económico y los vicios de la profesión periodística. Y todo merecía quedar reflejado en un libro. Pero quizá no en este. Mejor en otro, planteado con la cabeza fría y sin ánimo de revancha. Está bien escrito, por más que su autor se empeñe en llamar “congresistas” (sic) a nuestros diputados y rebautice, por dos veces, al legendario director de The Washington Post Ben Bradlee, como “Bradley” (sic). En un volumen en el que se dan tantas lecciones de periodismo habría que haber cuidado especialmente esos detalles. Pero se lee de un sorbo.
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