Roberto Gelado | 08 de mayo de 2019
«The Good Place» es una comedia que trata el bien y el mal moral a través de la filosofía.
Ya se secundaron hace algún tiempo en esta tribuna, a propósito de la indispensable Master of None, las tesis de Brett Mills sobre la creciente complejidad en la que se había instalado parte de la comedia televisiva en los últimos años; como si no fuera con ella eso de resignarse al lugar secundario que, por trascendencia, le había asignado por defecto la historia del medio.
The Good Place vendría a ser otro de esos ejemplos contestatarios, aunque algo menos afortunados, contra la supuesta liviandad del formato. Se mantienen, sí, muchas de las convenciones tradicionales, desde esa reducida duración que lo hace todo más digerible (y adictivo), hasta la estereotipia indisimulada de casi todo lo que atraviesa aquella historia. Sin embargo, a quienes tengan la paciencia de superar unos primeros episodios con más sonrisas que carcajadas tal vez les sorprenda encontrar un corazón argumental con aspiraciones narrativas de más enjundia.
Ayuda, desde luego, una premisa fabulosa y muy potente: el extraño desembarco en una suerte de paraíso, al que todos se refieren como el “lado bueno”, de una joven sin excesiva virtud aparente. Eleanor Shellstrop, la nueva inquilina del lugar, es la primera sorprendida por haber acabado dando con sus huesos allí después de un deceso que descubriremos muy desafortunado; y, sin embargo, sus dudas sobre los méritos que hacen que uno acabe allí no harán sino engordar a medida que vaya conociendo a los pobladores de aquel pintoresco lugar.
Una de las revelaciones que descubre Eleanor nada más llegar allí es que a todos los habitantes del “lado bueno” se les asigna un alma gemela. La suya, un profesor de Ética llamado Chidi Anagonye, asume con una paciencia por momentos desesperante el reto de congraciarla con las buenas obras para justificar, aunque sea a posteriori, su selección entre las almas caritativas.
Por este camino empieza a salpicarse el relato, todavía en la primera temporada, de disquisiciones sobre filósofos varios que hacen que todo merezca un poco más la pena. A uno le gustaría pensar que todas esas referencias son tan básicas que un mínimo de escolaridad las garantizaría; pero a nadie le viene mal una clase de refuerzo, por si las moscas. Por aquí hereda un pellizco de trascendencia la criatura de Michael Schur; aunque la cosa se pone seria de verdad con la gran revelación del final de la primera temporada, que cuestiona lo que personajes y espectadores han dado por sentado desde el primer episodio. Aquí sí se invita, ya desaforadamente, a entrar de lleno en las disquisiciones sobre el bien y el mal moral que hasta entonces solo se han disfrutado por aproximación; y da sentido al crescendo moral con el que se ha ido planificando la serie hasta ese momento.
Es en esta bisagra entre las dos primeras temporadas cuando The Good Place carbura a pleno pulmón, con personajes que huyen de su planicie y evolucionan como nos habían dicho que no se podía hacer en las sitcom. El más manierista en sus formas, el arquitecto de aquel lugar al que da vida el inconmensurable Ted Danson, es probablemente el más magnético de todos ellos; precisamente porque su arco se mece entre la bondad y la villanía sin que se resienta lo más importante: la autenticidad. A su estela, el resto de personajes se agigantan.
En el debe, como ya se adelantaba antes, queda la sensación, que probablemente no hará sino ir a más en cuanto aterrice la cuarta temporada, de que ni la premisa ni su fantástico giro final de primera entrega daban para tanto como Netflix ha querido vender. Agotados los cartuchos éticos más jugosos durante las dos primeras temporadas, con momentos memorables como la adaptación del dilema del tranvía de Philippa Foot, da la constante sensación de que la tercera temporada no sabe dar con la tecla que enganche. Tal vez una evaluación del recorrido que tenía la serie menos intoxicada por la voluntad de perpetuarla hubiera podido ayudar a darle un remate más digno del que se vislumbra que va a tener.