Rocío Solís Cobo | 09 de marzo de 2021
José Jiménez Lozano se fue hace un año, pero nos dejó la obra de sus manos para acompañarnos, como instrumento de entendimiento, con el carácter profético del que sabe leer los signos del presente para entender la vida que se debe a su pasado y que está sedienta de camino.
El poeta se irá y sus libros seguirán hablando. Don José se marchó, pero su Meditación continuó el camino, y ahora tenemos en las manos la reedición de su primer libro sin el autor al lado, pero con él hablándonos. Qué misterio.
El 9 de marzo se cumple el primer año de la muerte del escritor José Jiménez Lozano. Unos meses antes, los amigos de Ediciones Encuentro quisieron celebrar su 90º cumpleaños con la reedición de Meditación española sobre la libertad religiosa, pero la vida del autor decidió cumplirse de otra manera y el 13 de mayo, día en que celebraríamos sus nueve décadas, no lo teníamos ya codo a codo por la vida. Eso sí, la obra de sus manos no se fue con él, nos la dejó para acompañarnos, como instrumento de entendimiento, con el carácter profético del que sabe leer los signos del presente para entender la vida que se debe a su pasado y que está sedienta de camino.
Meditación española sobre la libertad religiosa
José Jiménez Lozano
Encuentro
194
20€
El primer libro que escribió el premio Cervantes es un ensayo sobre la libertad religiosa en España tan central en la vida de este pueblo, cuyo catolicismo y pertenencia a la Iglesia nunca ha sido pacífica y sí tremendamente, y me hago cargo del adverbio, estructural. El propio autor le contaba a Gurutze Galparsoro en la conversación que quedó registrada en el libro Una estancia holandesa que el ensayo era una meditación sobre la libertad en España, «porque la libertad es indivisible: no puede haber libertad para sectores o corrales, pero si no hay libertad religiosa no puede haber libertad de ninguna clase, porque esa libertad atañe a lo más profundo del hombre: tener su alma en su almario». Por lo tanto, el rasgo lozaniano de mirar desde el fragmento el todo es encontrado ya en esta obra temprana que pretende ser una meditación apoyada en unos cuantos hechos históricos, y en algunas vivencias o «vividurías», que diría su amigo y maestro Américo Castro, para reflexionar sobre el sentimiento religioso español y su relación con la libertad.
La necesidad de adentrarse en el sentir y la historia de su pueblo le viene al joven de su mirada atenta a una realidad que en nombre de la religión ponía tapias, separaba a muertos, distinguía a los otros y se hacía cainita, pero también de una fe que acogía a los seres de desgracia como otros Cristos, como le decía María, la mujer que les ayudaba en casa, y rezaba por los muertos y por los que mataban, porque entre uno y otro hay el filo de una navaja y podemos ser ambos, como le recordaba su abuela. Es decir, el interés por comprender a su país le viene al joven periodista del interés por comprenderse a sí mismo y comprender las razones que hacían responder a unos y otros de esa manera.
Es este interés profundamente humanista y existencial el que le lleva a trabajar como corresponsal en el Concilio Vaticano II, mandado por el Norte de Castilla y la revista Destino. Miguel Delibes, director del periódico vallisoletano en el momento en el que el joven periodista se presentó con su cartera y su cabeza «formidablemente amueblada», recordaba cómo insufló «rigor intelectual y una cierta disconformidad con el catolicismo imperante» a la redacción; por su parte, su compañero Pérez Belloso traía a colación cómo «de repente Pepe, en un periódico de provincias, ¡válgame Dios!, nos empieza a contar cosas. Angustias de un cristiano nuevo, el cristianismo vivido como agonía, siempre Unamuno, y cosas parecidas. Y otro día dice que quiere ir al concilio y enviar crónicas desde Roma. Y allí se va. ¡Qué audacia la de Miguel Delibes en enviarle allá!». Y así empieza a gestarse esta Meditación con la intención, como nos hace saber el propio autor en las primeras líneas, de preguntarse la razón de que en nuestra cristiandad española se hayan dado ciertas reticencias, escándalo y hasta una cierta oposición al espíritu conciliar y, particularmente, un cierto horror ante algunas intervenciones que son significativas del espíritu que hoy anima a la Iglesia y que han sacudido al mundo moderno de su indiferencia o le han vuelto a recordar su inquina por la Iglesia. ¿Les suena? Estamos en 1966, no sé que le ha hecho confundirse, querido lector.
Meditación española sobre la libertad religiosa es un ensayo a viva voce que el autor ofrece con el deseo de abrir cauces de diálogo que sean novedad para un territorio tantas veces terco y duro, tirado como arma arrojadiza por unos y por otros. El método periodístico del cuestionamiento está en sus mimbres, pero con una altura de miras que llega también a la pregunta por el pasado y la urgencia de un presente. No quiere dirigirse al erudito en su versión erudita, sino al cristiano de calle que sin saberlo está impregnado del «homo religiosus hispanicus» y como tal responde, y lo que es peor, como tal vive, sin servirle el silencio de Cristo ni los lirios del campo, esto es, sin que el Misterio sea respuesta de nada. Esta es la causa de que muchas voces autorizadas en nuestra tierra hayan encontrado la simple tolerancia como una especie de síntoma de una fe tibia y casi muerta o muerta enteramente y que se hayan empeñado en demostrar cómo la unidad política española se ha hecho gracias a la religión católica, lo cual es verdad, pero indica un atajo, ya que «ese sentido instrumental de la religión para conseguir un fin político es de por sí algo que envilece a esa religión y debe sublevar el corazón de todo católico», de nuevo recuerdo que estas palabras son de hace más de 50 años y que cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
El libro está compuesto por una primera parte de breves capítulos de reflexión, en la que, como ya hemos mencionado, hay hechos históricos a modo de hitos, como si fueran ilustraciones que ayudan al inocente lector a reposar la mirada y profundizar en lo que la palabra está cincelando. Esta primera parte acaba con un capítulo a modo de confesión intelectual o autobiografía espiritual que nos permite encontrar lo inmutable del anuncio cristiano que, aún en vasijas de barro, ha llegado hasta nuestro días. Merece la pena dejar hablar al maestro: «Nuestra formación religiosa, harto deficiente, quedaba herida de muerte tras la lectura de La agonía del cristianismo o Vida de San Manuel Bueno, pero ya sabíamos una cosa: que Dios es la única realidad necesaria y la muerte y la resurrección los únicos problemas humanos y metafísicos. Nuestra fe aceptada por inercia de educación, de manera rutinaria e inconsciente y que, desde luego, no nos hacía reflexionar demasiado, ni, por ende, vivirla, caía ante este inquietador máximo de las conciencias, de tormentosa conciencia protestante por añadidura, de manera que se puede decir que las generaciones de jóvenes que luego hemos manifestado una profunda conciencia católica, hemos sido en cierto sentido, generaciones de “conversos”, porque hemos conquistado nuestra fe católica contra todos los embates de la duda y el terror de la nada, contra la rutina de nuestro catolicismo de “cristianos viejos” tan cómodo y ventajoso, a punta de oración, de reflexión, de amor, de comprensión y, de repente también, la Iglesia, que hasta ayer mismo no fue para nosotros sino una cohorte de clérigos con los que nos confesábamos o a los que soportábamos sus casi siempre imprecatorios sermones, tornose para nosotros una Madre querida que amamos como a las pupilas de nuestros ojos y de cuya suerte nos sentimos solidarios, un motivo más para nuestro inconformismo, cavilaciones y rebeldía -síntomas todos muy de conversos- que alarmaba y alarma al sector más conservador de nuestro catolicismo».
Ese sentido instrumental de la religión para conseguir un fin político es de por sí algo que envilece a esa religión y debe sublevar el corazón de todo católicoJosé Jiménez Lozano
Y esta conciencia es la que le hace afirmar, un poco más adelante, que el resultado ha sido la alegría, la alegría del que se siente liberado de viejos pre-juicios formados históricamente, que son pre y son post, porque nunca han pasado por una razón que hace cuentas con ellos. Esta alegría se experimentaba en la posibilidad de ser intelectual y católico, obrero y católico, partidario del Estado laico y católico, leer la Biblia y hacerlo como católico, pacífico, tolerante y partidario de la libertad religiosa, y justamente por eso, católico; católico de la misma estirpe del judío y hermano del protestante. Nos parece vislumbrar el bosquejo de su retrato que ahora echamos tanto en falta. Y nos advertía don José, porque se cuidaba mucho de no alimentar tranquilidades ni posturas, que el católico podía ser todo eso y sustentar todas esas ideas no por hacer la vista gorda o por reconciliarse forzadamente con la Iglesia, sino porque todo eso venía exigido precisamente por ser católico, y que ni mucho menos se trataba de una especie de invasión de criterios mundanos, que esto precisamente es lo que es urgente entender, ayer y hoy.
En este punto nos explica la razón de un católico para exigir la laicidad del Estado, porque sabe que el reino de la tierra no es el reino de Dios, que Dios no es el césar ni el Estado tiene encargo divino para dirigir conciencias, de manera que si lo hace se arroga una exigencia que no le pertenece y se constituye en Iglesia. Y, por otra parte, alarmaba de que desear la simbiosis Estado-Iglesia, aunque fuera por lo bajini, es poner instrumentos de poder en manos de una Iglesia que se olvida de cuál fue el arma de su Señor. Por ello, la humillación y el dolor que en ocasiones ha sufrido han hecho nacer a una Iglesia desposeída de toda influencia y poder político, pobre y desnuda, la mejor condición para vestirse solo de Evangelio, porque «la amargura no es cristiana, pero la cruz sí y la cruz ningún cristiano puede rechazarla de su vida».
La segunda parte del libro es un ofrecimiento de textos pasados, de testimonios y de reflexiones que ilustran el camino, no desde el método histórico con un aparato crítico acorde a esta ciencia, sino más bien como trabajo hecho por alguien que, interesándose verdaderamente del itinerario que ha hecho su pueblo para ser lo que es, busca y encuentra en las vividurías particulares la razón y el hilo que se ha tejido desde antiguo; así hasta llegar y analizar el Concilio Vaticano II.
Nos invita Javier Prades, amigo del escritor y encargado de prologar esta reedición, que acojamos hoy el libro tal y como lo concibió entonces Jiménez Lozano, atendiendo a la finalidad de ayudar a sus contemporáneos a considerar cómo la libertad humana, de la que la libertad religiosa es solamente la expresión más profunda, es el principio básico del cristianismo. Acogiendo así el libro haremos justicia al cuidado con el que el autor quiso abrir un cauce de diálogo que no resultase polémico y que fuera posibilidad de volver a la esencia de un cristianismo al que cada uno tenía, y tiene, que decir que sí en acto presente, sin servirse del sí de sus padres como aval de verdad o unidad y que puede llevar fácilmente a un cristianismo de casta o doxa.
Abrimos el libro 54 años después de que fuera escrito, tras un año de ausencia de su autor, y descubrimos que los pájaros siguen cantando porque el poeta está vivo, como la verdad que expone en sus páginas y que nos llena de alegría. Qué mejor manera de celebrar su vida.
José Jiménez Lozano desvela en su obra “La querencia de los búhos” lo que el silencio oculta.
La última entrega de los diarios de notas de José Jiménez Lozano se publica bajo el título de Evocaciones y presencias y gira en torno a esta pregunta.