Juan Orellana | 09 de octubre de 2020
Tú antes eras valioso para la industria del cine por ser Morgan Freeman, ahora eres valioso porque perteneces al colectivo «minoría negra», un colectivo que abre las puertas de los Óscar.
La comunidad afroamericana lleva ya sufrido lo suyo en los últimos doscientos años. Las leyes han evolucionado y mejorado, después de mucho batallar, pero la gente y las mentalidades cambian mucho más despacio. La última humillación para esa dolorida población viene de Hollywood, cuya Academia se ha convertido en la tahona donde se cuecen y hornean las tendencias culturales, impuestas a base de decretos leyes de la corrección política. La Academia ha decidido que para que una película pueda competir en la carrera de los Óscar tiene que pagar una cuota en número de negros, convertidos en moneda de cambio para una exitosa carrera comercial. No lo dice así, claro, sino que exige que el protagonista de la película sea de un grupo «subrepresentado», o que el treinta por ciento de los personajes secundarios los interpreten minorías, o al menos que se aborden los problemas que afectan a estas comunidades como su tema principal.
Para empezar, no parece que la comunidad afroamericana esté poco representada en el cine, al menos en las últimas décadas. En segundo lugar, si yo quiero hacer un biopic de Charlie Parker, tendré que contratar a un número importante de actores de color; pero si quiero rodar la historia de Vatel, el cocinero del Rey Sol, lo más probable es que no contrate a ningún actor negro, y desde luego en el argumento no hay cabida para tratar los problemas del Bronx. Así que mi película, aunque sea una obra maestra, no podrá ser seleccionada en la carrera de los Óscar. No se necesita mucha reflexión para ver lo absurdo e injusto de esta bufonada. Por otra parte, yo podría hacer un remake de El nacimiento de una nación de Griffith. Cumpliría todos los requisitos y porcentajes para ir a los Óscar… con una película que ensalza al Ku Klux Klan y trata a los negros como salvajes. Es ridículo se mire como se mire.
Pero, además, me parece un insulto para los actores afroamericanos, que dejan de ser valorados por su talento y se les convierte en comodines para hacer una buena jugada de póker. Ya no se busca un actor, con nombre y apellidos, con un currículo determinado. Sencillamente se busca un negro. Para cumplir cuota. ¿No es esto un ejercicio de racismo indigno y flagrante? El valor de un actor proviene ahora de pertenecer a un colectivo anónimo y amorfo. Tú antes eras valioso para la industria del cine por ser Morgan Freeman, ahora eres valioso porque perteneces al colectivo «minoría negra», un colectivo que abre las puertas de los Óscar.
Y es que nadie debe imponer los criterios de un arte «oficial». Si el arte no es libre no es arte. Tarkovski hizo su carrera en la Unión Soviética y no renunció jamás ni a un solo plano. Si su película tenía que pasarse meses o años dando vueltas por la burocracia del Estado, se los pasaba. Pero Tarkovski no cedía ni un milímetro. Era su obra, su arte. El precio fue morir a los 54 años. Un alto precio gracias al cual el arte del cine se encumbró a lo más alto. Chaplin es una de las cumbres del humanismo en el cine. Universal. Y no hacía películas «de negros». Dreyer, pobre de él, no debió de ver un negro en su vida. Y ahí está su contribución. Insuperable. No tiene sentido seguir poniendo ejemplos, porque habría que cortar y pegar toda la historia del cine. La cacareada diversidad no se consigue homologando la cultura.
Lo más inquietante no es la ridícula normativa de Hollywood, sino la complacencia aparente del sector, que en unos casos se deberá a un alineamiento ideológico y en otros al miedo a no salir en la foto. Si finalmente se imponen esas directrices, los Óscar se devaluarán aún más, y decir «tengo un Óscar» será lo mismo que pregonar «he sido obediente». Quien lo haga, ¿merecerá seguir llamándose artista? ¿No será más bien un oportunista? Como dijo Bertolt Brecht, corren malos tiempos para la lírica.