Jorge Soley | 10 de enero de 2021
Resulta que para los censores políticamente correctos los improperios que se lanzan Kirsty MacColl y Shane McGowan (bum, old slut, scumbag, maggot y, sobre todo, faggot, maricón) son inadmisibles y no deben, bajo ningún concepto, ser emitidos por la BBC.
Primero fue el impacto de ver a Shane McGowan en un escenario, bastante ebrio, versionando la Dirty Old Town de los Dubliners: quizás no fuera la interpretación más lograda, pero rezumaba autenticidad y la verdad es que me dije que tenía que escuchar más canciones de esa banda de gente poco recomendable. Poco tiempo después los Pogues lanzaban un nuevo LP, If I Should Fall from Grace with God. Corría 1988 y en aquellos lejanos tiempos no era tan fácil escuchar tu canción favorita. Si eras joven y tu presupuesto era limitado, eso podía significar muchas horas de espera junto al radiocassette hasta que emitían la canción deseada y podías darle al «rec» y grabarla en un cassette que pasaba a ser un tesoro.
Aquel verano, aún sin los 20 cumplidos, me fui a trabajar a Inglaterra, de botones en un banco en Reading. El primer sábado libre cogí el tren hacia Londres y fui directo a Carnaby, donde se agolpaban principalmente españoles e italianos, estudiantes veraniegos de inglés, con ganas de hacerse con algo con lo que presumir de vuelta a casa. Pero yo sabía bien lo que andaba buscando, así que el anhelado disco de los Pogues pasó a formar parte de mis más preciadas pertenencias.
Y con razón. Cada vez que lo ponía en el tocadiscos no podía evitar cantar, con ánimo provocador, que «esta tierra siempre fue nuestra, era la orgullosa tierra de nuestros padres, nos pertenece a nosotros y a ellos, y no a ninguno de los otros». Luego me emocionaba, de rabia y dolor, con la historia de los seis de Birmingham y los cuatro de Guildford. Y me ponía en la piel de un turista hooligan, de piel color de gamba y botellón, mientras vociferaba Fiesta como si fuera un guiri descontrolado en las playas de Almería. Pero siempre fue Fairytale of New York la canción que ponías cuando querías demostrar que los Pogues eran más que un hatajo de beodos cantando canciones de pub.
Aquel cuento de hadas de Nueva York era una canción preciosa, ambientada en una Nochebuena en la que las ilusiones de una vida mejor en América se topaban con la realidad del fracaso. Uno, por un momento, también creía, con los protagonistas de la canción, que Nueva York podía ser Jauja… para desengañarse pronto y unirse al coro de reproches e insultos entre amantes que ya no pueden esconder que su vida ha sido un fracaso. Pero la canción no acaba aquí, porque cuando los chicos del coro de la policía neoyorquina cantan Galway Bay y las campanas tocan por Navidad, sabemos que aquellos sueños de juventud, cuidadosamente guardados, siguen vivos.
Con el tiempo, esta preciosa canción se ha convertido en un clásico de estos tiempos navideños, una de las canciones más radiadas en el Reino Unido, elegida en 2012 como «The Nation’s Favourite Christmas Song». Hasta llegar a este terrible 2020 en el que nuestras vidas no solo son más miserables por culpa de la pandemia, sino también por la plaga de puritanismo progre (woke lo llaman allí) que empobrece irremisiblemente nuestras vidas. Porque resulta que para los censores políticamente correctos los improperios que se lanzan Kirsty MacColl y Shane McGowan (bum, old slut, scumbag, maggot y, sobre todo, faggot, maricón) son inadmisibles y no deben, bajo ningún concepto, ser emitidos por la BBC. Porque claro, dos irlandeses fracasados, quemados y hartos de todo, que piden a Dios que esas Navidades sean las últimas, al dirigirse a quien consideran culpable de su vida tirada por la borda, seguro que iban a moderar sus expresiones para no ofender a nadie, y en vez de esos groseros términos, iban a increparse con epítetos aceptables, como tontito, imprudente, atolondrado, frívolo y otros por el estilo.
Luego hablarán de la importancia de apoyar el arte y la cultura… pero se refieren a un arte y una cultura asépticos, castrados, romos, donde todo es previsible y que se enmarca perfectamente dentro de las crecientemente asfixiantes paredes de lo políticamente correcto. ¿Y aún tendrán el descaro de burlarse de quienes colocaban una pudorosa hoja de parra en las obras con desnudos? Si algo ha quedado claro a estas alturas, es que a puritanismo nadie gana a los progres.
Me había animado a escribir estas líneas en defensa de una canción gloriosa cantada por unos tipos que forman parte de mi educación sentimental y me preguntaba si quizás, llevado por mis filias juveniles, no habría exagerado un poco. Y entonces apareció nada más ni nada menos que Nick Cave para decir, mejor y con mucha más autoridad que yo, lo que intentaba expresar:
«Las grandes canciones de verdad tan poderosas emocionalmente como Fairytale of New York son muy raras. Fairytale es de un lirismo de gran alcance y potencia vertiginosa, y con razón ocupa su lugar como la mayor canción de Navidad jamás escrita. Está a la altura de cualquier gran canción, de cualquier época, no sólo por su audacia o por su profunda empatía, sino por su asombrosa brillantez técnica.
Una de las muchas razones por las que esta canción es tan querida es que, más que casi cualquier otra canción que se me ocurra, habla con profunda compasión de los marginados y desposeídos. Con uno de los inicios mejor escritos jamás, la letra y la interpretación vocal emanan desde lo más profundo de la misma experiencia vivida, existiendo dentro de los mismos huesos de la canción. Nunca mira con desdén a sus protagonistas. No es condescendiente, pero dice su verdad, clara y sin adornos. Es un magnífico regalo para los marginados, los desafortunados y aquellos con el corazón roto. Empatizamos con la difícil situación de los dos malhumorados personajes, que viven sus vidas solitarias y desesperadas contrarias a todas las promesas de la Navidad: hogar y corazón, alegría, generosidad y buena voluntad. Es el texto lírico más real que he escuchado nunca.
Ahora, una vez más, Fairytale está siendo atacada. La idea de que una palabra, o una línea, en una canción puede ser simplemente cambiada por otra y no hacer un daño significativo es una noción que sólo puede ser sostenida por aquellos que no saben nada acerca de la frágil naturaleza de la composición de canciones. El cambio de la palabra faggot (maricón) por la absurda palabra haggard (ojeroso) destruye la canción desinflándola justo en su momento más esencial, despojándola de su valor. Se convierte en una canción que ha sido manipulada, comprometida, domada y castrada y que ya no puede ser llamada una gran canción. Es una canción que ha perdido su verdad, su honor e integridad; una canción que se ha arrodillado y ha permitido a la BBC hacer su oscuro y pringoso negocio».
Lo ha dicho Nick Cave. Toca callar y escuchar y emocionarse con Fairytale of Nueva York. Con sus maggots y sus fagots, sus scumbags y sus sluts, con toda su fuerza y su verdad, por mucho que les pese a los nuevos censores woke.
Los signos de la corporalidad no valen como signos de la construcción personal. La frustración por el fracaso del comunismo se ha sustituido por no querer reconocer lo que se nace.
Por primera vez se publican en castellano las letras completas de Nick Cave, el cantautor del amor, la oscuridad, la desolación y la esperanza trágica.