Miguel Serrano | 10 de julio de 2019
Un canto a la amistad que no caduca y una lista interminable de referencias a los clásicos que alimentará la nostalgia de los aficionados.
Stranger Things ha vuelto. El buque insignia de Netflix, su serie más querida y exitosa, estrena su tercera temporada. Volvemos a Hawkins, el ficticio pueblo de Indiana en el que transcurre la historia. Pero el tiempo pasa, y la entrañable pandilla que nos encandiló hace ya tres años se ha convertido en un grupo de adolescentes que empiezan a asomarse al abismo del final de la infancia. Los primeros minutos de la temporada se encargan de recordarnos que los niños han crecido. Pero, aunque veamos que los protagonistas han cambiado, Stranger Things sigue siendo la misma, una serie basada en una ristra interminable de referencias a clásicos de la fantasía y la ciencia ficción, con amenazas cósmicas sacadas de las peores pesadillas lovecraftianas y con unos personajes con los que es difícil no encariñarse.
Los hermanos Duffer, creadores de la ficción, vuelven a demostrar su amor y su profundo conocimiento de la cultura popular y llenan la serie de homenajes más o menos disimulados. En los ocho episodios de la temporada encontramos referencias a Alien, La invasión de los ultracuerpos o Terminator. Pero los momentos estelares son Regreso al Futuro (la serie transcurre en el verano del 85, año en que se estrena la película, por lo que resulta un jugoso recurso para un momento clave de la trama) y La historia interminable, quizá el mejor momento de la temporada, en pleno clímax final.
Además, claro está, de otros clásicos como Cuenta conmigo, It o Los Goonies. Incluso, incorpora a su reparto a actores emblemáticos, como Winona Ryder; Sean Astin, que interpretó a Mickey, el líder de los Goonies, y a Sam Gamyi, el más grande héroe de la Tierra Media, y que encarnó en la segunda temporada a Bob Newby, uno de los personajes más queridos de la serie; o Cary Elwes, el legendario Westley (también conocido como el temible pirata Roberts) de La princesa prometida, clásico entre los clásicos de los años ochenta, que da vida al taimado alcalde Kline, personaje divertido y odioso al mismo tiempo.
Pero, si se entra en Stranger Things por el peso de la nostalgia, los personajes se encargan de que el corazón se quede para siempre en Hawkins: los niños (ya no tan niños, como he dicho; Finn Wolfhard, el actor que interpreta a Mike Wheeler, el jefe de la pandilla, es ya más alto que casi todos los adultos del pueblo) siguen siendo tan encantadores como siempre, una vez superada la primera barrera de las hormonas; el sheriff Hopper, interpretado por David Harbour, el fallido nuevo Hellboy; las nuevas incorporaciones, destacando a Robin, interpretada por Maya Hawke (hija, por cierto, de Ethan Hawke y Uma Thurman), que trabaja en la heladería del nuevo centro comercial de Hawkins, que es donde transcurrirá la mayor parte de la temporada, y Erica, la hermana de Lucas (miembro del grupo de niños), a la que ya conocimos en las otras temporadas, pero que da un enorme paso adelante en esta tercera al incorporarse plenamente a las aventuras, divertidísima y descarada.
En cualquier caso, los dos personajes que consiguen acaparar toda la atención de los espectadores siguen siendo los que sorprendieron en la segunda temporada al formar la pareja más inesperada de todas: Dustin, el maravilloso niño desdentado interpretado por Gaten Matarazzo, y Steve, el personaje de Joe Keery, que pasó de ser el odioso niñato matón de la primera temporada a convertirse en un divertidísimo bobalicón que hacía las veces de niñera de Mike, Dustin, Lucas y Will en la segunda temporada. Y en ese papel continúa, ganando enteros para coronarse como mejor personaje en solitario de la serie. La temporada gana en las escenas protagonizadas por esta pareja, que encuentra en las ya mencionadas Robin y Erica unos complementos perfectos, y pierde interés cuando estos no están presentes.
En la nueva temporada, aparte de la llegada de los inevitables rusos a la trama, algo más de oscuridad y lo que aporta el centro comercial, encontramos pocas novedades. Stranger Things 3 no aporta nada nuevo a lo que ya habíamos visto, pero es que tampoco hace falta. El canto a la amistad que supone la serie sigue siendo tan válido como necesario, y el universo creado por los hermanos Duffer para Netflix es lo suficientemente rico para ambientar allí otra temporada por lo menos, que es lo que está ya garantizado, o incluso para otras dos, si la historia y la edad de los chicos lo permitiera.
El paso del tiempo es para Stranger Things el mejor aliado y el peor enemigo; su legión de referencias alimentará la nostalgia de los aficionados, pero el crecimiento de los niños obliga a que, más temprano que tarde, la serie tenga que terminar. Pero, hasta que ese momento llegue, yo por lo menos no tengo prisa por salir de Hawkins.