María Rodríguez Velasco | 10 de octubre de 2019
No hay interés ofensivo en la publicación de fotografías de la restauración de pasos de la Semana Santa sevillana. Esta labor nos recuerda el valor de las tallas a pesar de su fragilidad externa.
En el contexto de la crisis iconoclasta iniciada en Bizancio en el año 726, cuando el emperador León III prohibió la fabricación de imágenes y el culto a las mismas, se abrió un debate intelectual sobre el valor último de los iconos, determinante en los siglos posteriores para comprender el significado de las imágenes en el cristianismo. Tras los decretos imperiales para impedir que el pueblo cayera en la idolatría, en el II Concilio de Nicea (octubre del 787) se recordó a los fieles la importancia de diferenciar entre el ídolo, que se adora en sí mismo por su materialidad, y el icono, con valor litúrgico y cuya contemplación nos remite a una realidad trascendente.
El Discurso sobre las imágenes de san Juan Damasceno recordaba ya entonces cómo la belleza visible debe conducirnos a la Belleza invisible, siendo la imagen instrumento privilegiado para llevarnos a Dios. La experiencia de grandes santos no remite a esta época, como demuestran las palabras del confesor de santa Teresa de Jesús: “Era la Santa Madre Teresa de Jesús muy devota de las imágenes bien pintadas y según el Concilio Niceno II, son grande parte para guiar a las almas a Dios”. En la Europa de finales del siglo XVI, también el decreto del Concilio de Trento, titulado De la invocación, veneración y reliquias de los santos y de las sagradas imágenes (3-4 de diciembre de 1563), insistía en que debía guardarse el decoro de las imágenes religiosas a fin de que estuvieran al servicio de la piedad, el culto y la liturgia.
Es en esta categoría donde entran las bellísimas tallas que protagonizan los pasos procesionales de la Semana Santa, creadas para hacer memoria de la Pasión y Resurrección de Cristo. Desde su origen, estas esculturas se pensaron para conmover al fiel y despertar su oración contemplativa. La congregación de los fieles en torno a devociones concretas llevó al nacimiento de cofradías, donde las tallas de Cristo y de la Virgen se convierten en signos de identidad, en referencia de pertenencia, encontrando su correspondencia en una sincera religiosidad popular.
Las hermandades han impulsado el rico patrimonio inmaterial de las procesiones, transmitiendo de generación en generación el valor último de tallas cuyo origen se remonta a los siglos XVI y XVII. Marcos Cabrera, Juan Martínez Montañés, Francisco Ruiz Gijón o Pedro Roldán son algunos de los escultores sevillanos que con su realismo nos transportan a la Pasión de Cristo y nos invitan a participar del triduo pascual.
Sirvan estas palabras para introducirnos en la reacción de ciertas cofradías andaluzas ante la publicación de fotografías relativas a la restauración de sus tallas (Cristo del Gran Poder, Cristo de la Expiración, Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes, Descendimiento de la Quinta Angustia). Los hermanos mayores han tildado las imágenes de “escabrosas”, “desasosegantes”, “hirientes” e inadecuadas por el “componente devocional de las tallas”, exigiendo al Ministerio de Cultura su retirada del dominio público.
Si, como señalábamos en las líneas precedentes, en la comprensión de una obra de arte no hay que olvidar su origen y finalidad, tampoco en el caso de estas fotografías, que forman parte del informe técnico de su restauración. Y es que el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) ha digitalizado 41.000 informes, para mayor transparencia de su gestión y para facilitar la labor de los investigadores que a menudo utilizan esta documentación para estudios histórico-artísticos. De hecho, hoy en día, el trabajo de los restauradores es valiosísimo no solo para la conservación de las piezas, sino también para conocer su origen, su proceso de ejecución, sus materiales y sus posteriores vicisitudes.
Conocer la obra desde su pobre materialidad nos ayuda a valorarla más
Podemos decir que la restauración contribuye al conocimiento integral de una obra de arte pues, por una parte, se inicia una minuciosa investigación documental y bibliográfica y, por otra, se llevan a cabo radiografías, fotografías, estudios de dendrocronología, análisis de pigmentos… que permitan al restaurador intervenir con total precisión, sin causar daños mayores de los que ya ofrece la pieza. Desgraciadamente, hoy en día, que nos movemos en el mundo del impacto visual, conocemos la diferencia entre una restauración seria y profesional y la que no lo es. Por esto, es pertinente que, al igual que se difunden fotografías de bochornosos repintes, desde una institución oficial se haga ver a la sociedad la seriedad del proceso.
Pienso, como ya se ha aclarado desde el IPCE, que el objetivo de la publicación de las fotografías de Cristo y de la Virgen de las citadas cofradías no era en absoluto ofender y sí dar a conocer el núcleo de madera de las tallas, sus grietas, su pérdida de policromía, sus termitas, humedades… que no es lo que veneramos. Conocer la obra desde su pobre materialidad nos ayuda a valorarla más, si cabe, y a comprender que el empeño puesto en su restauración obedece, en gran medida, a la conciencia de la devoción que despiertan.
Es el amor por Cristo y por la Virgen lo que ha llevado a los fieles a engalanar los sencillos materiales con ricas túnicas, con mantos bordados y ricas joyas. El hombre está hecho para la belleza y corresponde más la contemplación de la escultura en todo su esplendor, en el lugar y con el fin para el que fue creada, que verla en la fragilidad de su talla. La polémica suscitada pone sobre la mesa el riquísimo patrimonio material e inmaterial generado por el cristianismo, cuyo significado permanece inmanente con el paso de los siglos.
La preservación del patrimonio histórico beneficia a España en diferentes campos. Además de fomentar sectores como el turismo cultural, ayuda a reflexionar sobre nuestro pasado para entender mejor el presente.
En 1163 el rey Luis VII colocó la primera piedra de una nueva catedral que tardaría casi doscientos años en concluirse.