El Debate de Hoy | 11 de marzo de 2020
Eldebatedehoy.es reúne a varias voces autorizadas de la literatura para rendir un merecido homenaje al premio Cervantes y autor de más de veinte novelas, doce libros de cuentos, nueve poemarios y siete diarios.
La luz de José Jiménez Lozano se apagó a los 89 años. Una vida dedicada a la cultura que deja como legado más de una veintena de novelas, doce libros de cuentos, nueve poemarios y siete diarios por los que recibió, entre otras, la máxima distinción de las artes españolas: el Premio Cervantes. Un legado que podría haberse ampliado, ya que seguía trabajando en proyectos futuros, entre ellos, colaborar de forma periódica con eldebatedehoy.es. Una colaboración que quedó en stand by por unas revisiones médicas. Este medio reúne a diversas voces autorizadas de la literatura para rendirle un merecido homenaje.
Nos deja José Jiménez Lozano, un hombre bueno, periodista y escritor, intelectual y maestro. Nos abandona un gran defensor de la libertad, que ha vivido con el convencimiento de que solo desde la libertad que no se disocia de la verdad sobre el hombre se puede crear hermosura. Por este motivo, una parte considerable y nada desdeñable de su producción literaria ha estado encaminada a alertarnos de los peligros en que se halla la palabra cuando alcanza un compromiso con las ideologías.
Para el escritor abulense, como para los místicos, la verdad última de la literatura es servir a la verdad, hacerla presente y viva, sin permitir que las bellas palabras engañen a los hombres. Nos deja una obra literaria que llega a los entresijos del alma y “nunca termina de decir lo que tiene que decir”, como dijo Italo Calvino de los clásicos. Les sugerimos que se aproximen a ella a la luz de unas velas y en silencio pues, como decía Blaise Pascal y cita el abulense, “en amor un silencio vale más que un lenguaje”.
Ha sido y será para muchos un maestro. Y en la hermosa palabra Maestro está dicho todo; lo que dice la RAE de «una persona o de una obra, de mérito relevante entre las de su clase», y esa imagen recia, insobornable a la vez que entrañable, del que nos enseña a nosotros –que no sabemos- un poco de todas las cosas. Los títulos de sus ensayos son una lección moral: Nosotros los judíos (1959), Meditación sobre la libertad religiosa (1966), Guía espiritual de Castilla (1984), Los ojos del icono (1988), Ni venta ni alquilaje (1992), Contra el olvido (2003)… Sus novelas, una lección de intrahistoria: Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda (1985), Sara de Ur (1989), El mudejarillo (1992), Los lobeznos (2000), Las gallinas del licenciado (2005)… Y sus diarios, que parecen escritos en aquellos cuadernos de rayas, y que son una lección cervantina de sensibilidad poética: Los tres cuadernos rojos (1985), Los cuadernos de letra pequeña (2003), Los cuadernos de Rembrandt (2010), Impresiones provinciales (2016)…
Y por último, sus poemas. Los empezó a publicar con más de 60 años. Parecen también anotaciones hechas en un cuaderno, más pequeño y más viejo que los otros, manchado de café y tierra, con olor a polen y salpicado de cientos de manchitas de hongos: parecen realmente “borradores silvestres”, como los definió con acierto José Luis García Martín. Su poesía tiene esa reciedumbre castellana que empieza siendo casi antipática y acaba haciéndonos gracia, encariñándonos con ella, provocando destellos polvorientos de una magia parca. El ‘despojamiento’ de sus poemas –del que habla mi hermano Enrique en la antología que le dedicó- recuerda de lejos al tanka japonés, a la rotundidad del poema griego, al alma epigramática de Kempis, pero cantando con emoción e ironía a El vendedor de perlas, La cuerda y los ratones, San Beda, al Espantapájaros, La ardilla, La mendiga ciega… La sola enumeración de estos títulos es ya un hermoso poema, muy suyo.
En una época que vivimos de “cierto desconcierto” moral y estético, no se me ocurre mejor referente que él, más incontestable maestro que Jiménez Lozano.
Recibo la noticia del fallecimiento de D. José Jiménez Lozano con la tristeza del lector tardío y con la esperanza del lector póstumo. A partir de ahora, quienes lo (re)descubramos seguiremos acogiéndonos a la sabia sombra que la luz de su inmensa y variada obra proyectará cada vez con más largueza –y sin innecesaria espectacularidad- sobre la historia de la literatura española. La deuda que tenemos contraída con su ejemplo no se agotará en el reconocimiento de sus singulares méritos, éticos y estéticos.
Queda por delante un imperativo de conciencia: que continúen dando los frutos de su magisterio callado y eficaz las voces que han alcanzado en estos últimos años la madurez literaria y periodística. Por todo ello, apenas puedo atreverme a resaltar algunas obras suyas por encima de otras o preferir su cultivo de un género en lugar de otro. Con emoción contenida, entre el canto del búho y el reclamo de la corneja, mi Jiménez Lozano estará asociado siempre a la lectura nocturna de la Guía espiritual de Castilla y de Los ojos del icono en la Cuenca de Barberá.
Murió José Jiménez Lozano en Alcazarén. A sus 89 años seguía manteniendo unos alegres ojos azules. Eran reidores tanto como acogedores eran sus gestos hacia personas y cosas. Su risa contagiosa y su ironía fina no eran fruto de la inconsciencia, sino de un conocimiento profundo de cómo funciona el mundo y de cuál es su esperanza. Y hay muchos de sus personajes que así lo muestran.
En el conjunto de relatos titulado El azul sobrante, publicado en 2009, aparecen dos figuras que facilitan el entendimiento sobre qué significa aspirar a lo azul para no dejarse vencer, ya sea por los programas de los poderosos que quieren dictaminar cómo se debe vivir o sea por el paso del tiempo que arrasa con todo.
La primera, titulada La educación política, cuenta la historia de una mujer viuda que ha perdido a su hijo. Vive dignamente y recibe la visita de unos funcionarios del ayuntamiento que pretenden educarla y decirle cómo ser feliz. Quieren hacerle firmar el abandono de su casa a cambio de un apartamento nuevo con piscina, cenador y todos los adelantos… Y ella se resiste. Se resiste a ser educada políticamente, es decir, a renunciar a lo suyo y hasta a sí misma por seguir los programas del ayuntamiento para la tercera edad. Sus vecinos firman, ella no. Se resiste mientras mira un frutero de cristal azul. Tan azul como el del poema de Elogios y celebraciones:
“Sol pálido de octubre,
sobre el aparador de la cocina azul frutero,
compota de manzana. Icono;
no naturaleza muerta”.
En el segundo cuento, titulado El azul sobrante, se relata la confesión de la anciana Ruth a una periodista. A sus casi cien años, quiere revelar el secreto de cómo se ha mantenido con un “pelo tan blanco y azulado y una ropa tan blanca y con un aire azul” y, además, tan contenta. Ella contesta que siendo niña recibió un botecito de pintura azul del que sobró después de crear el mundo. Y que quería decirle a la periodista que dijese a todos que su secreto consiste en saber que el “mundo quedaría muy limpito y añilado antes de la fecha del juicio, porque eso creía ella que hacía a la gente más contenta”.
Dos resistencias azules: la primera, a las consignas mundanas; la segunda, a la decadencia y a la pérdida de la juventud. Por eso es lícito preguntarse si es posible una tercera resistencia, la de perseguir, como lo hizo el escritor, esos añiles que colorean el mundo y derrotan el embate de la muerte.
Sus libros se han quedado mirándome. Rodeada de ellos, no he sabido qué decirles. Espero que sean ellos los que, aunque mañana sigamos en silencio, prosigan el diálogo.
José Jiménez Lozano desvela en su obra “La querencia de los búhos” lo que el silencio oculta.