Ana Rodríguez de Agüero | 12 de junio de 2021
Aún no se lo he dicho a mi jardín y Los grandes espacios protagonizan una Revista de libros de lo más florida. Además, nuestro Cuestionario Proust con la escritora y editora Clara Pastor.
En el último curso de la carrera de Derecho, hace veinte años -ahora de casi todo hace veinte años- decidí que quería dedicarme a la docencia (cátedra de Filosofía del Derecho) y al paisajismo. Filosofía y jardinería me parecían disciplinas hermanas (en una suerte de intuición que confirmé muchos años después, leyendo el magnífico libro de Santiago Beruete Jardinosofía) y, aunque después no he cultivado ninguna de las dos, entonces empecé a soñar con un jardín propio, y veinte años después, sigo soñando. No tengo un jardín de verdad, pero voy construyéndome uno imaginario: o mejor dicho, literario.
Creo que en el arranque estuvo Elizabeth y su jardín alemán, la mejor obra que yo haya leído de Elizabeth von Arnim. Pensé cuando lo leí que el hombre del sillón, las niñas de abril, mayo y junio y ese maravilloso jardín que absorbe todos los recursos disponibles son uno de los mejores proyectos de vida que imaginarse pueda. Casi veinte años después, sigo pensando lo mismo.
Gran parte de mis modestos recursos los he dedicado a la consecución de ese jardín literario: leí las Cartas en torno a un jardín, de Rilke, algo después de conocer la obra de Monet en Giverny. No me extrañó descubrir que su libro de conversaciones con Marc Elder se titulaba precisamente La pintura desde el jardín. Desde entonces, ambos libros y ambos autores están unidos en mi particular imaginario, si bien reconozco que mis jardines son fundamentalmente femeninos, e ingleses. Vida en el jardín, de Penelope Lively, y, sobre todo, Anhelo de raíces, de May Sarton, han sido mi infatigable compañía los últimos meses (el trío de jardines ingleses lo completa Reginald Arkell y su impagable novela Recuerdos de un jardinero inglés).
La ligazón entre el jardín y el paraíso es, claro, muy evidente. El primer libro de la Biblia, el Genésis, explica que «al principio plantó Dios un jardín». La etimología confirma esta ligazón: como explica detenidamente Mario Satz al comienzo de sus Pequeños paraísos, «paradesha es, en efecto, una arcaica y prestigiosa expresión que nos revela, primero en sánscrito y luego en persa, un ‘lugar elevado’, una ‘región suprema’ (…) apareció en la Biblia como pardés tras ser descrito como gan eden, ‘huerto o jardín delicioso’. Del pardés hebreo procede, entonces, el paradiso latino que tan luminosamente y en su versión sublime describió Dante en su Divina Comedia».
Si el paraíso al que aspiramos -no solo el edén del que fuimos expulsados- puede ser representado como un jardín -al modo en que lo presenta san Efrén de Nisibe en su Himnos sobre el Paraíso, preciosamente editados por Nuevo Inicio-, no es de extrañar que en la vida religiosa contemplativa destaquen los jardines. Lo primero que leí sobre jardines conventuales, El paisaje de la clausura, tuve la suerte de editarlo en CEU Ediciones: un libro precioso, un recorrido por los jardines, huertas y claustros de los conventos barrocos de Madrid. Recientemente he recuperado aquel espíritu leyendo Los jardines de los monjes, de Peter Seewald y Regula Freuler, una maravilla publicada por Elba, editorial especialmente sensible al mundo de los jardines (que ha editado, también, el libro de Marco Martella Un pequeño mundo, un mundo perfecto, en el que leí por primera vez sobre el jardín de Pía Pera y su libro Aún no se lo he dicho a mi jardín, entonces todavía inédito en español).
Sobre jardines y libros podrían decirse aún muchas más cosas. Al escritor Enrique García Máiquez, referencia para mí en muchos aspectos (y a cuyas atinadas recomendaciones debo gran parte de mis mejores lecturas de los últimos años) le parecía inconcebible que escribiera sobre este tema sin citar siquiera El jardín de los Fizzi-Contini. Así que me sumergí en su lectura, y suscitó en mí varios ecos. ¿No debería hablar también del jardín como personaje literario? ¿Del jardín como símbolo, como metáfora, al modo en que tantas veces aparece en esta obra?
Al fin y al cabo, un poco de todo eso hay en la obra de Pía Pera que quería reseñar. Porque todo este excursus sobre jardines pretende ser la introducción a las reseñas de dos novedades editoriales, recién aparecidas: Aún no se lo he dicho a mi jardín, de Pía Pera (Errata Naturae), y Los grandes espacios, de Catherine Meurisse (Impedimenta).
Pía Pera confiesa que el tema sobre el que pensó escribir era «el jardinero y la muerte». No es, en ningún caso, una preocupación abstracta, meramente teórica: la escritura de estas páginas coincide con la constatación de que la enfermedad incurable que devora a la autora avanza cada vez más rápido. El jardín es también una imagen, un símbolo. Representa su anhelo de autosuficiencia, el ideal de una vida independiente que se revela imposible. Lee la crítica completa aquí.
Aún no se lo he dicho a mi jardín
Pía Pera
Errata Naturae
256 páginas
2021
20€
Los grandes espacios es una obra, claro, muy diferente. Para comenzar, en el formato: novela gráfica, escrita e ilustrada por la autora, pero que me ha permitido descubrir un trabajo que podría, creo, realizar con gusto: colorista (o como quiera que se llame la persona que lo ha «coloreado», según se indica en los créditos). El jardín de Los grandes espacios es el jardín de los padres. El lugar seguro donde uno puede crecer, salir y volver siempre. Lee la crítica completa aquí.
Los grandes espacios
Catherine Meurisse
Impedimenta
96 páginas
2021
21€
Cuestionario Proust con Clara Pastor
«Libros que dejan huella». Esta es la idea con la que Clara Pastor fundó Elba Editorial en 2009, tras llegar a Barcelona después de haber vivido varios años en Estados Unidos. Es además escritora, traductora y profesora universitaria. Su último libro es Los buenos vecinos (Acantilado).
Tu momento y lugar para escribir.
Una casa, preferiblemente la mía. Una mesa, una ventana y silencio. A primera hora de la mañana o al final de día.
Y para leer…
Sentada y sin ruido, dentro o fuera no importa. Si hay sol, con gorro.
Tu «top 3» literario: un novelista, un poeta, un ensayista.
Prefiero los relatos a las novelas, los de Isak Dinesen nunca dejan de admirarme. Ensayos, los de Natalia Ginzburg y los poemas de Emily Dickinson.
¿Te gusta prestar libros?
Me gusta, pero casi siempre me arrepiento; eso sí, cuando vuelven se cumple la felicidad de compartirlos, que es para lo que se prestaron.
En la lectura, ¿subrayas y haces anotaciones?
Sí, subrayo y apunto. Entonces, si alguna vez vuelvo a abrir ese libro es como regresar a una ciudad que ya conoces; puedes ir directamente a los sitios que más te conmovieron (o intrigaron).
La lectura que tienes ahora entre las manos.
Estudios sobre literatura clásica norteamericana, de D.H. Lawrence.
Un clásico pendiente.
El Quijote.
Un libro sobrevalorado.
Muchos, pero es algo tan subjetivo. Y delicado. Con solo un nombre lograría ofender a autores, editores, lectores…
El libro que no pudiste acabar.
Hay muchos que no acabo o más bien que leo por partes. Pero te refieres a que no pudiera acabar porque se me caía de las manos… Los emigrados, de W.G. Sebald. Aunque eso no dice nada de Sebald: no cualquier momento es bueno para leer a un autor, por bueno que sea.
El último libro que te han regalado.
Altiplano de Alain-Paul Mallard. Me lo regaló el autor. Precioso libro.
El libro que te gusta regalar.
Huesos de sepia de Eugenio Montale.
Ana Rodríguez de Agüero & Pablo Velasco
Publicaciones de Andrés Trapiello, Juan Manuel de Prada y G.K. Chesterton, junto con nuestro listado de novedades editoriales y el Cuestionario Proust a José F. Peláez.
Reseña de novelas y ensayos destacados, acompañados del listado quincenal de novedades editoriales.