Ana Rodríguez de Agüero | 12 de junio de 2021
El jardín de Los grandes espacios es el jardín de los padres. El lugar seguro donde uno puede crecer, salir y volver siempre.
Los grandes espacios es una obra, claro, muy diferente. Para comenzar, en el formato: novela gráfica, escrita e ilustrada por la autora, pero que me ha permitido descubrir un trabajo que podría, creo, realizar con gusto: colorista (o como quiera que se llame la persona que lo ha «coloreado», según se indica en los créditos). La autora, Catherine Meurisse, es la primera autora de cómics que ha sido elegida como académica de Bellas Artes, en el Instituto de Francia.
Los grandes espacios
Catherine Meurisse
Impedimenta
96 págs.
21€
En este álbum, recrea con maestría su infancia rural en el pueblo «de doscientos habitantes, como mucho» que sus padres eligen para criarlas a ella y a su hermana (un personaje apasionante, en la obra: auténtica alter ego de la autora, que la secunda en todas sus ocurrencias -fundamentalmente museísticas-, aparece siempre con un libro entre las manos, complementando así su mirada pictórica). En una visión humorística y nada idealizada de la vida rural -entre boñigas y matanza, la rusticidad de los compañeros de escuela; el empeño de los políticos en proyectos huecos y teatrales; los estragos causados por la técnica y el progreso mal entendidos-, destaca la libertad de la infancia, los grandes horizontes alentados en casa, el descubrimiento de la propia vocación y, sobre todo, el agradecimiento a unos padres percibidos como excepcionales.
Este libro es, para mí, un homenaje de la autora a sus padres. Un agradecimiento por la infancia que les regalaron, a ella y a su hermana, un reconocimiento de su valiosa forma de ser y de vivir (¡ese padre que levanta de las ruinas una vieja casona, que les enseña a amar las piedras antiguas y los grandes árboles, que cita a los maestros de la literatura francesa! ¡Esa madre que aparece casi siempre con las manos en la tierra, plantando y regando y cavando, pero que ama a Puccini, que tiene tiempo para pasar por el colegio para enseñar a los niños a distinguir las setas venenosas y aborrece las urbanizaciones!).
Reconozco que la madre de la autora, quizá por recordarme un poco a la mía, me ha robado el corazón. Lo primero que planta en «aquel páramo» que era al principio la casa es un rosal -de la casa de su padre- y aguileñas -de la de su suegra-. La nostalgia por las casas que fueron de su familia y se perdieron la lleva a tener preparada una provisión de macetas con esquejes de todas las plantas del jardín para sus hijas, por si un día tienen que desprenderse de la casa: «¡Las maletas preparadas!», dice en una de las viñetas más emocionantes del libro. Cuando su hija le pregunta qué podría consolarla de la pérdida de su caserón familiar, le responde: «¡La naturaleza, siempre!».
El jardín de Los grandes espacios es el jardín de los padres. El lugar seguro donde uno puede crecer, salir y volver siempre. Esta función del jardín, naturaleza acotada y cultivada por el hombre para servir de refugio, de amparo -de ahí también el hortus conclusus con el que la teología medieval distinguía a María- lo hermana -a otra escala, por supuesto- con el libro, de ahí probablemente el proverbio árabe que afirma que un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo. Porque los buenos libros son refugios, y también jardines en miniatura a los que podemos volver siempre.
Aún no se lo he dicho a mi jardín y Los grandes espacios protagonizan una Revista de libros de lo más florida. Además, nuestro Cuestionario Proust con la escritora y editora Clara Pastor.
El jardín, en el caso de Pía Pera, es también una imagen, un símbolo. Representa su anhelo de autosuficiencia, el ideal de una vida independiente que se revela imposible.