La serie de Netflix es una fantasía distópica que defiende el ojo por ojo y ensalza la figura del villano.
La serie de Netflix es una fantasía distópica que defiende el ojo por ojo y ensalza la figura del villano.
Basta un par de bocanadas de la jadeante nocturnidad de Dilema (Mike Kelley, 2019) para engancharse al magnetismo de lo que se cuece en la serie de Netflix. Lo hace uno, además, en la esperanza de que la historia que haya de desplegarse tras aquel fascinante telón visual acabe estando a su misma altura y, por momentos, la cosa hasta promete ir en esa dirección.
Lo hace, sobre todo, anclada a una premisa de vuelcos vitales poderosos de esos con los que nos encanta fantasear desde nuestra privilegiada posición voyeur de espectadores. ¿Y si un día, por arte de magia, pudiéramos hacer todo lo que habíamos soñado? ¿Y si eso que creíamos increíble de repente lo es por la intercesión de un elemento extrañamente mágico? Ocurre, y bien está, que Mike Kelley haya tirado decididamente por ahí esta historia, que todos esos argumentos paralelos que con frecuencia imaginamos para nuestras vidas (esos “y si” que tan bien recoge el título original, What if) se pueden volver siniestros a poco que rasquemos: ¿y si hacer lo que siempre hemos querido requiere que nos convirtamos en quienes nunca hemos sido? ¿Y si lo que nos rodea, nuestras certezas, no son como pensamos?
Con todos esos interrogantes arranca, e indefectiblemente atrapa de entrada, Dilema, la historia de una brillante científica sin recursos a quien una mecenas moderna sin demasiados escrúpulos brinda la posibilidad del tutelaje económico soñado. A cambio, deberá realizar una cesión cuasi fáustica que desde el comienzo promete ser peor de lo que ya parece. La inquietante nueva imagen de Renee Zellweger le sirve de pasaporte excepcional para una villanía que no solo le sienta estupendamente, sino que probablemente es lo único de toda la serie que mantiene su nivel de principio a fin.
¿Lo arriesgarías todo si te ofreciesen tener lo que más quieres? #Dilema llega el 24 de mayo. pic.twitter.com/EsAPu6Fnz6
— Netflix España (@NetflixES) April 23, 2019
El aroma distópico de esta fantasía arroja un aura fatalista que empasta con tantos relativismos de estos tiempos. Por aquí falla, sin duda, Dilema, con su entrega teleológica a los villanos fascinantes y una patita medio asomada hacia el peligroso mensaje de que solo se puede vencer la falta de ética viendo el órdago con cartas mayores. Lo peor es que, abierta la veda de las maldades secretas de casi todos los personajes que pululan por esta historia, el argumento se enreda de tal modo que uno no sabe ya si está viendo el fascinante neonoir que le prometieron en las primeras secuencias o una película de las tres y media.
Da la impresión de que Keller tiene mucho más talento para formular preguntas que para responderlas. Pese a ello, en lugar de esbozarlas para dejarlas simplemente ahí, formuladas para su debate, se empeña en clausurarlas de un modo no solo excesivamente retorcido, sino también inconcluyente hasta la irritación.
Con Dilema le queda a uno el mismo poso que el que nos dejan los telediarios si juzgáramos la realidad que nos rodea solo a través de ellos: que el mundo es un lugar mucho más inhóspito de lo que en realidad es. La antedicha proliferación distópica de muchas series actuales, por más que cuenten con esa atenuante de suceder en mundos imaginados a los que los telediarios no pueden acogerse, entraña el riesgo de que su afluencia convenza a quienes la ven de que esa es, en realidad, la norma y no la excepción.
En el debe añadido de Dilema queda, además, que, a diferencia de coetáneas suyas que también han escarbado en las encrucijadas éticas contemporáneas, no mantiene ni el pulso visual ni la profundidad de reflexiones que sí se han visto, por citar solo tres ejemplos recientes, en Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013), Fringe (J. J. Abrams, Alex Kurtzman y Roberto Orci, 2008-2013) o The Walking Dead (Robert Kirkman y Frank Darabont, 2010-hoy).