María Rodríguez Velasco | 14 de mayo de 2019
El Museo del Prado devuelve el color y la luz a una obra renacentista cargada de una fuerte iconografía.
La reciente restauración de La Anunciación de Fra Angelico nos ayuda a volver al origen de esta pintura, hacia 1425, en los albores del renacimiento italiano. La limpieza de la suciedad concentrada con los años en su superficie, la retirada de los repintes posteriores ajenos a su autor, que habían incluso desvirtuado la forma de las alas del ángel, y la reintegración de los pigmentos, han permitido recuperar el brillo de los colores y la luminosidad de la tabla.
Una obra realizada para el monasterio dominico de Santo Domingo de Fiesole, donde había profesado el joven Guido di Pietro, tomando el nombre de fra Giovanni, si bien recibió de sus coetáneos el apelativo de Angelicus pictor por la espiritualidad de sus obras.
Esto se pone de manifiesto especialmente en La Anunciación, cuyos detalles, tanto en los personajes como en la escenografía, enriquecen el relato neotestamentario. La casa de Nazaret ha sido transfigurada por Fra Angelico en un anacrónico pórtico, al modo de aquellos construidos por Brunelleschi en la ciudad de Florencia, para estructurar la composición y propiciar la continuidad entre dos realidades intrínsecamente unidas por la misericordia de Dios: la expulsión de Adán y Eva del Paraíso y la Anunciación.
En primer término, trabajado de forma monumental, el saludo del arcángel san Gabriel y la respuesta de la Virgen, expresados mediante gestos solemnes, de gran recogimiento y silencio. La recuperación del intenso azul lapislázuli del manto de la Virgen subraya la presencia del libro, en una posición un tanto inestable, indicativa del simbolismo que introduce al recordar la continuidad entre Antiguo y Nuevo Testamento mediante la profecía de Isaías: “una Virgen concebirá y dará a luz al Mesías”.
Esta unidad de la historia de la salvación se explicita con la presencia en la lejanía de los primeros padres, con mayor dinamismo y teatralidad en la expresión de su dolor y arrepentimiento y revestidos con túnicas de piel, signo de la misericordia de Dios con el hombre. Son las mismas manos que los han creado las que envían sobre la Virgen la paloma del Espíritu Santo, recortada por Fra Angelico sobre un haz de rayos dorados, trabajados con pan de oro, cuyo brillo se ha visto potenciado tras la restauración.
Es precisamente esta luz de carácter simbólico y sobrenatural la que traza en esta pintura la unidad entre los instantes representados, la correspondencia entre Eva y María como “nueva Eva”. De esta forma, Fra Angelico encarna en su pintura ideas patrísticas que se remontan al siglo II, cuando san Justino afirmó: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María”.
Este parangón prefigurativo se hace extensible a la escenografía, pues también el Paraíso es representado en paralelo al hortus conclusus de la Virgen que se advierte en la ventana vista en la perspectiva de un interior doméstico cubierto con bóveda celeste, cuyos colores quedan perfectamente equilibrados con los que tiñen las vestimentas de la Virgen y el arcángel. Entre las especies recreadas en el jardín advertimos flores blancas, violetas y rojas, que simbolizan respectivamente la pureza, la humildad y el amor místico de la Virgen, desde un tratamiento técnico minucioso que nos recuerda los comienzos de Fra Angelico como miniaturista.
En el jardín advertimos flores blancas, violetas y rojas que simbolizan la pureza, la humildad y el amor místico de la Virgen
No acaban aquí los significados ocultos en la escenografía, ya que, en el frente del pórtico, como si se tratara de un relieve, se nos presenta un medallón con un profeta, referencia a las profecías anteriormente citadas y a referencias patrísticas, como la de san Agustín en el siglo IV al ensalzar a la Virgen como la “perfección de los profetas”. Al observar la composición, bajo el medallón, posada en el tirante del arco apreciamos una golondrina que pudiera considerarse únicamente ornamental si no fuera porque el Bestiario toscano presenta a esta ave como alegoría de la misericordia divina, idea ya expresada en otros pormenores de esta tabla por Fra Angelico.
El estudio científico previo a la restauración, las técnicas radiológicas, la intervención manual sobre la pintura y el informe final ponen de manifiesto la unidad entre la vida y obra de Fra Angelico, un pintor dominico que sabe fundir lo humano y lo divino mediante la claridad lumínica y el contraste cromático de La Anunciación. Podemos decir que en sus diversas versiones de este episodio Fra Angelico hace suyo el pensamiento de santo Tomás de Aquino al afirmar en la Summa Theologica que la Belleza requiere de perfección, proporción y armonía. Así lo podremos contemplar en la exposición Fra Angelico y el origen del Renacimiento florentino que se inaugurará en el Museo del Prado el próximo 28 de mayo.
Una exposición en la que las esculturas acompañan al visitante por las salas de la pinacoteca.
En 1163 el rey Luis VII colocó la primera piedra de una nueva catedral que tardaría casi doscientos años en concluirse.