Jorge Aznal | 16 de abril de 2020
Una comedia que nos acerca a los problemas de la España vacía con humor y los enfrenta a las dependencias de la vida moderna.
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Hasta ahora, El pueblo, la comedia española emitida en Telecinco y Amazon Prime Video, me parecía una serie necesaria para reflejar el injusto olvido que sufre la España vacía. En realidad, me lo sigue pareciendo, pero ahora, por lo que todos sabemos, también la veo como una buena forma de distracción, necesaria en su justa medida. Y, en cierto modo, como una inyección de moral. Después hablaremos de otras inyecciones mucho menos alentadoras y, lamentablemente, bastante más aleccionadoras, que aparecen en la segunda temporada y que afean el todo.
Reconozco que, de inicio, tenía mis dudas sobre El pueblo, la serie creada por Alberto y Laura Caballero (La que se avecina y Aquí no hay quien viva), junto a Nando Abad y Julián Sastre (7 vidas y Aída). Esas dudas no terminaron de disiparse con el primer capítulo, pero sí con el segundo. A partir de ahí, al menos durante varios episodios, emergen situaciones más cómicas después de la lógica dificultad de presentar a tantos personajes y exponer sus (des)motivaciones en tan poco tiempo.
Es justo ahí, en las desmotivaciones de sus protagonistas y en el dibujo claro de sus personajes, donde El pueblo acierta de pleno. Más aún, incluso, que en el choque entre el modo de vida rural y el urbanita en el que se basa el argumento de la serie. Y casi tanto como en el otro gran pilar en el que se sostiene El pueblo: el trabajo de sus actores.
Urbanitas y pueblerinos están magníficamente interpretados y, en una de las marcas que identifican las producciones anteriores de sus creadores, se dan réplica en los diálogos con soltura, ritmo y gracia. Como la que demuestran Nacho (Daniel Pérez Prada) con sus teorías sobre los pelirrojos y el momento Rambo de la segunda temporada; El Ovejas (Javier Losán), el pastor enamorado de la señá Elisa; o Emilia (Silvia Casanova), la venerable anciana capaz de sacar tajada -siquiera sea un euro- hasta por prestar su teléfono fijo… para recibir llamadas.
Sonrío cada vez que Juanjo (Carlos Areces) saluda por interés a sus vecinos con frases como “¡Alcalde, buen amigo!», antes de intentar engañarlos. Me parece que la actriz María Hervás lo borda como Amaya, la pareja de Juanjo, en un papel más complejo de lo que puede parecer. Y así podríamos seguir hasta la práctica totalidad del reparto -Orestes, el falso gurú de la segunda temporada encarnado por Edu Soto, desentona en el conjunto-. Pero, de todas esas buenas interpretaciones, siento especial debilidad por una: la de Ruth Díaz como Laura. Hay un admirable ejercicio de naturalidad y frescura en esa mujer que tira -y con fuerza- de carácter para plantar cara a sus dificultades. Aunque lo de plantar no sea precisamente lo suyo y para ello necesite el consejo de Cándido (Ángel Jodrá), el bonachón del alcalde.
Otro acierto: en Peñafría, ese pequeño pueblo de Soria de nombre ficticio, la felicidad es analógica. Es más feliz quien menos necesita y quien más alejado vive de la tecnología. Apenas hay cobertura en un escarpado rincón del pueblo y, aun así, los urbanitas no dudan en arriesgar su integridad física para lanzarse a la búsqueda de una conexión con la vida de la que han huido. Es inevitable, como urbanita, no verse reflejado en esa dependencia del móvil, de la red y de las redes.
Lo que sí es perfectamente evitable -además del hecho de que haya personajes que en algún momento se acercan a la iglesia de Peñafría para exigir cosas a Dios en lugar de pedírselas con respeto- es utilizar la serie para defender la eutanasia, como ocurre en la segunda temporada. Para quien no la haya visto y quiera verla, no profundizo en las circunstancias, pero El pueblo pincha innecesariamente en ese punto, sobre todo porque traspasa la ficción para convertirse en una (mala) suerte de reivindicación ideológica y social que no tiene sentido en una serie y menos en una comedia, en teoría, sin mayores pretensiones. Las inyecciones, siempre que se pueda, mejor que sean de moral. Gracias.
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