Hilda García | 16 de octubre de 2020
Miguel Delibes nos aproxima a esos olores y sabores genuinos que se diluyen conforme la globalización se espesa. Además de acercarnos a nuestra tierra, nos invita a preservar un léxico del que cada vez estamos más alejados.
El pueblo es el verdadero dueño de la lengua
Miguel Delibes
Brillante y rotunda. Así es la sentencia del filólogo y catedrático Manuel Alvar que sintetiza a la perfección el idilio del escritor vallisoletano con la palabra: «Delibes ha recogido un mundo lingüístico riquísimo y variado en la boca de las gentes del pueblo: es la verdad de su obra».
Periodista, catedrático y académico de la Lengua, Miguel Delibes es, sin duda, uno de los referentes literarios del siglo XX. Un hecho del que el propio autor parecía no ser consciente cuando, cegado por la modestia, decía considerarse tan solo «un cazador que escribe».
A juicio de los expertos, la narrativa delibiana es un claro ejemplo de vocabulario rico y preciso, perfectamente adecuado al entorno, al ambiente, a cada situación y a cada personaje.
El creador que descansaba a la sombra de los cipreses definía el lenguaje como «ese irreal alimento de la vida humana». Por ello, sus obras están salpicadas de un «léxico diferencial», como lo define Pilar Fernández, profesora titular de Lengua Española en la Universidad CEU San Pablo.
Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en que transcurre su vida, lleno de referencias personales y de su comunidadMiguel Delibes, discurso de ingreso en la RAE
En su artículo Por los caminos venatorios de Miguel Delibes: palabras para un paisaje, la lingüista apunta que, muchas veces, la terminología empleada por el vallisoletano en sus textos no se encuentra recogida en el Diccionario de la Real Academia Española. En algunas ocasiones, «tiene en la variante castellanoleonesa diferencias de forma o significado respecto a las variantes del español estándar, o que figura en el diccionario académico con idéntica forma y sentido, pero con alguna marca diatópica o diastrática».
Otro cazador, en este caso de estilemas, Álex Grijelmo, califica a Delibes como un buen dominador de su propio idioma. En su libro La seducción de las palabras, el escritor y periodista explica que el vocabulario que emplea el autor de El camino no es solo para escogidos. Muy al contrario, en el lenguaje rural seducen las palabras certeras, incluso aunque no se domine su significado.
Con un estilo sobrio y sencillo, Delibes apostaba siempre por la economía del lenguaje. Así, en Un año de mi vida explicaba que cada obra requiere una técnica y un estilo diferentes y la clave es acertar con la fórmula y el tono. «Lo difícil no es hacer una novela larga, una novela río, sino decir lo que queremos decir con el menor número de palabras posible».
Y es que la producción del autor de Cinco horas con Mario es un espejo de las auténticas raíces del ser humano: la naturaleza, el medio rural, el trabajo en el campo, la caza… El interés por mantener vivos esos términos que, poco a poco, han ido quedando en el olvido se advierte en su discurso de ingreso en la RAE, en 1975: «¿Cuántos son los vocablos relacionados con la Naturaleza, que, ahora mismo, ya han caído en desuso y que, dentro de muy pocos años, no significarán nada para nadie y se transformarán en puras palabras enterradas en los diccionarios e ininteligibles para el ‘homo tecnologicus’?». El tiempo le ha dado la razón y su predicción se ha cumplido.
Una visión lúcida que se hizo patente también a la hora de alertar sobre la progresiva degradación del medio ambiente a manos del hombre moderno. Lo que entonces parecía ser una prédica en el desierto, en nuestros días se está haciendo realidad: «Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste», aseguraba Delibes.
Esta inquietud del autor de Las ratas se refleja también en el ámbito lingüístico: «Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en que transcurre su vida, lleno de referencias personales y de su comunidad, es convertido en un paisaje impersonalizado e insignificante».
Delibes fue un cazador de palabras… en peligro de extinción. ¿Cuántos de ustedes conocen el significado de vocablos como ‘abacial’, ‘gatuñas’, ‘humeón’ o ‘zamarrear’? ¿Y de ‘amusgar’, ‘piedralite’ o ‘talcualillo’? En un mundo dominado por extranjerismos, barbarismos, vulgarismos y whatsappismos, en el que imperan la inmediatez y la prisa, su producción literaria supone una vuelta a nuestros orígenes.
El particular universo delibiano nos aproxima a las austeras tierras de Castilla y León (en puridad, de Castilla La Vieja) que lo vieron nacer. Ese paisaje de la España vaciada tan ignoto para un ciudadano cada vez más urbanita. Esos olores y sabores genuinos que se van diluyendo conforme la globalización se va espesando. Un escenario al que no era ajeno el autor: «Me temo que muchas de mis propias palabras, de las palabras que yo utilizo en mis novelas de ambiente rural, […] van a necesitar muy pronto de notas aclaratorias como si estuviesen escritas en un idioma arcaico y esotérico, cuando simplemente han tratado de traslucir la vida de la Naturaleza y de los hombres que en ella viven, y designar al paisaje, a los animales y a las plantas por sus nombres auténticos». Y así ha sido.
Traducido a más de veinte idiomas, Miguel Delibes tiene reservado un lugar en el Olimpo de los clásicos de la literatura. El director de El Norte de Castilla fue, además, un hombre comprometido con la vida y con la dignidad humana: «Sentimientos que anidaron hace siete lustros en el corazón de mis personajes: solidaridad, ternura, mutuo respeto, amor; el convencimiento de que todo ser ha venido a este mundo para aliviar la soledad de otro ser».
En el prólogo de La hoja roja, el escritor y periodista Francisco Umbral ponía de relieve la gran ternura de su amigo y paisano, cualidad esta que lo empujaba a absolver con el sentimiento lo que condenaba con el pensamiento: «Es, por suerte o por desgracia, un sentimental. Un escritor cristiano porque ama demasiado para condenar».
Así se expresa Guillermo Urbizu en el bello poema que dedicó al premio Príncipe de Asturias de las Letras:
Delibes. Miguel. La naturaleza
germina en el destino del hombre.
Una luz, una sombra.
El ciprés
dispara con puntería su altura.
La soledad de la pluma
pega la hebra con el tiempo.
Literatura que aspira al alma.
El camino
de la vida vive más allá del horizonte.
Escribir de lo que se ama.
Delibes. Miguel. Un corazón sencillo
narra el latido de lo que escucha.
Un corazón que mana,
que sufre, que se remansa
en la claridad del lenguaje que admira.
En esos paisajes
donde habita la intimidad de Castilla.
Delibes. Miguel. Esa familia
de voces, de silencios y de sentido.
Esa emoción incandescente del recuerdo,
del crepúsculo y del tomillo.
Ámbito de lo vivo, Miguel Delibes:
escritor de España.
Leer al creador de Los santos inocentes, además de acercarnos a nuestra tierra, nos invita a preservar un léxico del que cada vez estamos más alejados. El orgullo de Miguel Delibes por su tierra, su profundo amor a la naturaleza y sus caricias al lenguaje se mantendrán siempre vivos en su legado.
Castilla es para Delibes lo que Delibes para nosotros: el lugar y la persona donde una moral agotada va a descansar.
Señora de rojo sobre fondo gris es, quizá, el más logrado de los cantos a la felicidad matrimonial de nuestras letras. El homenaje en forma de novela de Miguel Delibes a su esposa, Ángeles de Castro.