Pablo Casado Muriel | 16 de octubre de 2020
La muerte es, para Miguel Delibes, una presencia inevitable que marcó su literatura y también su propia existencia.
Yo lo que quiero es acabar mis días con mis creencias de niño. Es decir, seguir creyendo lo que me enseñaron, en lo fundamental, y la esperanza soberbia de poder encontrar a Cristo en la última curva del camino. Esa es mi posición, que me da una cierta serenidad y una cierta tranquilidad. No me asusta ahora mi muerte, creo que es un accidente más de una vida en la que a todos nos corresponde el final.
Son palabras de Miguel Delibes en una entrevista concedida a la televisión de Castilla y León en octubre de 2006, cerca de cumplir los 86 años. En la voz del autor es posible escuchar la de muchos de sus más celebres personajes. Una reflexión que podrían hacer Daniel el Mochuelo, Pedro, perseguido por la sombra del ciprés, el disputado Cayo en ese pueblo vacío ya en los años de la Transición y que hoy vuelve a llamar la atención de los políticos, o el viejo Eloy, quien, en el día de su jubilación, comprendió que le había salido la hoja roja en el cuadernillo de papel de fumar que era su propia vida.
El escritor reconoció a su compañero César Alonso de los Ríos que la muerte era algo que lo obsesionaba, una presencia inevitable que marcó su literatura, pero también su propia existencia.
Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y, al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiabaMiguel Delibes, El camino
En su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, publicada 58 años antes de que Delibes hable sobre su propio final, el vallisoletano ya muestra su forma de entender vida y muerte: sin obviar el dolor, recordando a la persona querida y mirando al frente con un cierto destello de esperanza.
Habla Delibes de sus «creencias de niño» y es imposible evitar la manera en la que los pequeños protagonistas de sus novelas se enfrentan con la muerte. Pedro será capaz de encararse con «el hombre» ante la tumba de Alfredo, ese hombre que había empujado a su amigo a la casa de don Lesmes en la fría Ávila. El Mochuelo se quedará sin su adoquín de limón, pero se sabe perdonado por el Tiñoso tras su última discusión. Las perdices al volar hacen Brrr y no Prrr. La inocencia y la amistad son capaces de abrir esa rendija por la que entra la luz que consigue que cerremos el libro con una lágrima, mojando el esbozo de una sonrisa.
El Mochuelo y su certeza, frente a la desesperación de Menchu ante el cadáver de un marido que jamás la perdonará. En el monólogo de Cinco horas con Mario, Delibes nos presenta una forma totalmente opuesta de afrontar la muerte que en el resto de su narrativa. Una velada plagada de reproches y medias verdades que solo tienen sentido en el todo del escritor castellano si entendemos que el verdadero protagonista de esa novela no es otro que Mario, al que sí podemos intuir un carácter mucho más cercano al de otros personajes delibianos.
Y en mitad del camino, cuando se suceden las novelas y lo cotidiano pasa entre la caza, el periódico y sobre todo la familia, el equilibrio se rompe y Ángeles de Castro, mujer de Miguel Delibes, fallece.
El ciprés y su sombra se tornan realidad en la vida del centenario castellano, quien necesitará 15 años para afrontar de forma literaria un dolor que le hace escribir sus letras más amargas en busca de algo «que te imbuya la impresión de que participas en la vida, de que la vida pasa sobre el hoyo en que te pudres sin advertir que existes».
En Señora de rojo sobre fondo gris, Miguel Delibes trata de encontrar, convertido en uno de sus personajes y sustituida la pluma por el pincel, la forma de convencerse de que la muerte es «un accidente más» y hallar así el resorte esperanzador que le permita seguir adelante.
Al contrario de lo que sucede con Menchu, en la voz de ese pintor que recuerda a su esposa hay ternura, cariño y admiración. En la contraposición entre estos dos personajes viudos es posible encontrar la grandeza humana de la literatura de Delibes.
Y, en la última curva del camino, acosado por los envites de una vejez y una enfermedad que «las mujeres como Ana [protagonista de Señora de rojo sobre fondo gris] no merecen», Miguel Delibes afronta su muerte con tranquilidad y esperanza. Es fácil creer que esa actitud es posible en alguien que confía en haber acomodado sus pasos al camino que el Señor le ha marcado en la Tierra, como dijo don José, el cura, en un sermón que desvelaría al Monchuelo en la última noche en su pequeño pueblo de Castilla.
Miguel Delibes nos aproxima a esos olores y sabores genuinos que se diluyen conforme la globalización se espesa. Además de acercarnos a nuestra tierra, nos invita a preservar un léxico del que cada vez estamos más alejados.
Señora de rojo sobre fondo gris es, quizá, el más logrado de los cantos a la felicidad matrimonial de nuestras letras. El homenaje en forma de novela de Miguel Delibes a su esposa, Ángeles de Castro.