Beatriz Jiménez Castellanos | 17 de agosto de 2020
Chesterton elogiaba la vivacidad de la arquitectura gótica. La catedral de Salisbury y su entorno son uno de los más bellos ejemplos de este estilo en Inglaterra.
Pulchra sunt quae visa placent
Santo Tomás
South Kensington es uno de los barrios de Londres en los que compensa dedicar media mañana a perderse. Se ve uno de pronto inmerso en un ambiente tranquilo de gran elegancia, muy cuidado. Es fácil advertir que esas casas georgianas y victorianas siguen siendo una sola vivienda y no diminutos apartamentos, como ocurre en la mayor parte de la capital.
Por la misma zona, se alinean en una afortunada secuencia cuatro edificios destacables. A un extremo, Harrods –tan esperpéntico por dentro como hermoso en el exterior-. Al otro, el Museo de Historia Natural: de nuevo, el edificio vale la visita, importen o no los dinosaurios. En medio queda el oratorio neobarroco de Brompton, fundado por Newman; un verdadero oasis de serenidad, de belleza artística. Justo al lado, el Victoria and Albert: es el museo preferido de muchos ingleses, tiene una biblioteca bellísima y exposiciones que valen la pena. Hay que entrar, no obstante, prevenido, con tal de evitar la colección de réplicas. O no: puede que a alguien le guste ver el Pórtico de la Gloria o el David copiados en yeso.
En la segunda planta, una sala no demasiado grande y poco transitada reúne algunas obras de los grandes pintores del Romanticismo inglés. Los paisajes de los dos rivales crean un clima de paz. Las manchas de color, los contornos diluidos de los cuadros sugerentes, quizá agresivos a veces, de Turner conviven bien con el paisaje amable y expresivo, algo poético, de Constable. Ambos ofrecen en la sala una experiencia que acerca a esa brisa, esa frescura, ese rocío que, según Constable, ningún pintor había logrado capturar todavía. Allí se encuentra Salisbury Cathedral from the Bishop’s Grounds. Hay un tono fascinador en el juego de la luz con la forma de enmarcar la catedral en un arco de árboles muy bien trazados. El edificio es de un detalle sorprendente. La descripción del contrafuerte, las ventanas y demás rasgos de la gran obra arquitectónica es exquisita. El entorno –pasto, agua, ganado, camino, nubes– retrata poderosamente el paisaje británico. La imagen de hoy es un poco distinta. Sin embargo, el templo y sus alrededores conservan una atmósfera similar a la del lienzo.
La catedral de Salisbury es el mejor ejemplo de gótico inglés temprano, porque fue levantada en pocos años y en un solo estilo (excepto por su fachada y su famosa torre, que datan del siglo XIV). Eso presenta una satisfactoria unidad visual. El color grisáceo contrasta con el césped que la rodea. La piedra tan detalladamente trabajada y la magnífica aguja –la más alta del país– empujan al visitante al asombro y a la admiración; invitan a alzar la mirada al cielo. Chesterton elogiaba la vivacidad de la arquitectura gótica –es la Iglesia Militante, decía– y al mismo tiempo subrayaba que era fruto de un cuidadoso diseño, muy ligado al dominio de sí. Hay que cruzar el precioso claustro hasta la sala capitular, donde guardan un tesoro de la región: una de las cuatro copias originales de la Carta Magna.
Salisbury, a 130 km al suroeste de Londres, fue en el siglo XIV una de las ciudades más grandes del país. Hacia el final de la Edad Media, comenzó a retroceder. La llegada del ferrocarril, ya a mediados del XIX, favoreció de nuevo su expansión. Hoy el casco antiguo sigue siendo muy parecido a la época medieval, no solo por la catedral, sino también porque sobrevive una gran cantidad de construcciones con el característico entramado de madera y, además, se mantiene el mercado de tiempos de Enrique III.
En la calle principal, vemos la Poultry Cross, una estructura hexagonal gótica que servía para la venta de aves de corral y huevos. Es probable que llame la atención el pub de enfrente, uno de los más antiguos de Inglaterra. The Haunch of Venison es encandilador. Conserva el aire de taberna medieval por sus espacios estrechos, los plafones de madera, las vigas sobre fondo encalado, las puertas bajas y chirriantes, la barra pequeña donde se turnan los camareros para atender y que tiene bombas manuales en vez de dispensadores. Al entrar, a mano derecha, está The Ladies Snug, hoy llena de fotografías enmarcadas de Churchill: parece ser que allí se reunía con Eisenhower durante la planificación de los desembarcos del Día D. Se non è vero...
El tema del cuadro del V&A no era fortuito. El pintor tenía una conexión especial con la ciudad. Constable dejó el negocio familiar para dedicarse a su indudable vocación («painting is with me but another word for feeling», escribía) y pronto se especializó en paisajes. Suffolk, tierra de su infancia, Hampstead y Brighton fueron los principales escenarios. El obispo de Salisbury –pasea con su esposa en el mencionado cuadro–, tío de su gran amigo John Fisher, es quien le hace el encargo de pintar la catedral. A partir de entonces, se estrecharía su relación con la pequeña ciudad y la haría motivo de muchos de sus lienzos. Dickens y Thomas Hardy (también Ken Follett y otros autores contemporáneos) encuentran igualmente en Salisbury fuente de inspiración para sus novelas. Es un lugar cargado de encanto y aún no ha sido mancillado por el turismo. Pero no lo cuenten demasiado alto.
En 1163 el rey Luis VII colocó la primera piedra de una nueva catedral que tardaría casi doscientos años en concluirse.
Los alumnos han de aprender a pensar colocando los hechos dentro de ese todo, dentro de la realidad entera que estudian todas las ciencias, conociendo así «las cosas como son”.