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Mi afición al ajedrez habrá tenido algo que ver en la recomendación de Nieve negra, ni lo niego ni lo duden. Pero solo tanto, o menos, como tiene que ver el hecho de que Jorge Benítez escriba tan descaradamente bien, que haya sabido plasmar la esencia de un juego milenario a través de sus más sobresalientes protagonistas y acontecimientos históricos, y que haya sido capaz de comprimir la esencia del mismo en tan solo doscientas páginas.

Nieve negra

Jorge Benítez

Libros del K.O.
216 págs.
15,90€

Esta crónica literaria de los 64 escaques “pretende recordar a los inconformistas y heterodoxos que escribieron la historia de este juego y del mundo». Ambas están ligadas, momentos y testigos no faltan: la Revolución Francesa y Philidor; la Guerra Fría, Bobby Fischer y Spaski; la Rusia soviética y Mijaíl Botvínnik; la Rusia actual, Kárpov y Kaspárov; el feminismo y las Polgár; la era de la inteligencia artificial y Magnus Carlsen.

En el tablero se enfrentan siempre dos creencias, dos formas de entender el mundo con sus deseos y sus miedos. Cada una de estas creencias contiene siempre una historia, y una historia es una metáfora que explica cómo funciona el mundo. Si en algo consiste el ajedrez, es en sentarse a la fresca a contemplar la vidaJorge Benítez, Nieve negra, p. 16

¿Y en España? También. Entre otros, la Reconquista, Isabel la Católica y el nacimiento del ajedrez moderno; el franquismo y la sensación Arturito Pomar. ¿Y ahora? Menos. Hay afición, sí, pero minoritaria, y no hay infraestructuras que la potencie, ni esfuerzos privados o públicos suficientes y coordinados. Libros como el de Benítez ayudan.

Rechazar la eternidad

Asistimos a un periodo de intensa fe y confianza ciega en las promesas de la tecnociencia con respecto a la condición humana. La producción y el éxito de series como Westworld, Altered Carbon, más recientemente Devs o Historias del bucle –solo en los últimos cuatro años, siete temporadas sumando lo que hay disponible hasta el momento– es sintomático del protagonismo –utópico o distópico– que va ganando la idea de trascender la raza humana en el imaginario colectivo.

Seréis como dioses

Gustave Thibon

Didaskalos
143 págs.
18€

Mucho antes de que esta actitud poshumanista se nos subiera a la cabeza, el ser humano ya reflexionaba sobre su ineludible condición mortal. Los más voluntaristas trabajaban en su habilidad y capacidad para superarla. Otros, como Gustave Thibon, se cuestionaban si no sería algo pretencioso, quizá absurdo, intentar alterar la naturaleza humana.

Tanto como que, hace seis décadas –podría haber sido ayer mismo y el contenido del libro no necesitaría modificación alguna–, el filósofo francés publica Seréis como dioses (1959), un ensayo en clave dramatúrgica sobre las consecuencias de alcanzar la inmortalidad. Nos llega ahora al español gracias a la labor de la editorial Didaskalos, con lúcido prólogo de Juan Manuel de Prada.

Si, de un día para otro, la ciencia suprimiera la muerte, (…) ¿qué escogería? ¿Aprovechar un descubrimiento que le privaría para siempre de la visión de aquel al que ustedes llaman su Dios o bien precipitarse en lo desconocido para reunirse con él?Gustave Thibon, Seréis como dioses, p. 23

La publicación y lectura de esta obra no puede ser más pertinente. En plena expansión del poshumanismo y el transhumanismo, su obsesión por mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y ante el deseo popular de eliminar aspectos molestos como el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, la propuesta de Thibon nos enfrenta a una perspectiva muy diferente: la muerte puede ser un castigo, emocional y transitorio, pero ¿no es también una promesa de infinitud?, ¿somos capaces de rechazar lo infinito y conformarnos con lo ilimitado?