José Ignacio Wert Moreno | 19 de junio de 2021
Lo que más desconcierta en Reyes de la noche es que la guerra entre García y De la Morena, contada con afán fidedigno, hubiese dado para una obra mucho mejor.
Reyes de la noche es una astracanada. A veces divertida. Pero astracanada, al fin y al cabo. Es este tono el que define toda la serie; un intento fallido de retratar la pugna por la audiencia de la radio nocturna que mantuvieron José María García (primero, en Antena 3 Radio, luego en la Cadena COPE y, finalmente, en Onda Cero) y José Ramón de la Morena (Cadena SER) a partir de que el segundo estrenara el programa El Larguero, en 1989.
Quizá el párrafo anterior tendría que haber empezado con unas disculpas. Muchas de las cosas que va a leer a continuación ya han aparecido en análisis anteriores de esta serie. Inconvenientes de haber esperado a tener vistos los seis episodios que la integran. Lo primero es el principio: un mensaje introductorio –lo que un cursi llamaría un «disclaimer»– que intenta, sin demasiado éxito, explicar la relación de esta ficción con la realidad. Cuatro líneas de texto que resumen muy bien el espíritu que flota por todo el conjunto: un homenaje permanente al «es, no es», al «sí pero no». La mezcla de elementos es tan aleatoria que el tercer capítulo está casi protagonizado por Jesús Gil y Gil, que sí es Jesús Gil y Gil, aunque interpretado por Manuel Gancedo. Is this the real life? Is this just fantasy? Reyes de la noche termina sin que lo sepamos.
Jota Montes no es tanto José Ramón de la Morena como alguien que hubiese cumplido su misma función. Aquí no aparece Brunete ni pueblo que se le parezca
El mero dibujo de los dos personajes protagonistas es el mejor ejemplo de esta situación a medio camino de todas partes. Paco el Cóndor (Javier Gutiérrez) es José María García. Dice al micrófono las mismas cosas que decía él y tiene con el poder la misma relación que en tantos escritos se le atribuye. Gutiérrez imita su voz. Jota Montes (Miki Esparbé) no es tanto José Ramón de la Morena como alguien que hubiese cumplido su misma función. Aquí no aparece Brunete ni pueblo que se le parezca. Ni siquiera hay un trasunto de Bustillo. Es simplemente el periodista joven que busca romper moldes. Capaz de saltarse algunos límites, sí. Pero siempre es el héroe frente al villano. El relato añade el plus dramático de la etapa de trabajo conjunta antes de convertirse en rivales. Es verdad que De la Morena coincidió brevemente con García durante sus últimos compases en la Cadena SER. De hecho, le hizo la entrevista para contratarlo. Pero la cosa no fue para tanto, como él mismo reconoció en Los silencios de El Larguero (El País Aguilar, Madrid, 1995, página 25):
Apenas tuve trato con García (…) salvo un día en que necesitaba a alguien para ir a una asamblea de la Federación Castellana de Fútbol (…) De regreso, por la noche, me preguntó si había cenado (…) Llamó a Nebraska (…) Me pidió una sopa de pescado y un filete. ¡Acojonante!José Ramón de la Morena en ‘Los secretos de El Larguero’
Y es sobre esas caricaturas sobre las que gira toda Reyes de la noche. El trazo grueso alcanza al elenco de secundarios. Todos son arquetipos. Algunos tienen gracia de puro chuscos, como el reportero ligón (Cristóbal Suárez), con el que los guionistas no disimulan estar basándose en Pipi Estrada. El mejor construido es, de largo, Marga (Itsaso Arana), una presentadora que no se parece nada a Gemma Nierga, al mando de un programa de llamadas que sí se parece mucho a Hablar por hablar. Arana lo aprovecha y realiza la mejor interpretación de la serie, eficazmente secundada por Celia de Molina. Los entornos tampoco escapan del brochazo. Onda España no es demasiado identificable con la Cadena SER, por más que el apellido del directivo al que da vida Alberto San Juan rime con Cebrián. Pero es moderna y fresca. Pablo Rosso la fotografía con mucha luz. Radio 9, en cambio, busca en todo momento el paralelismo con la Cadena COPE. Es propiedad de la Iglesia y Rosso la retrata en tonos mucho más oscuros.
Los personajes que pululan por allí son antiguos, casposos, cuando no directamente sórdidos. Uno de los reproches más generalizados es que se obvie la etapa de Antena 3 Radio. Puede entenderse que la ficción le gane la partida al relato histórico sobre unos hechos interesantes solo en su planteamiento. Lo que más desconcierta en Reyes de la noche es que la guerra entre García y De la Morena, contada con afán fidedigno, hubiese dado para una obra mucho mejor. Solo hay que abordar los hechos que han quedado reflejados en libros como el citado Los silencios de El Larguero o el que Vicente Ferrer Molina escribió sobre Supergarcía. O los testimonios que ha recogido el periodista de Radio Marca Pablo Juanarena, en el pódcast Saludos Cordiales, un proyecto excelente que muestra el camino que tendría que haber seguido la serie.
El personaje mejor construido es, de largo, Marga, una presentadora que no se parece nada a Gemma Nierga, al mando de un programa de llamadas que sí se parece mucho a Hablar por hablar
Reyes de la noche está muy bien dirigida por Carlos Therón y por Adolfo Valor, que junto a Cristóbal Garrido es el creador y guionista de la serie. Algunas situaciones de comedia son afortunadas y hay cierta gracia en la manera de dialogar. Pero toda ella sucumbe ante su gran error de concepción. Insistimos: qué gran relato había en la historia real de la que se toman elementos prestados siguiendo un criterio tan caprichoso como incomprensible. Pero para eso hubiese sido necesario dejar la brocha y coger el pincel fino. Superar la astracanada y apostar por la escala de grises. Dicen que habrá segunda temporada. La noticia solo provoca indiferencia. No hay mejor resumen de la sensación que deja la primera.
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