Jaime García-Máiquez | 20 de marzo de 2020
Es imposible pensar que no se seguirá escribiendo Poesía en el futuro. Se escribirá y leerá más, porque probablemente será más necesaria aún que ahora.
Desde hace exactamente 20 años, se celebra el 21 de marzo -este sábado- El Día Mundial de la Poesía. Se promulgó oficialmente en las Actas de la Conferencia General de la UNESCO celebrada en París, entre el 26 de octubre y el 17 de noviembre de 1999, con el fin de «apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y dar la oportunidad a las lenguas amenazadas de ser un vehículo de comunicación artística en sus respectivas comunidades».
Uno relee ese enunciado, eso de «apoyar la diversidad lingüística», «la expresión poética», «las lenguas amenazadas», la poesía como «vehículo de comunicación artística», el respeto a las «respectivas»… y asume que en la Poesía también ha “metido [su] mano” el lenguaje alambicado de lo políticamente correcto. Qué se podía esperar, Política y Poesía vienen de la mano desde Homero.
Pero ¿qué es la Poesía?, ¿para qué sirve?, ¿se seguirán escribiendo poemas en el futuro? Son preguntas recurrentes que, por pocos lectores que tenga la Poesía, nos seguimos haciendo, conscientes de su importancia trascendental. De entre los mayores de 14 años, hay un 67 % de españoles que leen, y de estos, un 1,3% aproximadamente leen algunos versos al año… Parecen pocos; son pocos, sí; pero son los que, digamos, que “han llegado” a la Poesía. Esta está en la cúspide de la Literatura y, por tanto, de la intelectualidad, por lo que resulta razonable que a lugar tan alto solo lleguen unos pocos elegidos. De querer estar ahí, lo que tiene que hacer el lector es seguir leyendo, atreviéndose a subir cada vez más alto, y pasar de la mala novela a la buena, de la buena a las grandes, de las grandes al buen teatro o al famoso ensayo o a la genial prosa poética, y ya estaría “arriba”.
La Poesía es la expresión escrita de un sentimiento. En la “expresión” está el talento literario del escritor; en el “sentimiento”, su alma. En la grandeza y en la combinación de ambas se la juega el poeta. Vale vestirse con cualquier ropaje, desde la aristocrática erudición al malditismo borracho; vale hacer cualquier cosa, vomitar sobre el folio o escribir sonetos acrósticos; legar a la cultura treinta tomos de obras complejas o escribir siete poemas breves…. Dan igual en principio estos ropajes; al final, cada poeta será juzgado por su talento. Se puede engañar durante décadas a crítica y público, por supuesto –aunque no es tan frecuente-, pero el Tiempo tranquilamente pondrá a cada cosa en su sitio con despiadada ecuanimidad. Quizá por ello, contemplar la Historia de la Literatura es también un espectáculo fascinante y aleccionador.
En cuanto a la utilidad de la Poesía… a mí no se me ocurre nada más útil para la existencia humana, la verdad. Teniendo en cuenta que la finalidad de la vida es ser feliz, no sé, un coche por ejemplo (un automóvil, que diría un poeta), ciertamente puede proporcionar dosis interesantes de felicidad: es capaz de llevarte de un sitio a otro, transportar a tu hijo a un cumpleaños, exhibir un hermoso diseño (reflejo del conductor), su marca (reflejo de su estatus económico), el silencio del aire acondicionado, la cámara trasera, su velocidad, su reprís, etc., etc. Todo esto es formidable. Pero la Poesía da más, pues enriquece las cosas que toca, que mira, que piensa, que recuerda o sueña, llenándolas de sentido y –siempre, de alguna forma- embelleciéndolas. Incluso un coche viejo o un cubo de basura.
Casi nada puede proporcionar al hombre tantas riquezas con tan poco. Es encontrar una veta de oro en cada piedra. Lo terrible o pequeño, lo extraordinario o la extraordinaria rutina, lo hondo y lo alegre, será envuelto con unas pocas palabras en una especie de nube pasajera y, tras un instante de magia, caeremos en tierra y no podremos más que balbucear: «Hagamos tres tiendas»… Dijo con razón Ovidio (43 aC-17 dC), en sus Cartas desde el Mar Negro, «No habrá nada más útil que estas artes, que no tienen ninguna utilidad».
La poesía está en la cúspide de la Literatura, y por tanto de la intelectualidad, por lo que resulta razonable que a lugar tan alto solo lleguen unos pocos elegidos
Los matices de una composición musical en gran parte se los lleva el viento; las pinceladas de una pintura se nos quedan olvidadas en el museo, o una novela –recordemos aquella divertida pregunta de Helen Hunt: «¿Por qué habrían de interesarme cosas que no le han pasado a personajes que nunca han existido?»- que es larga y su intensidad sufre vaivenes oceánicos, pero ¿un poema? Un poema es una emoción que podemos recordar, palabra por palabra, mientras nos atamos los cordones de los zapatos, y cuya influencia puede durarnos toda una vida. En su ensayo sobre La función social de la Poesía, T.S. Eliot enfatizaba, además, sus «repercusiones [a largo plazo] en el habla, en la sensibilidad, en las vidas de todos los miembros de una sociedad, en el pueblo entero, conozcan o no los nombres de sus grandes poetas».
Por eso es imposible pensar que no se seguirá escribiendo Poesía en el futuro. Se escribirá y leerá más, porque probablemente será más necesaria aún que ahora. En un mundo desacralizado, serán los poetas los que recuerden a través de sus sentimientos el valor inmaterial, oculto y hermoso de las cosas, el sentido sagrado que en el fondo tiene todo lo que nos rodea, lo que somos.
Nuestro mayor poeta, el más fino, Juan Ramón Jiménez, escribió: «Mi mejor libro es uno que nadie conoce: Poesía no escrita». Que el Día Mundial de la Poesía nos lleve a leer Poesía. Y la Poesía nos lleve a saber reconocerla en las cosas, en la vida: esa mirada nueva, enriquecedora, será nuestra dichosa Poesía no escrita.
Una conversación con Jesús Montiel para hablar sobre poesía y sobre la vida, aunque en el escritor ambas puedan considerarse un todo.
Para acercarnos a Calderón de la Barca necesitamos interiorizar los sentimientos de sus personajes y descubrir la intensidad poética. Difícil tarea en estos tiempos de rápidas lecturas.