Miguel Serrano | 20 de junio de 2019
La quinta temporada de «Black Mirror» dista mucho de estar a la altura de sus predecesoras y ha entrado en una espiral de decadencia y mediocridad.
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Hubo una vez, no hace mucho tiempo, una serie que revolucionó el mundo. Era una serie brillante, inteligente, divertida y, por encima de todo, perturbadora. A partir de historias independientes, construía un universo en el que la tecnología sacaba a menudo lo peor del ser humano. Esa serie era, por supuesto, Black Mirror. Y la nueva temporada de la ficción creada por Charlie Brooker, que acaba de estrenarse en Netflix, no tiene nada que ver con lo anterior.
Hasta esta quinta tanda de episodios, Black Mirror había sido un espejo oscuro (como ese “espejo negro” del que habla el título) en el que reflejarnos, un mensaje de alerta acerca del uso de las nuevas tecnologías y de vivir en un mundo hiperconectado. Por lo general, las historias derivaban en una suerte de distopías bien construidas, cocinadas a fuego lento, en las que lo más importante no era la historia, sino el subtexto oculto. Las tramas eran interesantes, sí, ya sea apostando por una sátira cómica, por un thriller político o por historias puramente terroríficas, pero lo principal era el mensaje. En esta quinta temporada, sin embargo, la tecnología no es más que una excusa para contar historias anodinas e innecesarias.
La quinta temporada de Black Mirror dista mucho de estar a la altura de sus predecesoras, siendo de largo la peor de la serie
La sensación que quedaba al acabar los episodios de Black Mirror era muy inquietante, una desazón terrible. Porque el final de las historias rara vez era feliz. Y eso hacía de Black Mirror una parábola perfecta sobre el ser humano y la amenaza tecnológica. Porque la distopía, si quiere ser verdaderamente subversiva, debe ser oscura y escalofriante. Un final feliz habría destruido la atmósfera opresiva necesaria para generar una respuesta en el espectador, que es, en el fondo, lo que propone Black Mirror. El propio director explicó una vez que el espejo negro del título de la antología era el reflejo del rostro del espectador en la pantalla una vez acabado el episodio y apagado el televisor, que es lo que hacemos cuando algo nos impacta, nos marca y nos hace reflexionar.
Pero, como digo, los episodios de la quinta temporada han optado por seguir una vía distinta a aquellas obras maestras que fueron El himno nacional (el vibrante primer episodio de la serie), Oso blanco, Odio nacional o, sobre todo, Blanca Navidad, el especial navideño de la segunda temporada, el mejor para el que esto escribe, en el que la angustia generada con su desenlace llega a unos niveles aún no igualados por la serie. Se han decantado, por el contrario, por la línea optimista del absurdamente mitificado San Junipero, una vía edulcorada y falsamente feliz que poco tiene que ver con lo que hizo grande a Black Mirror.
En una cosa sí permanece fiel Black Mirror a su espíritu: su irregularidad. Nunca fue una serie perfecta, y alternó episodios magníficos con otros mediocres, historias terroríficamente divertidas con otras anodinas. Y sigue ocurriendo en esta ocasión: de las tres historias que conforman el bloque, la primera, Striking Vipers, es francamente mala y aburrida, de largo el peor episodio de la serie, con la premisa de los videojuegos de realidad virtual (que tan buen resultado dieron en episodios como Playtesting o USS Callister).
La segunda, Añicos, levanta el listón hasta acercarse bastante a aquel sueño distópico que fue Black Mirror, con un escalofriante thriller que, este sí, deja un cierto poso de inquietud en el espectador.
Y la última, Rachel, Jack y Ashley Too, constituye un entretenimiento puro, aunque no de demasiado nivel, una historia protagonizada por Miley Cyrus en el papel de una estrella pop que no puede salir del papel en el que se ha encasillado y que quiere dar un cambio a su carrera (¿les suena de algo Hannah Montana?). Esta historia es interesante y entretenida, pero quizá lo más destacable y atractivo es el elemento autobiográfico de la artista, no el elemento tecnológico.
En definitiva, la quinta temporada de Black Mirror dista mucho de estar a la altura de sus predecesoras, siendo de largo la peor de la serie. Ha perdido el norte, olvidando que la buena ciencia ficción no habla del futuro ni de la tecnología, sino del presente y de la naturaleza misma del ser humano. Si Black Mirror enganchó y fascinó a medio mundo, fue precisamente porque nos vemos representados en esas historias de estupidez y errores.
Ahora mismo, la serie, lastrada por el derroche técnico y económico de aquel capricho experimental interactivo llamado Bandersnatch, está a la deriva, en una espiral de decadencia y caída hacia la mediocridad, un proceso doloroso para los que aprendimos a esperar con ansias cada nueva tanda. Pero lo bueno de las series antológicas es que siempre podemos esperar que a la próxima vuelvan a acertar.
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