Jorge Martínez Lucena | 21 de julio de 2019
Es más fácil sumarse a la hipercrítica y convertir a los políticos en chivos expiatorios que transformar los problemas colectivos en oportunidades.
El modo en que vivenciamos la política tiene un comportamiento cíclico. Lo demuestra El pionero (2019), la teleserie documental preparada por HBO España para todo el mundo en la que se nos habla de Jesús Gil y Gil, que fue presidente del Atlético de Madrid (1987-2003) y alcalde de Marbella (1991-2002). Uno se pregunta: ¿qué mensaje se quiere enviar al mundo con tan curioso proyecto sobre la España más hortera de los noventa? Creo que la respuesta tiene que ver con el nuevo miedo a la extrema derecha y al populismo que se ha introducido en nuestro ecosistema mediático globalizado.
En este mismo sentido, también en el mundo de la ficción se ha desencadenado una denuncia de lo venidero. Lo hemos visto en Years and years, esa distopía punk británica en la que una siempre magnífica Emma Thompson interpreta a Vivienne Rook, la líder populista de ultraderecha en la Inglaterra de los años próximos, donde las libertades irán presuntamente a menos y el nihilismo se normalizará hasta niveles inenarrables antes de ser narrados con tono hardcore y desencantado por esta miniserie de 6 capítulos tramada por Russel T. Davies, que promete traer tanta cola como Black Mirror (2011-).
Es verdad que existen muchos precedentes relativamente cercanos de esta demonización de los políticos. Antes del estallido de la crisis, The Wire (2002-2008) denunció, como nunca antes se había hecho en televisión, la confabulación entre el mundo político corrupto, el narcotráfico y las finanzas más abstractas. Y lo hizo proféticamente, adelantándose al escándalo y la consiguiente crisis de las subprimes. Algo que, en cierto modo, también sucedió con Crematorio (2011), la novela de Rafael Chirves publicada en 2007 y convertida en teleserie con gran acierto y una impecable actuación de José Sancho, que narró desde la pantalla lo que se había estado cociendo en España en tiempos de bonanza: una bomba de racimo que desde entonces va estallando en juzgados desparramados por toda nuestra geografía.
Con estos insignes proyectos se rompió con el imaginario político blanqueado, instaurado antaño por la mítica El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006) de Aaron Sorkin. Y se inició un relato mucho más pesimista, con series como Boss (2011-2012), donde Kelsey Grammer, el Dr. Fraiser de Cheers (1984-1993), que después tuvo su propio spin-off en la también exitosa Fraiser (1993-2004), interpreta a un corrupto y enfermo alcalde de Chicago que no llegó a calar en la audiencia. Aunque también se cosecharon éxitos con este retrato tétrico de los políticos, con series como House of Cards (2013-2018) o, en una versión más light, Scandal (2012-2018).
El protagonista de ‘Sucesor designado’ deviene poco menos que un trasunto de nuestro Zapatero, entregado acríticamente a la agenda de los nuevos derechos
Sucesor Designado (2016-) parecía entrañar el presagio de la recuperación de la imagen de los políticos. En ella se hacía algo que se había intentado hace unos años, con gran derroche de genio, realismo nada utópico y buenas intenciones propias de la televisión pública, con la magnífica Borgen (2010-2013), donde una coyuntural presidenta danesa de un partido minoritario entraba con toda su ingenuidad en un mundo de lobos.
La trama de Sucesor Designado tiene muchas similitudes con la de la serie escandinava, aunque el presidente es de Estados Unidos y no tiene partido, porque es independiente. El responsable de encarnar esta rehabilitación buenista del político resultó ser Kiefer Sutherland, ya un héroe en nuestros inconscientes, porque se trata del mismo actor que encarnó al Jack Bauer de 24 (2001-2010) -un superagente estadounidense que salvaba reiteradamente al mundo civilizado de sucumbir ante la incesante amenaza terrorista.- Sin embargo, toda esta pólvora queda en un mero intento que pierde credibilidad a marchas forzadas en la tercera temporada, en la que el protagonista deviene poco menos que un trasunto de nuestro José Luis Rodríguez Zapatero, entregado acríticamente a la agenda de los nuevos derechos.
Teleserie tras teleserie, vemos cómo, desgraciadamente, nos sigue resultando mucho más fácil como espectadores subirnos al carrusel de la hipercrítica, convirtiendo a los políticos en los chivos expiatorios de nuestro malestar, tantas veces originado por los fallos sistémicos que nuestras sociedades exhiben. Se nos presentan numerosos retos contra los que no tenemos fórmulas eficaces –exclusión y pobreza descontroladas y crónicas, creciente desempleo, inmigración, invierno demográfico, subida estratosférica del precio de la vivienda, incertidumbre, falta de sostenibilidad del modelo productivo, etc.-.
La solución fácil, que funciona solo como lo hace el circo, es la de matar al mensajero y colgar a los políticos el sambenito de culpables de todos nuestros males
La solución fácil, que funciona solo como lo hace el circo, es la de matar al mensajero y colgar a los políticos el sambenito de culpables de todos nuestros males. La difícil es poner entre paréntesis nuestro modo de vivir y ayudarnos a vislumbrar modos viejos y nuevos de afrontar las dificultades solidaria y subsidiariamente.
Por todo esto, valdría la pena poner el foco de algunas teleseries en experiencias de creatividad social capaces de transformar problemas colectivos en oportunidades, y no tanto en denunciar la incompetencia de los administradores de nuestra sociedad. Estaría bien que la televisión nos ayudara no tanto a criticar la política desde la barrera o a esperar un presidente salvador, sino a entrar nosotros en el mundo, a idear y transformarlo a mejor juntos.