José Manuel Mora-Fandos | 21 de noviembre de 2019
Un acercamiento al oficio de escribir, de la mano de Flannery O’Connor y su conferencia sobre la finalidad de la narrativa.
Es una experiencia muy recomendable adentrarse en El negro artificial y otros escritos, de Flannery O’Connor, reeditado recientemente por Encuentro. Especialmente gratificante si a uno le interesan las reflexiones sobre el arte de la escritura, pues en esto O’Connor dejó algunos textos memorables, como la conferencia Naturaleza y finalidad de la narrativa.
El negro artificial y otros escritos
Flannery O’Connor
Ediciones Encuentro
336 págs.
24€
Aunque el escritor no está obligado a hacerlo, qué bueno es que tenga la capacidad de comprender reflexivamente lo que hace y busca cuando escribe, y de comunicarlo. Y parte de esa capacidad, que O’Connor muestra con plenitud y chispeante socarronería, consiste en aquello de lo que el teólogo medieval Gilbert de la Porrée advertía, más o menos, así: “Donde hay una confusión, pon una distinción”. Creo que es un fruto envenenado de la vulgata romántica más tópica esa exaltación de la sentimentalidad inarticulada, como si fuera el trance al que todo creador debiera aspirar para componer su obra: componer entonces se cifraría en expresar. Pero todo creador sabe que no es así. Se impone un saludable ejercicio de distinción para salir de estos atolladeros conceptuales que tantos bloqueos de escritura terminan creando.
O’Connor distingue varios peligros en varios momentos de su texto:
«En cualquier caso, si escribes para ganar dinero, o para expresar tus sentimientos, o para asegurar los derechos civiles, o para irritar a tu abuela, será un tema para que lo tratéis tu psicoanalista y tú». (pág. 275)
«He comprobado que la mayoría de la gente no sabe lo que es una historia hasta que se sienta a escribir una. Entonces, se da cuenta de que está escribiendo un sketch con un ensayo entrelazado, o un ensayo con un sketch entrelazado, o un artículo con un personaje, o una historia con una moraleja, o cualquier otra cosa híbrida». (275)
«Para la mayoría de la gente es mucho más fácil expresar una idea abstracta que describir un objeto que está viendo realmente. Pero el mundo del novelista está lleno de materia, que es lo que los novelistas que empiezan están poco dispuestos a tratar. Están interesados principalmente en las ideas abstractas y en las emociones. Tienen tendencia a ser reformadores, y a querer escribir porque están obsesionados, no por una historia, sino por los huesos sin carne de algún concepto abstracto. Son conscientes de los problemas, no de las personas; de las preguntas y de las cuestiones, no de la estructura de la existencia; de historias y de todo lo que tenga un sabor sociológico, en lugar de todos esos detalles concretos de la vida que hacen real el misterio de nuestra situación en la tierra». (276-277)
Me gustaría resumir -y argumentar a continuación- estos peligros del siguiente modo: el sentimentalismo, la especulación abstracta y el moralismo. Quién dudaría de que la literatura tiene que ver con los sentimientos; pero quedarse en este simple “tiene que ver con” es abonar los pastos para la manipulación. La literatura tiene que ver con todo. Pero lo que interesa es conocer la cualidad de esa relación: cómo aparecen los sentimientos… ¿en la obra mediante su representación? ¿En el lector, como efecto de su lectura? ¿En el escritor a lo largo del proceso de la escritura?
O’Connor parece referirse indirectamente a este último aspecto: un escritor no escribe porque esté provisto de emotividad, porque entonces cualquiera sería escritor. Ni siquiera por la “calidad” o “elevación” de sus sentimientos. El mandato del escritor es construir bien su obra, en cuyo exigente proceso artístico los sentimientos “entran” como material que ha de ser elaborado e integrado. El azúcar entra en la confección de una tarta de queso con arándanos, pero nadie desea comerla para “saborear el azúcar”, sino el sabor peculiar, compuesto de diversos ingredientes, combinados en proporciones y modos concretos, hasta difundirse y permear uniformemente toda la tarta. Ese es el sabor que todo buen aficionado a la confitería busca y aprecia.
Para la mayoría de la gente es mucho más fácil expresar una idea abstracta que describir un objeto que está viendo realmenteFlannery O’Connor, Naturaleza y finalidad de la narrativa
Lo mismo cabría decir de los pensamientos: tampoco un relato es mejor, o simplemente relato, por contener unos conceptos o razonamientos. La cuestión no es tanto el qué contiene, sino el cómo lo contiene, qué integración trabaja aquí, qué experiencia total se ofrece al lector. Cuando como lectores buscamos un ejercicio reflexivo, sabemos a qué tipo de textos dirigirnos, y la alacena del ensayo está pluralmente provista de modos, estilos y lectores-modelo. Por continuar con el símil de la tarta, lo importante no es la salud que pueda aportar su ingesta; si así lo fuera, podríamos tomar el queso, la galleta, el arándano por separado, a distintas horas del día y en distintas dosis, para asegurar un óptimo nivel de efectos saludables. Pero comerse, con ganas, una tarta de queso con arándanos, como todo el mundo sabe, es otra cosa.
Igualmente, tampoco la narración de ficción tiene su finalidad en promover causas sociales, educativas, religiosas… El escritor no deja de ser el ciudadano x, estructurado por las mismas dimensiones antropológicas y cívicas que su vecino de enfrente, que quizás no tenga mayor trato con la literatura que el que pueda tener con la equitación. Claramente, el escritor dispondrá de una postura o una duda y, desde luego, andará recorriendo su propio itinerario existencial, político, religioso, deportivo, y esto algo “tendrá que ver” con la escritura de sus narraciones.
Pero se vuelve a cumplir la regla: sus empeños e inquietudes vitales no bastan para escribirle la buena obra. Se podría decir que son condición necesaria, pero no suficiente para su trabajo fundamental. En cuanto competente confitero, sabe que no todo es el cuidado de la imagen de la tarta, su primer reclamo a la vista, sus promesas de un próximo futuro de utopía palatal. Hay tartas de queso con arándanos muy apetitosas a la vista, y esto es parte de la confección, pero no están para ser contempladas y suscitar los más excelsos deseos, ni para propagar la acción contemplativa.
Lean la conferencia de O’Connor, sabe muy bien.
Seleccionamos los mejores libros de no ficción. Esta semana, la monumental biografía de Churchill, un completo ensayo sobre novela policiaca, y otro imprescindible sobre jazz.
Nadie puede llegar a escribir correctamente, a pensar y hasta narrar su sufrimiento y su alegría, si no ha forjado su personalidad en la lectura de la poesía.