G.K. Chesterton | 21 de diciembre de 2020
Los periódicos llevan la penitencia del pecado de su ciega adoración a la velocidad. Van tan rápido que no se enteran de nada, y tienen que decidirse tan rápido que acaban sin decidirse por nada.
Todos nos hemos entretenido imaginando periódicos que aparecían en épocas más remotas de la historia, y haciendo conjeturas sobre cómo serían los titulares y las entrevistas el día después de la batalla de Hastings o del asesinato de Julio César. El Sr. Stead, en su excelente pero efímero diario, incorporó la crónica de un corresponsal en la batalla naval de Salamina y una crónica parecida del Sr. Belloc sobre la ejecución de Luis XVI. Esta fantasía se sostiene por sí misma y se queda viva en la memoria. Aún albergo una esperanza irracional en que pueda descubrirse algún trozo de papel arrastrado por el viento, o chamuscado en una chimenea y que resulte ser un viejo periódico que da noticia de algún hecho, hoy ya viejo y monumental, pero que fuera, en su día, algo sorprendente y explosivo.
Me gustaría leer, en el Boletín de la Corte, en el que se halla la crónica de la familia real: «El rey entró en Whitehall esta mañana, acompañado por el obispo de Londres y fue decapitado ante una fiel y entusiástica multitud, que había estado esperando el acontecimiento con una inmejorable disposición. El obispo de Londres es ahora el huésped de Lady Bunbury en Brakelands»[1]. También me gustaría encontrar un artículo, en el tono más alegre y chisporroteante de los cotilleos de sociedad acerca de (pongamos) el asunto de Los burgueses de Calais, describiendo a la reina Felipa con su exquisito atuendo de seda y brocados y los prohombres de la ciudad exquisitamente ataviados de saco y cuerdas[2]. Titulares como El misterio del incendio provocado: entrevista con el emperador (a Nerón le hubiera gustado ser entrevistado) hubieran sido lecturas deliciosas; y en tiempos de tortura, un boletín con la firma de dos inquisidores podría salir como noticia de última hora.
Pero olvidamos una cosa cuando nos deleitamos con estos pensamientos. Es esta: a juzgar por la prensa actual, es muy dudoso que los diarios que salieran tras los grandes acontecimientos reflejasen algo de estos acontecimientos. Si la Crónica Anglo Sajona hubiera aparecido el día después de la batalla de Hastings, es probable que el principal titular hubiera sido: «Athelborg cruza a nado el Estrecho de Menai: «Me lo había propuesto»». El resto hubiera estado dedicado a discursos agotadores acerca de nada en especial en algo llamado el Witanagemot[3], y detalles escabrosos sobre alguien que degolló a un cura en las Marcas Galesas, y quizá con declaraciones exaltadas sobre deportes, en los que Mercia va a «darlo todo». O, si buscamos una comparación adecuada con el interés por los deportes en nuestros días, el principal interés de los anglosajones hubiera sido el religioso. El periódico anglosajón hubiera estado lleno de noticias sobre milagros y nombramientos episcopales. Y entonces, en algún oscuro rincón, en letra pequeña, encontraríamos lo siguiente: «Algunas personas, de las que se sospecha sean normandas, han sido avistadas en las costas de Sussex, rumoreándose que han causado ciertas molestias. Las autoridades locales afirman que no hay motivo para la inquietud».
Los asesinatos han atraído la atención en todas las etapas de la humanidad. Pero esta es la excepción que confirma la regla, porque el que llega a un cadáver siempre llega demasiado tarde. Descubrir un cadáver significa que no se ha podido descubrir una conspiración. Sin duda, la prensa romana del día siguiente al asesinato de César cubriría toda la escena del crimen en el Capitolio y entrevistaría a Casio y Antonio. Los editoriales hubieran sido muy flojos, más flojos que la oración de Antonia. Pero los periódicos no se hubieran forjado una opinión de lo que estaba sucediendo. Los editores no se hubieran dado cuenta de que César había cruzado el Rubicón; pues no sabían dónde estaba el Rubicón, como los nuestros no saben dónde está Agadir. Por supuesto que no hubieran sabido que cuando ese pequeño río fue cruzado se fundó el Imperio romano. Muchos artículos hubieran tratado de la cena de Lúculo y de la bancarrota de Clodio y de los intentos de la mujer de César por parecer honrada ante el tribunal de divorcios; el resto de las noticias iría acerca de gladiadores y del mercado del dinero. Estoy seguro de que, después, cuando una pequeña y peculiar secta apareció en Roma, cientos de ellos serían devorados por los leones antes de que se fijaran en ellos los periódicos. Los periódicos llevan la penitencia del pecado de su ciega adoración a la velocidad. Van tan rápido que no se enteran de nada, y tienen que decidirse tan rápido que acaban sin decidirse por nada.
Las reflexiones previas, intercaladas con lamentos y maldiciones, han salido de mis labios durante horas mientras buscaba en cualquier diario inglés, liberal o conservador, un reportaje claro del reciento congreso sindical. Decir que, hoy, el congreso sindical es más importante que el Parlamento es expresarlo muy débilmente. ¿Qué hay menos importante que el Parlamento, especialmente cuando no hay sesión? Ahora no hay sede parlamentaria[4], pero si hubiera sede, ¿sobre qué huevos podridos de la política partidista iba a sentarse? Probablemente se discutiría si el Sr. Alfred Lyttelton era o no culpable de un lamentable error al señalar una minucia insignificante entre algo que el Sr. Churchill dice ahora, que es un liberal, y algo que dijo antes cuando era un tory. Así podríamos estar horas y horas, y el portavoz intervendría de tanto en tanto para decir que la palabra «ladrón» es admitida, pero la palabra «asaltador» no.
Todos nos hemos entretenido imaginando periódicos que aparecían en épocas más remotas de la historia, y haciendo conjeturas sobre cómo serían los titulares y las entrevistas el día después de la batalla de Hastings o del asesinato de Julio César
El congreso sindical es un Parlamento de verdad, porque habla. La gente no sabe de antemano qué posición va a tomar cada uno. La gente no sabe de antemano qué resultado van a dar las votaciones. Los portavoces se esfuerzan en convencer y persuadir, y las materias sobre las que se discute son materias que interesan a todos; blanco y negro, el pan y el queso, lo bueno y lo malo. Cosas que interesan al filósofo porque son cuestiones fundamentales; interesan al hombre de negocios porque son cuestiones prácticas. ¿Hay un derecho a trabajar, y un derecho a dejar de trabajar? ¿Pueden los hombres poseer cosas? ¿Les pertenecen sus brazos y piernas? ¿Cómo pueden ser alimentados? ¿Cuándo pueden no cumplirse los pactos? Sobre cuestiones como estas han hablado los grandes oradores y los grandes reyes han emitido sus juicios. Por cosas como estas las grandes naciones han pasado de ser repúblicas a imperios, de nómadas a ciudadanos, o de ciudadanos a esclavos. Los discursos (o lo que de ellas es conocido) están, básicamente, a la altura del tema; viriles, espontáneos, a menudo con humor, siempre relevantes. Y la mayoría de los periódicos los despacha con apenas uno o dos párrafos.
Pensemos por un momento en los interminables tu-quoques en Westminster, tan virulentos y a la vez tan inanes, insinuantes de muchas falsedades, pero sin osar a insinuar verdad alguna, todo pompa y petulancia, y todo acerca de minucias oficiales; y pasemos ahora a considerar el siguiente episodio del congreso sindical. El Sr. Will Crooks (que es uno de los mejores hombres del mundo) ha presentado, por la razón que sea, un proyecto para una Ley de Conflictos de Comercio. Su objetivo es establecer unos tribunales de arbitraje, para que durante la sustanciación de los conflictos ante ellos se penalice gravemente al trabajador que se declara en huelga o al empresario que cierra. Digo que las penas son graves porque adoptan la forma de multas cuantiosas y, obviamente, ningún trabajador puede pagar una multa elevada. La primera consecuencia de la ley, si se aprobase y fuese incumplida, sería que el trabajador puede ir a la cárcel, mientras que el empresario no. Sería imposible concebir ningún momento histórico tan dramático y (para los que están en desacuerdo) más desastroso. Es la primera vez en la historia de Inglaterra en la que se va a llamar a la policía para forzar a un camarero particular a trabajar para un publicano particular. Es la primera vez que al Gobierno británico se le pide que castigue al dependiente de un mercado llamado Jones por abandonar el establecimiento de un dueño llamado Smith. Es la primera vez que se concibe que el aprendiz de imprenta está verdaderamente preso en la misma, sin otra alternativa que la cárcel. Según esta proposición, el dueño puede decir, no solo: «Vete y muérete de hambre», sino también, categóricamente, «párate y trabaja». Habría mucho que decir acerca de esta proposición; siempre hay mucho que decir acerca de la tenencia de esclavos. Sin embargo, esta proposición que somete a los pobres de Inglaterra a las mismas condiciones, buenas y malas, de los negros de Carolina, se recoge en el periódico que tengo delante con apenas este breve párrafo:
«El diputado Sr. Crooks fue atacado por presentar una proposición de Conflictos laborales que, en opinión de diversos delegados, arrebataba a los trabajadores el derecho a la huelga. El diputado Sr. Edwards, firmante de la propuesta, dijo sin ambages que la había firmado sin leerla. Estaba en desacuerdo con sus provisiones. El Sr. Chandler (Railway Clerks): «Solo los tontos estampan su firma en los papeles sin leerlos»».
Es muy corto, pero aporta más de lo que aportan los informes parlamentarios.
1.- Alude a la decapitación de Carlos I en 1649.
2.- Alude a los ciudadanos de Calais que se ofrecieron para salvar la vida de la ciudad asediada y la intercesión de la reina Felipa ante el rey inglés Eduardo III.
3.- Asamblea de notables de la época anglosajona.
4.- Parliament Sitting, algo parecido a periodo de sesiones, concluido el cual aparece un periodo de descanso.
La serie de artículos más larga de todas las colaboraciones periodísticas del creador del Padre Brown.
Nuestra época, que ha presumido de realismo, fracasará, principalmente, por la falta de realismo.