Fernando Bonete | 22 de febrero de 2020
Esta semana, en nuestra Revista de libros, dos novelas: “Vivir abajo” de Gustavo Faverón, y “Fuiste el rey” de Fernando Ariza.
La editorial Candaya merecía desde hace tiempo, mucho, más del que se pueda justificar, un lugar en nuestra revista semanal de libros. Llega con retraso lo que el trabajo bien hecho acredita: una acertada selección de títulos, una excelente cartera de jóvenes escritores españoles e hispanoamericanos de primer nivel y –qué me dicen de sus cubiertas– una presentación inmejorable de sus ediciones –véase Caballo sea la noche, véase Cuántos de los tuyos han muerto–.
Vivir abajo
Gustavo Faverón
Candaya
672 págs.
23€
Otro día se podría hablar más y mejor de Candaya –en la ficción quijotesca, ese reino fabuloso del gigante Malambruno al que “si se va por tierra, hay cinco mil leguas, dos más a menos; pero si se va por el aire y por la línea recta, hay tres mil y docientas y veinte y siete”–. Ahora toca presentar, otra vez con demora, casi un año de bochornosa demora, Vivir abajo del escritor peruano Gustavo Faverón.
Vender órganos humanos y vender libros es lo mismo, porque un libro no es otra cosa que un órgano humano, uno que conecta el corazón unas veces con el cerebro y otras veces con el páncreasGustavo Faverón, Vivir abajo, p. 90
No se ha escrito cosa igual, cosa de tanta ambición estilística, cosa de tamaña complejidad –pero complejidad con sentido– espaciotemporal, cosa de tal dureza, belleza y truculencia combinadas, no se ha escrito cosa igual en años. Casi setecientas páginas –se devoran– en las que seguimos al protagonista, George W. Bennet, cineasta hijo de un exagente de la CIA del mismo nombre, en cuatro momentos vitales, las cuatro partes en las que se divide este relato colosal, en las que espacio y tiempo se desdoblan en un vasto trampantojo de relatos interconectados y situaciones imposibles: personas que coinciden en un mismo momento aparente, ¡pero no se ven!; hechos históricos que ocurrieron en años diferentes según para quién; historias transmitidas telemática o telepáticamente, por ciencia infusa…
Pero todas, absolutamente todas las inconexiones –maravillosas inconexiones– son aparentes en este entramado realista y mágico –hay mucho más que realismo mágico, en cualquier caso– en el que las piezas comienzan a unirse progresivamente, con inteligencia fabulosa, hasta desembocar en un final luminoso e iluminador. El tipo de final que pone al lector ante la evidencia de que pasará mucho tiempo antes de leer algo tan extraordinario.
El tema motor de la novela, y del intrincado viaje del protagonista, es la relación paternofilial, padre-hijo, entendida como un vínculo doloroso, terrible, pero definitivo e inexorable. Le sirven de satélites: la violencia política, explorada mediante referencias recientes de la historia de América Latina y la injerencia norteamericana –relativo al título, “vivir abajo” de la frontera estadounidense, “vivir abajo” en cárceles bajo tierra y sótanos secretos donde ocurren las atrocidades más inimaginables–; una sentida exploración de la locura como ausencia de aquello que amamos; y una constante referencialidad al arte, el cine y la literatura íntimamente conectada con la narración.
Las relaciones paternofiliales –aquí padre, madre e hijo, aunque con mayor protagonismo para la madre– continúan siendo protagonistas de nuestra segunda recomendación, Fuiste el rey (Tres Hermanas), segunda novela del escritor español Fernando Ariza.
Fuiste el rey
Fernando Ariza
Tres Hermanas
220 págs.
18€
Una rotunda y severa consigna inaugura el relato y resuena en sus páginas: “La primera leche nunca se vomita”. Esta advertencia materna –¿autoprofética?– introduce el tira y afloja entre el protagonista y su origen –sus padres, su infancia de niño mimado–, sus circunstancias –emigrado a Bruselas por la crisis, trabajador precario, matrimonio en las últimas– y su memoria –recuerdos episódicos relacionados con la presencia de un misterioso mendigo–.
El protagonista de este relato –de nombre desconocido– es un hombre que trata de dar sentido a su vida revisando el pasado, en un momento de crisis vital en el que todo parece tambalearse. Intento de redescubrimiento, de cambio y superación en forma de autorrebelión; una lucha contra sí mismo –¿una huida hacia delante?– potenciada por un cólico nefrítico –piedras, lastre, dolor interno, fiebre… ¿simbólico?– y recogida y mitificada por un cuaderno.
Estaba entrando otra vez en una espiral destructora, pero no sabía cómo salir de ahí. Solo se le ocurría la huida hacia delante, que en este caso consistía en escribir y escribir en el cuaderno. ¿Acaso era ese manojo de hojas, el causante de todo?Fernando Ariza, Fuiste el rey, p. 119
Es este cuaderno un componente central de la novela, y uno de los más atractivos de su lectura, porque contiene en sí mismo una negación inesperada, si no total, al menos parcial, de la idea de la escritura como catarsis y sanación. Más bien, la escritura absorbe la energía vital de quien escribe para ofrecer a cambio muy poco, nada, o nada bueno. El cuaderno adquiere tintes fantasiosos, perversos y terroríficos; es el elemento vampírico de la novela; está maldito.
El intento de escritor es uno más de los muchos que lleva a cabo nuestro hombre para conocerse, enmendarse y prosperar. Todos frustrados. Todo le sale mal. ¿Pero hay alternativa? ¿Puede no intentarlo? En el intento hay una esperanza y un anhelo de verdad. En el fracaso, hay compasión. Todo esto es intrínsecamente humano, y en su presentación narrativa, Fuiste el rey es una conmovedora píldora de humanidad.
El tiempo era perfecto. La chica era perfecta. La ciudad era perfecta. Lo único que fallaba allí era él mismo. Encontró su papel como simple receptor de tanta perfecciónFernando Ariza, Fuiste el rey, p. 131
Fernando Ariza habla del proceso de creación de su novela en el nuevo pódcast literario de El Debate de Hoy.
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